Marco Polo y su asombro ante el mundo
Escritas en las mazmorras de Génova hacia 1298, cuando esta ciudad había entrado en guerra contra Venecia, Las maravillas del mundo fueron ampliamente difundidas de mano en mano, ofreciendo la mirada mágica con que el mercader observó el continente asiático
POR RAÚL ROJAS
Se ha dicho de la Biblia que es “la más grande historia jamás contada”. Bueno, en ese caso quizá la segunda historia más grandiosa es la de los viajes de Marco Polo (1254-1324). El explorador veneciano fue un comerciante e inquieto aventurero que le reveló al europeo común y corriente la existencia de exóticas civilizaciones en Asia. Su estupendo relato nunca ha tenido un nombre definitivo. En algunos idiomas el libro se llama Los viajes de Marco Polo. En otras versiones más antiguas es El libro de las maravillas del mundo. En italiano se le ha llamado Il Milione, quizá porque a Marco Polo lo llamaban Emilione o por la fortuna que declaró haber ganado en China. Del relato existen diversas versiones y habría que advertir que es una obra basada en las remembranzas de Marco Polo, pero coloreadas por la pluma de Rustichello de Pisa, un ghostwriter cuya labor fue quizás darle un toque romántico y literario a lo que el explorador italiano le dictó en las mazmorras de Génova entre 1298 y 1299. Ahí habían ido a parar ambos durante la guerra entre Venecia y esa ciudad. Dado que en aquella época todavía no existía la imprenta, el manuscrito se propagó copiándolo de mano en mano, introduciendo multitud de errores con el paso del tiempo. A pesar de eso fue un éxito “de librería” y se tradujo a varios idiomas, aun en vida de Marco Polo.
Las maravillas comienza relatando la larga aventura del padre y tío de Marco Polo, que los condujo hasta Beijing, donde fueron presentados en la corte de Kublai, el Kahn mongol (el emperador). Kublai era nieto del legendario Genghis Khan. Debemos recordar que durante los siglos XIII y XIV los mongoles llegaron a dominar naciones que se extendían desde las costas del Pacífico, hasta partes de las actuales Rusia y Ucrania, incluyendo China y partes del subcontinente indio. Fue ese extendido imperio el que estimuló el crecimiento del comercio por tierra entre Europa y China, durante la llamada Pax Mongolica. Cuando se desmembró el imperio, los sucesores de Kublai Khan dieron origen a la dinastía Yuan, la cual gobernó China hasta 1368. Por eso, lo que Marco Polo describe en su libro son diversas culturas milenarias, como la persa, la armenia, tibetana y china, pero bajo el dominio mongol.
Marco Polo salió hacia Beijing en 1271, acompañando a su padre y a su tío de regreso a la corte de Kublai Khan. Se embarcaron hacia Palestina, recogieron aceite sagrado en Jerusalén y continuaron por tierra, siguiendo la legendaria Ruta de la Seda, un complejo de caminos que conecta el Medio Oriente con Persia, Uzbekistán y China, y llega hasta Beijing y el puerto de Hangzhou (cerca de la actual Shanghái). La ruta había ido expandiéndose desde la época del imperio romano, con obstáculos periódicos debido a guerras y la irrupción de nuevos pero fugaces señoríos. El viaje de los Polo hasta Kublai Khan duró tres años y medio. Marco Polo no volvería a ver Venecia sino hasta 24 años después de su partida, ya que se mantuvo 17 años al servicio del Khan, como enviado y consejero. Fue tan útil “que se le encomendaron misiones confidenciales a todas las partes del imperio” y llegó a ser funcionario estatal. Así conoció China y vio cosas que ningún europeo había descrito antes. Después de muchos años al servicio de la corte, a los Polo se les permitió regresar a Persia navegando desde China, acompañando a una princesa elegida para desposarse con el rey mongol Arghun, el gobernante de las provincias persas. En 1795, los Polo atracaron en Venecia, cargados de riquezas y de un cuarto de siglo de vivencias.
Las maravillas consiste en 205 capítulos miniatura, a veces de una sola página o de unas cuantas líneas, distribuidos en tres libros. Muchos de ellos sólo enumeran los productos de una ciudad o región y describen brevemente a sus habitantes. Pero otras de esas miniaturas se asemejan a las historias en las Mil y una noches, como aquella en la que Marco Polo relata que cuando los cristianos fueron conminados por el Califa de Bagdad a demostrar su fe en Dios moviendo una montaña, lo lograron, provocando un terremoto. En Armenia, supuestamente se encontraría la montaña donde reposó el arca de Noé después del diluvio. También en esa región habrían sido enterrados los Reyes Magos (aunque los alemanes dicen tener sus osamentas en la catedral de Colonia). En las montañas de Afganistán se podría atrapar caballos descendientes del famoso Bucéfalo de Alejandro el Grande. Aunque las ciudades que Marco Polo brevemente describe tienen nombres diferentes a los actuales, es fácil reconocer algunas como Bagdad, Basora, Mosul, y la isla de Ormuz. En todas las regiones del Medio Oriente que describe habría seda, oro, piedras preciosas y tejidos en abundancia. Pero se debe tener cuidado con la terminología anacrónica que Marco Polo utiliza desde el primer libro de Las maravillas: para él los musulmanes son “sarracenos” y a los mongoles los llama tártaros, vocablo que se utilizaba en Europa para referirse a invasores asiáticos de todo tipo, incluidos los mongoles.
Hay una historia en Las Maravillas que ilustra perfectamente cómo leyenda y realidad se interpenetran en las memorias de Marco Polo, embellecidas por la pluma de Rustichello. El veneciano relata que en lo que ahora es Irán, en el valle de Alamut, había existido un castillo erigido por el “Viejo de la Montaña”, de nombre Alo-eddin, el cual drogaba con opio a los miembros de su guardia militar para hacerlos disfrutar durante algunos días de las delicias de jardines y doncellas. Ya sobrios, les contaba que habían estado en el Paraíso musulmán y que él tenía el poder de admitirlos ahí. Esos guardias, a partir de ahí, no le temían a la muerte y se convertían en asesinos despiadados, con un Paraíso asegurado. Esa es la leyenda, pero resulta que en ese valle de Irán efectivamente existieron fortificaciones militares sobre la montaña, una de ellas llamada el Castillo de Alamut, desde donde una violenta secta dominó toda la región, construyendo baluartes adicionales. El castillo fue eventualmente arrasado por los mongoles y cuando Marco Polo pasó por ahí ya solo existía el recuerdo de los asesinos de la montaña.
El gran éxito del libro de Marco Polo se debe quizás a esa fluida transición entre realidad y ficción. Todo es grandioso, monumental, como la plataforma sostenida por cuatro elefantes en la que el Khan mongol se dirigía a las batallas. O la tienda de campaña donde residía la corte del emperador, en la “podían tener cabida diez mil soldados parados”. Según Marco Polo cada una de las cuatro esposas del Khan tenía “10 mil cortesanas, asistentes y eunucos a su servicio”. Mientras en el siglo XIII las repúblicas italianas reclutaban ejércitos de mercenarios de unos cuantos miles para combatirse entre sí, en China el ejército mongol movilizaba cientos de miles de soldados y “400 mil caballos”. No extraña que tanta abundancia de “realismo mágico” en los relatos haya suscitado la duda entre historiadores y expertos, de si efectivamente Marco Polo estuvo en China, o si acaso se limitó a recopilar historias que circulaban en Asia para resumirlas en su obra. ¿Estuvo Marco Polo en China?, es el provocador título de un libro que plantea precisamente estas interrogantes.
A estas dudas, el sinólogo Hans Ulrich Vogel, de la Universidad de Tubinga, contestó con su libro “Marco Polo sí estuvo en China”. El autor se basa sobre todo en el segundo libro de Las Maravillas, dedicado a Cathay, el antiguo nombre de China (el tercer libro está dedicado a la India y algunas otras ciudades). Según Vogel, habría tres claves en las Maravillas que revelan que Marco Polo no estaba simplemente reescribiendo historias obtenidas de segunda mano. La primera sería su descripción detallada de la elaboración de papel moneda en China, utilizando la corteza del árbol de la Mora. La segunda, su descripción de las conchas usadas también como sustitutos de las monedas en ciertas regiones de China. Y la tercera sería su detallado relato de la producción, transporte y consumo de sal en China, así como el cálculo de los ingresos que provenían de los impuestos por su comercio. Ningún otro explorador o misionero europeo había escrito sobre estas tres cosas con tanto detalle como Marco Polo. Es decir, no puede haber copiado a nadie, debe haber sido testigo directo.
El uso de papel moneda en China es anterior al imperio mongol, aunque Marco Polo lo llama “el papel moneda del Khan”. La idea de utilizar promesas de pago impresas en papel ya existía desde mucho antes de que los mongoles conquistaran a los chinos. Sólo un gobierno fuerte y centralizado, como el de China, podía hacer obligatoria la aceptación de billetes en lugar de monedas. Marco Polo explica cómo los soldados eran pagados de esa manera, también los comerciantes extranjeros, quienes antes de salir del imperio mongol intercambiaban sus billetes por mercancías. Para los lectores italianos de Las Maravillas, dispersos en multitud de ciudades-estado, el papel moneda debería haber parecido otra fábula más de Marco Polo. Y es que no fue sino hasta el siglo XVI que en Europa se comenzaron a difundir las notas de pago respaldadas por oro, un predecesor de las notas bancarias. Para los lectores, aun más exóticas serían las conchas de moluscos o las galletas de sal comprimida que tenían el mismo objetivo: servir de medio de pago para sustituir a los metales preciosos.
Kenneth Rexroth ha dicho que Marco Polo describe lo que vio como una especie de científico social. No coincido: el veneciano describe lo que vio como un novelista y su admiración por Kublai Khan y su corte es a veces ingenua y desmedida. Marco Polo cuenta, por ejemplo, cómo el Khan cada dos años mandaba “recolectar” 400 o 500 mujeres de la provincia para estimar su belleza y su “precio” en carates. Las más “valiosas” pasaban a formar parte del harem, el resto se distribuía entre los funcionarios de la corte. Según Polo, las familias de esas mujeres quedaban muy satisfechas con el rapto. Además los siete hijos legítimos del Khan gobernaban cada uno “extensas provincias y regiones con sabiduría y prudencia, como es de esperarse de los descendientes de aquel cuyos grandes talentos no han sido superados … por nadie de la raza tártara”. Y si el gran Khan ocasionalmente caía bajo la influencia de sanguinarios traidores, es porque utilizaban conjuros mágicos para obtener su aprobación. Claro que el Khan era muy querido por sus súbditos que le hacían llegar cien mil caballos al inicio de cada año nuevo lunar. Ese día, los 5 mil elefantes del emperador, cubiertos de seda y oro, eran mostrados en procesión.
¿Cómo podían los mongoles mantener control de un imperio tan vasto, quizás el imperio contiguo con la mayor área que haya existido? Marco Polo relata que de Beijing salían caminos hacia todas las regiones y que cada 25 o 30 millas había estaciones de relevo, con caballos y habitaciones. Los mensajeros y embajadores podían cambiar de caballo en cada estación y continuar su viaje. 10 mil edificios fueron construidos con ese objetivo y por lo menos 200 mil caballos estaban distribuidos en las postas. Según Marco Polo, no había carencia de mano de obra para todo esto, ya que cada musulmán podía tener seis u ocho mujeres, lo que garantizaría una abundante descendencia. Con ese sistema de postas, cualquier cosa entregada en la mañana en el palacio de Kanbalu (el nombre antiguo de Beijing), podía estar en la tarde del día siguiente en Shan-du, el palacio de verano del Khan, a 400 kilómetros de distancia.
¡Ah, Shan-du! Es éste el mítico Xanadu, inmortalizado por el poeta Samuel Taylor Coleridge con unos pocos versos que escribió aun bajo los efectos del opio. Según Marco Polo, el palacio en Shan-du estaba rodeado por una muralla “con un perímetro de 16 millas. Dentro de los jardines hay arroyos y lagos con hermosos prados, con todo tipo de animales … que el emperador ha colocado ahí para alimentar a sus halcones gerifaltes y peregrinos … a veces el Khan cabalga por el parque con un leopardo montado en las ancas del caballo. Si ve algún animal que le interesa azuza al leopardo para que lo mate y le sirva de alimento a los halcones”. De Xanadu quedan hoy sólo ruinas, aunque los arqueólogos mongoles se han esforzado en recuperar el trazo de lo que fue la primera capital de Kublai Khan. En la segunda capital, en Beijing, se piensa hoy que las ruinas del palacio del Khan han quedado sepultadas bajo la formidable Ciudad Prohibida construida por la dinastía Ming.
Todo esto y más es lo que nos relata Marco Polo en las páginas de su libro. Alguna vez leí que cuando los judíos polacos abandonaban Varsovia para ir a América, a principios del siglo XX, eran despedidos por sus familiares para siempre, “como si fueran a la luna”. ¿Qué decir entonces de los Polo que tardaron tres años y medio en viajar de Venecia a Beijing? ¿Qué corazón de aventurero se necesita para acometer una empresa de esa magnitud? Quizás el de un James Cook, de un Magallanes, o de un Cristóbal Colón, de quien se dice que partió a descubrir la ruta hacia las Indias con sus mapas e instrumentos a bordo, además de una copia del Libro de las maravillas del mundo.
Y la leyenda continúa. Apenas en 2006, la Unión Astronómica Internacional le confirió el nombre de Xanadu a una porción de la superficie de Titán, una de las lunas de Saturno. En ese nuevo Xanadu también fluyen caudalosos ríos, pero de metano y etano, que van rompiendo las dunas de arena en la penumbra onírica de los confines del sistema solar.
FOTO: Rustichello de Pisa fue el encargado de ilustrar las historias de Marco Polo, a las que también añadió un toque de fantasía/ Crédito de foto: Especial
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