La aventura espiritual de Marcel Proust

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En busca del tiempo perdido, la monumental novela del escritor francés, ha sido poco estudiada en México. En esta entrevista, la investigadora Luz Aurora Pimentel expone algunas claves para su lectura, que ha plasmado en una minuciosa guía para entender y disfrutar los siete volúmenes que componen esta obra que revolucionó el género de la novela en el siglo XX

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POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
Publicadas entre 1913 y 1927, las siete partes que componen En busca del tiempo perdido, las tres últimas de manera póstuma, significaron una revolución en el género de la novela, sólo equiparables en su momento a la obra de Virginia Woolf y James Joyce. Ahí está descrito el mundo que tocó presencia a su autor, con sus ideas, su esnobismo, sus pasiones, sus conflictos y sus placeres.

 

Para la investigadora Luz Aurora Pimentel, En busca del tiempo perdido se puede definir como una aventura espiritual en la que aparecen los mundos del arte y el de la sociedad desde un estilo que rompió los moldes entre la novela y el ensayo: “las formas narrativas de Marcel Proust son tradicionales. Lo que no es tradicional es la concepción de la novela misma porque no es una novela de acción. Tiene un componente filosófico, reflexivo, poético, de sátira social”.

 

Luego de tres décadas de lectura y relectura de esta novela, Pimentel escribió Cuadros color de tiempo. Ensayos sobre Marcel Proust (Bonilla Artigas Editores, 2019), una guía de lectura para las personas interesadas en adentrarse en la obra del escritor francés.

 

En busca del tiempo perdido no es una novela, sino poesía en prosa. También se puede leer como una serie de ensayos sobre los modos de convivir socialmente sobre la psicología de los personajes. Por ejemplo, uno podría recordar un ensayo sobre el esnobismo a partir de uno de los personajes, la música, la pintura, la guerra o la conducta de esa sociedad francesa durante la guerra. Hay una infinidad de ensayos que conforman la novela y que se irán entreverando con la poca acción que sí hay en las novelas, una acción muy truculenta con las escenas de voyeurismo, de masoquismo, de sadismo, pleitos entre amantes”.

 

Estos catorce capítulos son un recorrido por la relación de Proust con el mundo de la moda, la lectura ideológica de sus personajes en torno a la guerra, la presencia de la pintura impresionista, el deseo y la homosexualidad, además de contextualizar la aparición de En busca del tiempo perdido frente a la tradición novelística de Francia a finales del siglo XIX y su concepto mismo de escritor.

 

 

En busca del tiempo perdido revolucionó la novela en la literatura francesa. ¿En qué radica la propuesta novelística de Proust frente a otras obras a las que usted llama monumentales, como La comedia humana, de Balzac; Confesiones, de Rousseau o la obra de Emile Zolá?
Proust no escribió una novela como las que estábamos acostumbrados a leer. Hizo algo diferente. En primer lugar, una de las maneras de revolucionar la novela fue literalmente sacarla del quicio de su género. Hoy en día está de moda la novela-ensayo. Qué mejor novela-ensayo que En busca del tiempo perdido. ¿De qué otra manera revolucionó la novela? Por medio de la reflexión sobre la identidad humana. A diferencia de otros novelistas positivistas, para Proust el ser humano no llegó a tener una identidad por medio del trabajo, del conocimiento o de la razón –como si ésta fuera el término de un camino–. La identidad sólo se realiza de manera sucesiva en el tiempo, es siempre cambiante, diferente y estamos habitados por una multiplicidad de yo. Ahora, frente a un Joyce y una Virginia Woolf es muy evidente que no es un innovador de técnicas narrativas, como el monólogo interior de Joyce ni el monólogo narrado de Woolf. Las formas narrativas de Proust son tradicionales. Lo que no es tradicional es la concepción de la novela misma porque no es una novela de acción. Tiene un componente filosófico, reflexivo, poético, de sátira social. Contraponiéndolo con otros de sus contemporáneos como los hermanos Goncourt hay otro proyecto novelístico de descripción de la sociedad francesa de su tiempo. Los hermanos Goncourt describen minuciosamente toda la joyería, la cristalería, todas las obras de arte que hay en un lugar. Proust ni siquiera las ve: radiografía el alma humana. Puede dedicar dos páginas enteras a desmontar el esnobismo o la amargura de un personaje.

 

Entre 1896, año en que publica Los placeres y los días, y 1913, año en que aparece el primer volumen de En busca del tiempo perdido, Proust va dando forma su voz narrativa y, por medio de ésta, a un proyecto de vida. ¿Qué significa para Proust la figura del escritor como un ser entregado netamente a la escritura? ¿Crea una perspectiva del oficio del escritor?
Está claramente en contra es los proyectos narrativos deliberados, casi diríamos panfletarios. No habla explícitamente de alguien, pero uno podría pensar en Zolá, en los Goncourt. Evidentemente muchas de sus baterías estarían enfocadas hacia Zolá, pero nunca lo menciona. Para Zolá la novela era casi un experimento químico: “ponga usted estas condiciones de vida, con esta herencia, con este entorno y tendrá usted este efecto”. Para Proust la experiencia es primero, la escritura es después. Escribir es interiorizarse y tratar de encontrar lo que llama el equivalente espiritual de una experiencia que se puede transmitir a otro lector. No es que se planee una novela sobre la Primera Guerra Mundial y a partir de ahí se ponga a investigar. No. Primero tiene la experiencia de lo que fue la guerra en términos sociales. Es muy interesante lo que hace con la Primera Guerra Mundial. No se interna en la representación del campo de batalla, sino que la refracta en el campo de batalla social, en cómo reaccionaron los franceses frente a ella: toda la serie de engaños y autoengaños que se hacían para pensar que estaban ganando cuando en realidad en ese momento estaban ocurriendo las peores carnicerías. La misma guerra cambió totalmente el caleidoscopio de la sociedad. Lo que parecían estructuras sociales cerradas, salones cerrados empezaron a recombinarse, a cambiar de figura, pero no de fondo. De todas maneras habrá mucha guerra, pero la gente sigue yendo a los salones, haciendo tés danzantes. Eso sí, los museos se cierran, pero la gente sigue en el chismorreo, en la banalidad de los salones, en esto que Proust define como “las artes de la nada”. Hay un momento en que dice que los duques de Guermantes son los reyes del instante. Se puede ver esa sociedad de su tiempo cómo es habitada por los reyes del instante, de las artes de la nada.

 

 

¿Cómo se podría ubicar a Proust como crítico literario frente a esta otras propuestas, como la de Saint-Beuve?
Proust es autor de una sola obra descrita, escrita, preparada en bocetos, en proyectos fallidos, en proyectos no terminados y que luego son recuperados y reincorporados en esa monumental obra que es En busca del tiempo perdido. Esto ocurre con ese libro Contra Saint-Beuve que inicialmente contiene en semilla todo En busca del tiempo perdido, completo, como el tema de la madre viniendo a darle un beso, la madre viniendo a ofrecerle el té, con la magdalena, todo. Pero es un proyecto de crítica literaria que constantemente se opone a esta crítica oficial como la de Augustin Sainte-Beuve. Él tenía una publicación los lunes. Era, por así decirlo, el crítico literario más leído, más respetado, y quien dictaba la manera de hacer crítica literaria. ¿Cuál era esa manera? Para Sainte-Beuve era necesario conocer sus gustos políticos, literarios, creencias religiosas, preferencias sexuales de un autor para poder evaluar su obra. Proust se opone a esto frontalmente porque su poética va en contra de la exterioridad. Cree que la única manera de acceder a la parte creativa del ser humano es con la interiorización. El tiempo perdido es el que se perdió en los salones. ¿Cómo se recupera? Por medio la obra de arte, pero yendo a ésta a través del interior del espíritu y no al chismorreo de los salones, aunque la materia prima sea el chismorreo de los salones. Proust va al revés de Sainte-Beuve. El yo que vive no es el mismo yo que escribe. Y el valor de una obra está en la obra no en las circunstancias sociales o existenciales del autor. Proust mismo era un crítico literario espléndido.

 

 

Dedica un capítulo a la homosexualidad en la obra de Proust. Una de las ideas que expone es la siguiente: “El homosexual viviendo en el centro de la sociedad es al mismo tiempo expulsado de ella por el rechazo, y por ello tiene que ocultar su intimidad tras infinidad de máscaras”. Esta idea la complementa más adelante: “Al multiplicarse de este modo, la identidad del homosexual se atomiza o refracta en roles sociales diversos, marcados todos por el ocultamiento y la simulación”.
La homosexualidad en tiempos de Proust era bastante común, como lo ha sido en toda la historia de la humanidad, es una práctica censurada, orillada a la clandestinidad y por lo tanto a mayor estereotipo. Ahora, Proust no se alejó mucho del saber oficial de su época, en el que había un prejuicio y un estereotipo. Estos se reducían siempre a que el homosexual hombre era una mujer en cuerpo masculino y que la homosexualidad femenina era un hombre en cuerpo de mujer. Ahí están el episodio de Mademoiselle Vinteuil con su amiga y el homosexual emblemático, que es el Barón de Charlus, el más grande y acabado ejemplo de este juego entre mostrarse y ocultarse. En Sodoma y Gomorra hay un fragmento de unas cuarenta páginas sobre la homosexualidad que parte de una conjunción que habrá entre Charlus y Jupien, que de su amante se vuelve casi su celestino. Estas páginas son también un ensayo extraordinario sobre la homosexualidad con una analogía sobre la polinización de la flor, la metáfora maestra que articula todo este ensayo. Hay un momento en que Proust escribe de la insospechada sabiduría de las flores y que hay una vertiente profunda de la homosexualidad en el principio mismo de la creación. De este modo Proust escapa del convencionalismo del saber de su época sobre la homosexualidad. A lo largo de En busca del tiempo perdido aparecen parejas y relaciones amorosas –ya sean homosexuales o heterosexuales– que siempre se resuelven en la impenetrabilidad del amado, el sufrimiento del enamorado. Hay una equiparación analógica entre las relaciones homosexuales y heterosexuales, pues finalmente en tanto relaciones amorosas se observa un mismo patrón.

 

 

Hay un capítulo dedicado a la lectura que Proust hizo de la Primera Guerra Mundial y menciona lo siguiente: “En busca del tiempo perdido es una extraordinaria obra de polifonía ideológica debido a la intrincada red de relaciones que Proust teje entre ficción, historia e ideología”. ¿Cómo entendemos la presencia de la ideología en una obra como la de Proust?
La representación que hace de la Primera Guerra Mundial no es directa sino refractada no sólo por una ideología, sino por varias ideologías de la época. Hay un momento en toda esa secuencia en que representa la Primera Guerra Mundial en que hace un espléndido pastiche de un cronista de modas. Éste habla de la moda bélica, en la que los vestidos de las mujeres tienen un corte militar pero cómodo, donde los accesorios puede ser reminiscentes de la guerra, de las esquirlas de bala, de fragmentos de obuses. Claro que allí está la ideología. ¿Cuál? La ideología de la banalidad, en la que lo único que importa en esta vida es hacer una pasarela. Todo lo demás se subordina a esa perspectiva ideológica de la banalidad. Todo mundo está ahí y todo mundo tiene su opinión sobre la guerra, es una polifonía ideológica.

 

FOTO: Retrato de Marcel Proust (1892), por Jacques-Emile Blanche./ Musée d’Orsay

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