Marco Bellocchio y la maldición consanguínea

Jun 24 • Miradas, Pantallas • 4919 Views • No hay comentarios en Marco Bellocchio y la maldición consanguínea

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Las dos historias que aborda esta cinta dirigida por Marco Bellocchio van de los castigos de la Inquisición en la Italia del siglo XVII a los “valores ideológicos” de un empresario corrupto, que desnudan los modernos usos del poder

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POR JORGE AYALA BLANCO 

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En Sangre de mi sangre (Sangue del mio sangue, Italia-Francia-Suiza, 2015), determinista cuanto enigmático y esquizoide filme 23 del posmaoísta autor total italiano en eterna turbulencia moral ya de 76 años Marco Bellocchio (En el nombre del padre 71, La hora de la religión 02, La amante de Mussolini 09), una trama en dos distintos tiempos históricos culmina de manera fatal en una coda unificadora: la historia del apuesto inspector ministerial Federico Mai (Pier Giorgio Bellocchio el hijo cuarentón del realizador) que en el siglo XVII llega a participar activamente, como confesor simulado y falaz galán catalizador, en el juicio al que, bajo la implacable guía del inquisidor Cacciapuoti (Fausto Russo Alesi), está siendo sometida la bella inflexible Benedetta (Lidiya Liberman) para que admita un pacto con Satanás en el suicidio al que fue orillado su amante sacerdote Fabrizio, el sacramente aún insepultable hermano gemelo del visitante falsario, pero la mujer resistirá con estoica valentía desafiante todos los tormentos (de entrada colgada por los pies durante días) y las más atroces pruebas, la falsa confesión que resulta en flechazo romántico, la prueba de la inmersión duradera en el lago, la prueba de las lágrimas súbitas, la prueba de fuego con fierro candente y la amenaza de la hoguera, hasta la condena cumplida de ser emparedada viva, abandonada en el claustro por el amado funcionario traidor Federico que nunca llegará a salvarla con las llaves de la fuga que ella le había confiado; la historia en época actual del corrupto inspector-recaudador de impuestos Federico Mai (de nuevo Pier Giorgio Bellocchio) que debe servir de enlace entre el etéreo multimillonario ruso Raskolkov (Ivan Franek) y el inaccesible vampiro humano apodado el Conde Basta (Roberto Herlitzka), para que, por cuantiosos euros indispensables para solventar las deudas del Estado, le ceda los títulos de propiedad del viejo convento alguna vez vuelto prisión, donde el pavorosamente decrépito chupasangre desde hace ocho años vive oculto, tanto de su esposa histérica (Patrizia Bettini) como del mundo entero, para realizar las infames fechorías ya puro recuerdo que lo llevarán al más melancólico de los ocasos; y la coda que muestra al cardenal católico Federico Mai (ahora Alberto Bellocchio) llegando al convento-prisión para ejecutar la orden de desemparedar a la antigua sospechosa de seductora hechicera Benedetta, más allá de la escalera en donde el alto prelado también habrá de tropezarse con el desplomado Conde draculesco en decadencia, víctima como todos los demás moradores claustrales de una idéntica, imbatible, prolongada y única maldición consanguínea.

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La maldición consanguínea se afirma como un acertijo narrativo que une a través de los siglos y a lo Apichatpong Weerasethakul dos anécdotas malvadas que simulan nada tener en común, aunque con análogos elementos redistribuidos y prácticamente los mismos personajes/actores interpretando diferentes roles en el mismo severo convento-prisión ahora en desuso, al centro de la pequeña ciudad noritaliana de Bobbio, aquel sonriente lugar natal del realizador hoy refugio descompuesto o mera nostalgia de los sencillos tiempos pasados, porque ha sabido figurar como exasperada sede de las mejores ficciones del perverso clan Bellocchio, empezando por la hipercatártica obra maestra expiatoria de toda revuelta antifamiliar adolescente Con los puños en el bolsillo (65); un frío y calculador apólogo doble que une a la brava las herméticas semejanzas y diferencias de dos grandes relatos radicalmente distintos; un cruel juego bifronte que une al canalla venido a hundir todavía más a la infeliz en tenebrosas atmósferas sin detenerse apenas a dudar con fondo de extemporánea canción de Metallica porque “Nothing Else Matters” antes de asestarle la puntilla tirando las llaves salvadoras a las aguas turbias dentro de la prodigiosa fotografía dark del ascendente Daniele Cipri, y al canalla funcionario cínico al perfecto servicio de los restos del trasalpino régimen democristriano; un subvertido ejercicio subversivo que une la sarcástica diafanidad oscura de la primera parte con la intrincada farsa deliberadamente quasi guiñolesca y grandilocuente de la segunda parte, incluyendo a su multiforme coda polivalente cual magno remate.

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La maldición consanguínea plantea un acertijo psicoanalítico que inaugural y simbólicamente abre tres veces la misma siniestra puerta de ingreso al convento-prisión del Inconsciente para remover los fantasmas de la represión y sus aberrantes castigos, los exacerbados espectros incallables de la atormentada psique italiana que siempre vuelven, cual retorcidos espíritus vampíricos convertidos en provectas caricaturas de sí mismos, siendo aún por ironía sensualmente codiciados en la posada de urgencia por las solteronas hermanas Perletti (Alba Rohrwacher, Federica Fracassi), o en la trattorìa danzante por las angelicales cantarinas de un omniturístico “Torna a Sorrento”, para hacer desembocar todos sus contenidos, con delicada música neobarroca de Carlo Crivelli y polirrítmica edición dulcísima/frenética de Francesca Calvelli y Claudio Misantoni, en una interconexión con claves objetivas y subjetivas, donde el impulso transgresor del deseo carnal se topa con una liberación tan crispada como la del arcaico vampiro que acude con su homólogo dentista ya dispuesto a perder uno de sus emblemáticos dientes, vencido por un Poder siempre devastador.

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Y la maldición consanguínea ha venido así a sustituir como tara nacional (“La sangre ya no tiene efecto alguno en mi, ese es el verdadero problema”) a la epilepsia expandida y aprovechada por el joven fratricida-matricida de una progenitora ciega en Con los puños en el bolsillo, sólo para que la hermosa mártir antirreligiosa Benedetta parezca emerger 400 años después milagrosamente ilesa y tentadora/retadoramente desnuda, rumbo a un empoderado destino reivindicador e incierto.

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FOTO: Sangre de mi sangre, con Roberto Herlitzka, Pier Giorgio Bellocchio y Lidiya Liberman se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 29 de junio./Especial

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