Marco Petriz, dramaturgo maldito
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El director y dramaturgo recibirá la Medalla Xavier Villaurrutia del INBA el 23 de noviembre en León, Guanajuato
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POR JUAN HERNÁNDEZ
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Marco Petriz lo persigue la violencia. El clima caliente y áspero y el olor a mar los lleva marcados en esa piel oscura y sudorosa. Anda descalzo o con huaraches de un material tan rudo como la realidad de su entorno. Vive en Tehuantepec. El corazón del istmo oaxaqueño. Entre el polvo y las corrientes de aire humedecidas y calientes, el hombre respira la vida de su raíz indígena y mestiza, que conviven a diario.
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A Petriz lo persigue la tragedia. La de las niñas violadas por algún miembro de la familia; ofrecidas al mejor postor por sus padres; la del muxe decidido a entregarlo todo, aunque reciba nada a cambio; la madre dispuesta a dar la vida por su vástago en desgracia; el odio-amor entre una señora y su hija, en una relación tan perversa que enchina la piel; o la leyenda de la llorona, el alma de una mujer que anda entre los vivos, y hiere con el dolor de su drama.
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Hace 30 años, Marco Antonio Petriz fundó el Grupo Teatral Tehuantepec. Con esta agrupación se ha convertido en un creador excepcional del medio escénico mexicano. Es peculiar porque su teatro no va detrás de las modas, ni hace caso a las pautas oficiales, ni busca el oropel de un medio ocupado en la exquisitez de su oficio.
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Petriz permanece en su guarida agreste, en el istmo mexicano; en donde se llena de vida, para luego llevar esa experiencia, potenciada, al teatro. El suyo es un “teatro del entorno”, pero no por eso limitado. La búsqueda artística del director y dramaturgo oaxaqueño tiene una identidad clara, pero su lenguaje, el que ocupa en su oficio, goza de universalidad suprema.
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La radicalidad de su posición como humano y artista presupone un ejercicio de expiación. Hay que moverse de la comodidad de las metrópolis híper modernas, para viajar hasta aquella región, en donde la vida aún implica una batalla brutal. Una tierra sacudida a diario por la fuerza de su cultura bronca y la accidentada geografía del subsuelo.
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Ayer pasé por Tehuantepec, La llorona, Fatalidad, Entre las cosas simples, Oscura ventana, Curandero de dios, La familia, En la sombra del viento, La casa de enfrente, El cuarto del fondo, Otro día de fiesta, y la más reciento 60 minutos, son algunas de las obras que se han ocupado de posicionar un universo marginal en el centro del mundo.
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La dimensión trágica del teatro desarrollado por Petriz es global, pero su mirada de occidente no está puesta en Europa, sino en la civilización negada del México profundo, de la que hablaba Guillermo Bonfil Batalla. A partir de esa cultura, en el corazón de la aún vibrante existencia zapoteca, el director y dramaturgo asienta su trabajo, para poner sobre la escena historias humanas desgarradoras.
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Agreste su teatro como su entorno, la concepción estética de Petriz no puede ser descontextualizada de la cotidianidad de Tehuantepec. Sus obras son creadas en un espacio que es determinante en el lenguaje. Es decir, el espacio como protagonista y no como un formato.
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A Petriz no le gusta el público escondido en la penumbra, sino el espectador cómplice. Ese que se atreve a tocar la híper realidad de su teatro, y a sentir la respiración y el sudor de los actores salpicando a diestra y siniestra; ese asistente activo del hecho teatral, que no teme a ser rociado por una explosión de agua o rozado por las sacudidas de los cuerpos en el éxtasis del drama. Y, sobre todo, determinado a posicionarse, de manera activa, en aquel ritual confesional, que es el teatro del tehuano maldito.
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Una vez que se ingresa a esa casa de Tehuantepec, ya no hay escapatoria. El teatro de Petriz resbala suave, al principio, para luego dar la estocada que traspasa los huesos. Historias verdaderas, redimensionadas por un teatro en el que no hay lugar para la simulación. Tragedias tan cotidianas que se vuelven invisibles, pero que en la escena explotan como una granada en el núcleo del alma y de la consciencia humanas.
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La primera obra conocida de Petriz fue La llorona, presentada hace algunos ayeres en la Muestra Nacional de Teatro (MNT), cuando este encuentro del teatro mexicano tenía sentido para el desarrollo de la escena nacional, antes de convertirse en instrumento de la retórica y la demagogia oficial, y rehén de un grupo de poder dentro de la escena teatral mexicana.
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La MNT, sin embargo, se dignifica este año, con la presencia del Grupo Teatral Tahuantepec, que escenificará la obra 60 minutos (reseñada en Confabulario, el 25 de junio de este año) y también al otorgarle la Medalla Xavier Villaurrutia a Marco Antonio Petriz (Tehuantepec, 1967), por sus aportaciones al teatro mexicano. Un reconocimiento oficial a un demiurgo radical y marginal. Un merecido homenaje a 30 años de trabajo continuo, en tierras agrestes, construyendo un patrimonio para la, esa sí, gloriosa cultura mexicana. Enhorabuena.
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FOTO: Fotografía de la puesta en escena de Oscura ventana. /Vittorio D’onofri
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