Mala música bien tocada: el Mefistófeles de Boito en Bellas Artes
POR IVÁN MARTÍNEZ
Al presentar su tercera propuesta del año, la Ópera de Bellas Artes ha recurrido a una ópera que hace sesenta y dos años no se presentaba en México, que por ello y por los éxitos de su compositor en otros ámbitos se ha vuelto una especie de título de culto –para algunos, sobre todo para quienes les gusta usar ese tipo de calificativos para obras “raras” de justificada relevancia menor y de las que nada se pierde al no estar en el mainstream–: el Mefistóteles (1868, rev. 1875) de Arrigo Boito (1842-1918). Aunque, un tanto por pretensión y otro tanto por cuestiones de presupuesto –ya antes mal repartido en esa compañía y ahora recortado–, se ha presentado en versión concierto los días jueves 30 de abril y domingo 3 de mayo, en el Palacio de Bellas Artes.
Terreno peligroso. Por un lado, se puede permitir uno disfrutar, analizar, acreditar el nivel de una buena partitura sin ningún distractor escénico, con toda la concentración en el aspecto musical; y por otro, se puede descubrir, precisamente, si es la trascendencia de la fuente dramatúrgica en la que radica el éxito, la efectividad, de una obra de un autor como éste. (Por si hacía falta aclararlo: el Fausto de Goethe.)
No se escatima el talento de Boito. Fue, ante todo, un libretista excepcional. Sus mayores logros están en el trabajo que realizó junto a Giuseppe Verdi; no para pocos, el verdadero tesoro del Falstaff verdiano está en su libreto. La relación de ambos, que es la que ha dado fama a Boito, no fue fácil: Verdi aprovechó en los últimos años su talento como libretista, pero antes no habían caído muy bien a él las apreciaciones del primero sobre la pobreza de la ópera italiana. Y sólo enfrentarse a la realidad de una buena música, efectiva, –que no, tampoco es la más profunda o la de mayor riqueza– hizo que aquel joven crítico del establishment italiano se convirtiera en uno de sus principales exponentes, pero, hay que insistir, sólo como libretista. Mefistófeles es unos trece años anterior a la primera colaboración con Verdi y como pieza teatral, no en sus versiones concertantes, ha tenido relativo éxito en algunos momentos de su historia. Es la única partitura que permanece del Boito compositor… ¡si tan solo pudiéramos conocer lo que de su estudio desechó por no lograr las pretensiones filosóficas y metafísicas de las que luego él mismo se alejó para cobijarse en las letras bajo la sombra de Verdi!
Al historial de ejecuciones en concierto sin éxito se suma la de hace una semana en la Ciudad de México, a cuyos artistas, en general, no pueden proferirse sino elogios, sobre todo a la batuta de Srba Dinic.
Dinic, como ya se ha dicho, ha logrado elevar consistentemente el nivel de ejecución de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes y al igual que en otras galas, fuera del foso, se le siente muy cómodo regocijándose de ello y explotando más algunos de los recursos interpretativos de los que dispone de sus músicos. Lástima que solo fuera un sonido de calidad pero de pocos matices, no por él, sino por una partitura bastante pobre en su escritura orquestal, de la que poco puede servirse al intentar arropar con musicalidad a las voces. Mucha fuerza en sus fortes, monumentales sin llegar a la estridencia y bien cuidados sus pianos, cuidando mucho el ataque de sus instrumentistas, como la arpista Janet Paulus, a quien en ocasiones pueden escuchársele articulaciones demasiado punzantes.
No exento de sorpresa, la mejor actuación corrió a cargo del Coro del Teatro, dirigido por Xavier Ribes, a quien ya con nostalgia se extrañaba por el resultado siempre generoso que logra de este ensamble: unidad vocal, pronunciación clara, emisión segura y directa, de mucho cuidado en el fraseo.
Sin ser extraordinaria, la mejor escritura de Boito está en las líneas de los tres personajes principales, aunque su mayor cualidad está en los elementos dramáticos y no en la sensibilidad melódica. Por ello, a pesar de las buenas voces, como la del titular, el bajo Carlo Colombara no sobresale como debería. El Fausto de José Luis Ordoñez sufre además de muy poco volumen y en momentos de mala afinación (parecería incluso estar marcando en lugar de usar toda su voz). Una fortuna que se haya contado con la soprano Maribel Salazar para cantar la Margarita de los actos segundo y tercero y la Helena de Troya del cuarto: si alguna voz se presta para infundir de arrojo una partitura sin necesidad de recurrir a la escena, es precisamente la de ella.
En resultado gris, sin presencia vocal suficiente, se sintetiza la participación de los secundarios: Rosa Muñoz (Marta), Giberto Amaro (Wagner), Juan Carlos López (Neréo) e incluso la siempre extraordinaria Grace Echauri (Pantalis) o el siempre admirable Coro de Niños de la Facultad de Música de la UNAM, que dirige Patricia Morales. Correctos todos, pero sin astucia para ofrecerle algo más a tan anodina partitura.
Mefistófeles no es una mala ópera, pero su música no es su mejor atributo. Presentarla en versión concierto no es la más brillante de las ideas y una buena ejecución de ella como la de hace una semana, no fue tampoco la mejor opción para salir del tedio generalizado.
*FOTOGRAFÍA: Mefistófeles se presentó en los días 30 de abril y 3 de mayo en el Palacio de Bellas Artes / Especial