Marco Antonio Cruz Artista, fotógrafo, hombre comprometido
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La obra de este fotógrafo captó la crudeza de la realidad mexicana. Desde su admirable capacidad para experimentar, se alejó de la ortodoxia periodística para plasmar un enfoque social a sus imágenes
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POR ARTURO ÁVILA CANO
Observo el retrato de Marco Antonio Cruz elaborado por Germán Canseco. Reparo en las formas, los objetos y los planos. Pienso que en ese espacio plástico está condensado el ensayista comprometido, el fotógrafo que nos legó miles de imágenes e historias, memorias varias. Recuerdo la época en que los retratos se elaboraban para representar los oficios. Pienso además en el texto “Adiós a la vida”, de Juan José Millás. De pronto comienzo a contar lámparas, líneas, personas. La muerte no da respiro.
El gremio de fotógrafos y los historiadores de las imágenes, aún consternado por el deceso del querido José Antonio Rodríguez, recibe con desconcierto, dolor e incredulidad la abrupta partida de este prolífico creador. Estas líneas, producto de varias voces, quieren dar cuenta del renombrado fotógrafo, del artista, del maestro, del hombre que se formó entre escultores, editores, pintores, reporteros gráficos.
Cumplidos los veinte años, Marco Antonio migró a la Ciudad de México. Sus expectativas eran enormes y su estado natal no ofrecía ninguna clase de estímulos para continuar con su vocación; deseaba convertirse en artista plástico. Estudió en la Escuela de Arte Popular de la Universidad Autónoma de Puebla donde trabó amistad con el escultor Manuel Hernández Suárez (Hersúa). Al recordar a su compañero de la Escuela de Diseño y Arte del INBA, el fotógrafo Eric Jervaise recuerda que por 1975, Marco cursaba un taller de vitrales y aún no tenía cámara. Fue en un viaje a Puebla cuando estrenó una Yashica de telémetro fijo que le obsequiara su madre. “Lo recuerdo muy bien, estrenándola, tomando fotografías, trepado en un árbol. Le decíamos el Tussi, por su alta estatura.”
El que fuera coordinador del Departamento de Fotografía del semanario Proceso (2006-2021), trabajó como laboratorista para la agencia Foto Press de Héctor García (1978) y para Interviú México (1978), como reportero gráfico para Oposición y Así Es, semanarios del Partido Comunista Mexicano y del Partido Socialista Unificado de México, respectivamente (1978-1982), para la revista Sucesos para Todos (1982) –donde logró publicar su primer reportaje– y para la agencia Imagenlatina (1984). Posteriormente, ingresó al diario La Jornada (1984-1986), del cual salió al cabo de dos años para retomar el proyecto de su agencia gráfica (1986-2002). Fue ensayista, maestro de diplomados y talleres, tutor del FONCA y miembro del Sistema Nacional de Creadores.
A través de Imagenlatina, donde participaron reconocidos fotógrafos como Arturo Fuentes, Daniel Mendoza, Pedro Valtierra, Luis Humberto González, Fabrizio Léon, Jesús Carlos y Herón Alemán, logró ejercer un periodismo crítico; creó y organizó distintos archivos gráficos y trabajó en proyectos de interés social por medio de ensayos que escapaban de la agenda coyuntural. Desarrolló reportajes como La hija de los Apaches (1987), Contra la Pared (1993), Viernes Santo (1986-2005), Fidencio, materias y fe (2004), Metro (2011) y ensayos como Cafetaleros (1996), Habitar la oscuridad (2011) y Bestiarios (2014).
Formó parte de un grupo de fotógrafos que luchó por la creación de espacios independientes, por el reconocimiento autoral y por la conservación de los negativos, lo que les permitía ser dueños de sus imágenes. Su labor como reportero gráfico y ensayista ha sido abordada en libros, como El poder de la imagen y la imagen del poder. Fotografías de prensa del porfiriato a la época actual, (1985). La mirada inquieta: nuevo fotoperiodismo mexicano, 1976-1996, (1996). Fuga mexicana. Un recorrido por la fotografía en México, (2005). Autorretratos del fotoperiodismo mexicano. 23 testimonios, (2011). México a través de la fotografía, 1839-2010, (2013). Poéticas sobre la ceguera (2019) y Marco Antonio Cruz, la construcción de una mirada, 1976-1986, (2020).
El ensayista y el reportero gráfico
En 1977, un encuentro fortuito con el fotógrafo Héctor García, que acudía a las reuniones que se celebraban en el hogar del escultor Hersúa, le condujo al mundo del periodismo gráfico, del que ya no se alejaría. Aquel joven que odiaba las faenas del cuarto oscuro, y que se confundía con los diafragmas y las opciones del obturador, llegó a convertirse en uno de los más grandes reporteros gráficos del país, y en el mejor documentalista de una generación que el historiador John Mraz nombró como de la mirada inquieta, por su espíritu crítico.
Mraz tiene presentes muchas fotografías de Marco Antonio, como la del edificio Nuevo León, que se vino abajo tras el terremoto del 19 de septiembre de 1985. “Gente subía para rescatar a los sobrevivientes, o bajaba para salvarse, sobre lo que asemejaban barcos que se hundían en un mar de devastación”. O aquella en la que retrató al presidente Miguel de la Madrid en una reunión de la Confederación Obrera Revolucionaria. “Marco Antonio Cruz convirtió aquel evento en una crítica al hacer que el relámpago del “DESEMPLEO”, plasmado en una gran manta, apuntara directamente al presidente mismo.” Recuerda también la imagen en la que “dos mujeres emperifolladas salen de Bellas Artes y se confrontan con la pobreza de México en la persona de un organillero. Mientras una abre su bolsa, la otra registra en su cara el terror que tiene del mundo de sus paisanos que no disfrutan de sus privilegios.”
Reconoce que la maestría de Marco Cruz se expresaba mejor en las historias de sus reportajes. “Su libro, Contra la pared, documenta la práctica infrahumana de los fotoperiodistas al meterse en las delegaciones y forzar a los detenidos a posar con armas de fuego. Los están condenando gráficamente antes del juicio. Es un ejercicio de metafotografía que lleva al famoso ensayo de Nacho López, Sólo los humildes van al infierno, a otro nivel, porque demuestra cómo algunos fotógrafos llevan a cabo un doble acto de victimización: primero, por el sistema que ha producido la pobreza social que resulta en la criminalidad; segundo, por las imágenes hechas dentro y para ese sistema.”
Esa empatía la imprimió en sus fotos sobre los indígenas guatemaltecos “forzados a migrar desde sus pueblos para proporcionar la mano de obra estacional en la cosecha del café en Chiapas. El libro Cafetaleros documenta esa ruptura cultural, su desgarramiento, su estado de semi-esclavitud, atrapados en ese lugar. Ni sus vástagos podrán salvarse porque están aprisionados en esa labor.”
El artista
Aunque dedicó gran parte de su vida a la fotografía de prensa, el artista plástico pervivió en él. Marco Cruz se permitió experimentar con técnicas y procesos que lo alejaban de la ortodoxia de la imagen periodística, y abordó asuntos que alimentaban su espíritu. Laura González Flores, historiadora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, afirma que “ciertamente, su importancia como fotógrafo se asocia con su enfoque social, con el compromiso con la mirada. No obstante, a mí me gustaría subrayar que la eficiencia de su fotografía deriva de su extraordinaria capacidad formal. Ésta la adquiere como estudiante de artes plásticas y como dibujante de historietas. Y en su fotografía se manifiesta como una muy rigurosa y dinámica composición formal.”
“Si hay algo que define su trabajo es la construcción de una mirada que extrae de la realidad luces y sombras, formas, relaciones entre planos. Su mirada exacta y exigente nos enfrenta al proceso de ver: qué vemos, cómo lo hacemos, qué escapa a nuestra vista, cómo y desde dónde construimos nuestra perspectiva sobre la realidad. Para González Flores, Marco Antonio fue crítico y reflexivo. En sus ensayos ofrece distintas respuestas a la pregunta sobre la visión. “Maestro de tornar visible lo invisible, se interna en el mundo de luz y sombra para dar forma a imágenes bellísimas e impactantes. De la sombra, de lo oscuro, sale para regalarnos la luz.”
Quien esto escribe desea recuperar una anécdota sobre el artista: una mañana mostró a un grupo de amigos un proyecto que estaba a punto de concluir y que deseaba exponer en la República Checa. Nos sorprendió a todos pues no se trataba de fotografías, era una maqueta, elaborada con detalles precisos, la réplica del cuarto de Gregorio Samsa, lugar donde el hombre se transformó en insecto. La metamorfosis de Franz Kafka había captado su atención y se entregó a ella en forma obsesiva. Comprendí que en el ensayista comprometido, en el editor y en el reportero gráfico, habitaba un creador notable.
Palabra de editor
Pablo Ortiz Monasterio, uno los grandes editores de libros de fotografía en Iberoamérica fue gran amigo de Marco Cruz. “Tuve la fortuna de trabajar con él dos obras: Bestiario (2014) y Habitar la Oscuridad (2011). Establecimos el acuerdo de la democracia chichimeca, es decir, no avanzaban las propuestas hasta que ambos estuviéramos plenamente convencidos. Esta fórmula fue particularmente difícil en Habitar la Oscuridad; el proceso duró más de cinco años; acompañados por Alfonso Morales y Ricardo Zarak, promotor del libro, pasamos por la mano de tres distintos diseñadores, múltiples propuestas de texto y todo tipo de vicisitudes que suceden cuando se hacen libros de autor. El carácter de Marco fue clave para no desesperarse ni perder ímpetu, su perseverancia y ecuanimidad nos salvó del descarrilamiento varias veces.”
“El lapso de tiempo tan prolongado nos permitió ir cambiando y afinando la edición. Zarpamos con la idea de hacer un libro sobre la ceguera en México y en el proceso aprendimos que, como casi todo en la vida, no es o blanco o negro, sino hay una gama amplia de matices en la visión y existen muchos niveles de debilidad visual. Habitar la Oscuridad da cuenta de ello, además muestra con elocuencia la ceguera de la pobreza, las respuestas políticas de los ciegos y la enorme vitalidad con que este segmento de la población responde a las inclemencias de su condición. Trabajar con él fue un placer, su temperamento tranquilo, su inteligencia profunda y su compromiso político, hacían de Marco un ser fuera de serie.”
El maestro
“Planeamos talleres, exposiciones, un gran bazar fotográfico y tertulias, donde el encuentro con los asistentes y alumnos era de una cercanía riquísima. Eso le gustaba mucho, poder compartir sus historias de vida, platicar cómo se hizo de su primera cámara, su experiencia con su primera fotografía, sus aventuras en la pulquería Los Apaches y los grandes amigos que hacía en cada una de sus series fotográficas, siempre con un gran compromiso social y una obsesión que lo hacía tener ese ojo mágico. Marco Antonio lograba que los alumnos se sintierán comprometidos con la imagen, con la sociedad y que siempre tuvieran una posición personal y social ante lo que fotografiaban”, así lo recuerda Mabe Guzmán, fundadora de la Escuela Página en Blando. Marcute Velasco, uno de su alumnos, comenta que Marco pedía una pequeña serie de seis fotos para conocer el trabajo que realizaba cada uno; a partir de ahí creaba una dinámica. Donde creía que nos faltaba reforzar, enfatizaba con su conocimiento, nunca trató de modificar nuestra visión. Recuerdo una frase que repetía constantemente: “no hay que quedarse con lo hecho, siempre hay que mirar al futuro”. Nos pedía que decidiéramos qué tipo de fotografía queríamos hacer. Decía que Nacho López tenía un concepto sobre la foto artística: “es sólo arte y su tiempo de vida es muy corto; sin embargo, la foto con compromiso social, tiene importancia y con el tiempo adquiere un papel histórico”. Yo también pienso lo mismo.
José Coronado, otro de sus alumnos, recuerda: “al escucharlo pensaba: todos los cursos de Historia de México a los que había asistido no tenían esa pasión con la que él nos hablaba. Nosotros estábamos sentados frente al testigo de la historia. Nos habló del compromiso con las situaciones sociales y los grupos vulnerables. Hoy, mi mente, mi ojo y mi cámara trabajan bajo su influencia. Cuatro palabras clave me abrieron el mundo de su fotografía: compromiso, crítica, denuncia y memoria.”
FOTO: Fotografía de la serie Habitar la oscuridad (2011)./ Marco Antonio Cruz
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