Maïwen y el desmantelamiento femiconsentido
POR JORGE AYALA BLANCO
En Amor mío (Mon roi, Francia, 2015), autoexcitado filme 4 de la rebautizada actriz-cineasta francesa provinciana de 39 años Maïwenn (Perdóname 06, Todo sobre las actrices 08, Polissía 11), con guión suyo y de Étienne Comar, la abogada cuarentona cara de víctima Tony (formidable Emmanuelle Bercot también recientemente directora de la edificante ilusa redimechavos problemáticos Con la frente en alto) se lanza en esquís desde una cima alpina a toda velocidad para rebasar a su asustada familia, se accidenta por supuesto en el descenso, se ve trasladada a una idílica clínica ultratecnificada en la Costa Azul, entra en crisis emocional cuando una psicóloga le pregunta si en realidad deseaba huir de un acontecimiento de su vida imposible de asumir y luego, mientras se somete a fatigosas jornadas de rehabilitación y goza estableciendo desmadrosos nexos férreamente amistosos con compañeros dolientes de estrato social inferior en su mayoría árabes y africanos como Djemel (Djemel Barek) o Slim (Slim El Hedli), por fin evoca, resume y reconsidera su afligiente relación amortormentosa de casi una década con el seductor restaurantero Giorgio Milevski (Vincent Cassel) que se autoproclama como el Rey de los Idiotas porque sólo vive para complacer a los demás, y a quien, siempre inútilmente custodiada por su solidario hermano ocioso Solal (Louis Garrel) y su cariñosa cuñada Babeth (la legendaria Isild Le Besco hermana de la realizadora), ella lo detectó de manera inevitable en una disco, le salpicó agüita en la faz porque ya lo había visto años antes, le aceptó manjares instantáneos en su depto, cachó el celular que le aventaba afuera al grito de “Te doy mi teléfono”, se sintió conquistada cuando le curó ipso facto del complejo de vagina guanga que le había creado una primera pareja legal, lo invitó a aplaudir su brillante ponencia jurista sobre la interdependencia amorosa, aceptó darle el hijo que desearía de pronto a medianoche y contrajo jubilosas nupcias con él, pese a que el buen Giorgio traía colgando una relación mal saldada con la bellísima modelo posesivo-depresiva de tendencias y atentados suicidas Agnès (Chrystèle Saint-Louis Augustin) que dependía en forma afectiva absoluta del noble varón, cosa que enrarecería la difícil relación emergente, volviéndola destructiva, sobre todo tras el nacimiento del nene por ambos adoradísimo Simbad (Félix Bossuet/Giovanni Pucci), tras una recaída del nefasto Giorgio en las drogas (con su respectivo internamiento para recibir terapia), tras la súbita necesidad de retacarse ella misma con antidepresivos deteriorantes, tras las separaciones conyugales y el divorcio efectivo que nada interrumpirían, tras el extremo recurso infructuoso a un psiquiatra para niños y así, todo lo que, al egresar del centro que en apariencia le habría permitido su doble recuperación físico-espiritual, la desdichada Tony deberá enfrentar como un vertiginoso proceso de desmantelamiento femiconsentido.
El desmantelamiento femiconsentido se adhiere, en primera persona, a una presunta atracción/vocación/fascinación irresistible de las mujeres intelectuales, como la cineasta y su actriz principal, por los hombres fatales y por la relación destructiva que dictan, haciendo de ello todo un mundo, un mundo farragoso anclado en un solo amorío femenino que se arrastra hasta la maternidad forzada y la ruptura infinita y hasta la gozosa adaptación mutua y la expoliadora inadaptación recíproca, un mundo superficial donde los rasgos psicológicos del inefable galán reyecito chistosón (Cassel representando lo máximo soñadazo que jamás podrías agenciarte) y sus avatares retorcidos van sacándose de la manga sin pudor alguno (relación colgante, adicción y así), porque se trata de un cine de mujeres hecho por mujeres sobre el apasionamiento ineluctable hasta el masoquismo y la abyección, porque ese inevitable carisma viril sí se ve, todo lo merece y por ende autoriza cualquier ignominia, como verse embargada en el depto común por deudas ajenas, o cualesquiera desfiguros, como los cometidos en la fiesta al amado esposo inasible en su feliz partida a la desintoxicación.
El desmantelamiento femiconsentido propone la complacencia en el tema, pero no menos en su estructura dramática alternada/alternativa/alternante, abocada a sostener un enfático paralelo contrastante entre el precipitado derrumbe individual y su nueva ascensión justa como persona gracias a la alentadora convivencia con criaturas de naturaleza racial y cultural distinta (casi reinventando el proceso de una toma de conciencia sociopolítica de las setenteras… para nada), o en su forma fílmica, gracias a la acezante edición de Simon Jacques, la casual fotografía captamomentos fugaces de Claire Mathon y la música desenfadada de Stephen Warbeck, con abundancia de hallazgos expresivos, tipo el crucial accidente en un fuera de campo por debajo del encuadre o el contemplativo quiebre adicional de rodilla a causa de un esfuerzo excesivo en la gimnasia con aparatos en plano general, conformando una sensible sustancia neomelodramática entre lúcida sufridora y quasi autocrítica, que todo lo justifica porque narra en evocadora/invocadora retrospectiva de una victimológica heroína como parte de su imposible recuperación.
Y el desmantelamiento femiconsentido no parece tener otro sentido que autocomplacerse con la elaboración de un mentido método metido con calzador para desquiciar a las mujeres por un tipo conflictivo, siempre en términos de inevitable destino manifiesto y sin remedio, con los perfiles de los esposos-padres otra vez juntos, e incontrolados, ya que ahora sí esa Tony de mirada satisfecha en su desdicha y ese Giorgio liberado de su Agnès lastre (“Hay que abandonar a los que se abandonan”), ya podrán reanudar con su antigua situación insostenible, insondable, desequilibrada, insoportable, aunque ahora sí de modo conciente, deliberado y fatal, a perpetuidad, amormiando, amormiando, a…
*FOTO: Amor mío, con Vincent Cassel y Emmanuelle Bercot, se proyectará hasta el jueves 19 de mayo en la Cineteca Nacional/ Especial.
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