Maren Ade y el humor femenino
POR JORGE AYALA BLANCO
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En Toni Erdmann (Alemania, 2016), hilarante opus 3 de la autora total germana en máximo ascenso a los 40 años Maren Ade (El bosque para los árboles 03, Entre nosotros 09), intempestivamente multipremiada por todas partes y considerada como la mejor película del cine europeo de 2016 pese a sus casi 3 horas de duración (de las que en rigor no le sobra ni medio minuto a su intelectualizada picaresca), el solitario músico jubilado pero virulento bromista compulsivo Winifred Conradi (Peter Simonischek transformista sensacional) que gusta de ponerse peluca y postizos dientes salidos para convertirse en su imaginario hermano expresidiario Toni Erdmann al recibir del aterrado carterito un paquete-bomba o bulto-porno, que es abandonado por su último alumno particular (“¿Qué voy a hacer con el piano si sólo lo compré por ti?”), que labora como clownesco animador en colegios o en casas de retiro, y que soporta las enfermedades terminales de su anciana madre y de su perro Willi a quienes ya debería llevar a dormir eternamente, para colmo sólo puede mantener una relación muy distante, a través de Skype, con su abrumada y amargosa hija ejecutiva y asesora de una transnacional petrolera especializada en despedir masivamente trabajadores de países atrasados Inés (Sandra Hüller), estirada repelente siempre pegada al celular, por lo que, en sendos atareados días de la mujer intentando adelantarse a los deseos de un poderoso cliente difícil (Michael Witterborn), el pobre sexagenario viaja a visitarla en el posdictatorial subdesarrollado Bucarest, creyendo sobreponerse así al vacío causado por la irreparable pérdida de su can, su semejante, su hermano, pero apenas consigue ser relegado en manos de la linda subalterna local Anca (Ingrid Bisu) y fugazmente acompañar por fin a su hija a una recepción formal en la Embajada Americana, de la que él discretamente se burla desde su irreprimible fuero interno, pero luego, tras hacer la finta de despedirse muy de mañana, vuelve a las andadas, ahora sí invasor, agresivo e inesperado, para intervenir las solemnes relaciones impersonalizadas que Inés (“¿Eres realmente humana?”) mantiene con dos colaboradoras idiotizadas, aunque también con su acartonado jefe calculador Gerald (Thomas Loibl) y con el frío colega-su seudogalán a quien ella prefiere verlo retorcerse onanista que ofrecerle sexo Tim (Tryston Putter), si bien permitiendo, entre fascinada y ofendida, que su padre mascota le sabotee todos sus nexos, por medio de bromas pesadas y grotescas mofas desatadas, bajo su incontrolable identidad de Toni Erdmann, ora embajador alemán en limusina, ora consejero empresarial llamando la atención con un cojín tirapedos, ora aspirante a gran asesor más eficaz que ella misma presentada bajo el añadido indefinido de Schnuck, haciéndola convivir con sus víctimas rumanas y obligándola a homenajearlas con un canto a grito pelado, hasta lograr contagiarla en verdad, y arrancarle una sonrisa-escama descarnada a la dura piel del humor femenino.
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El humor femenino desolemniza, satiriza, muerde, picotea y pone en irrisorio/autorrisorio ridículo cualquier esprit de sérieux tecnocrático o de seriedad auténtica en las altas esferas del poder económico-político, a través de la envoltura irresistible de ese inventivo compendio de la comicidad popular (un Jerry Lewis de El profesor chiflado con ufanos dientes rampantes) y la culta comedia de situaciones (Mae West con el sarcasmo hiriente a flor de labio, un alter ego del arribista Zelig de Woody Alien) y de la fantasía aterrada (un Mr. Hyde que cada vez se traga más al Dr. Jekyll), de ese omniburlesco y aristofánico resumen de la bufante Historia bufa (de la ópera buffa a la farsa Una noche en la ópera de los Marx), archianarquista instintivo, de ese patético Nazarín que con sus bromas provoca el verdadero despido de un infeliz en el yacimiento petrolero (“Mientras más despidos haga él, menos tengo que hacer yo”) además de involuntariamente cruel (“Traduzca por favor: nunca pierda el sentido del humor”), y toda esa impostura innominada en contraste con las crisis de la patética feminidad más hiperenajenada de nuestros días.
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El humor femenino describe, expresa y propicia la crisis emocional de sus personajes como un proceso que jamás estalla hacia afuera de ellos, hacia el ambiente o la sociedad que los contiene y oprime, sino al interior, sino haciendo implosión de las maneras menos previsibles o comunes, y como en los anteriores relatos de la cineasta Ade, ya verdaderos portentos de virtuosística dirección de actores, a los que prolonga filosófica y existencialmente cual serie de extravíos, pues en El bosque para los árboles una acomplejada maestrita pueblerina con pavorosos problemas relacionales se ganaba tanto el desprecio fascistamoral de una canettiana muta de caza de sus colegas como el de una vecinita elevada a sucedáneo sexual, pues en Entre nosotros los encuentros anodinos de dos parejas vacacionistas provocaban un secreto pero vigoroso drama de identidades, rumbo al metafórico exorcismo de víboras de Toni Erdmann donde la hija acaba humillando a todos sus colegas (esos sometidos que compartían coca y eyaculaban champaña) al celebrar su cumple con una fiesta al desnudo, y el padre acaba llorando en un parque bajo su disfraz asustatodo de monstruosa bestia peluda.
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Y el humor femenino vuelca la totalidad de su razón subversiva y de su enérgica sabiduría virulenta en las evidencias ancestrales de que en toda broma hay algo más que una verdad oculta, púdica, travestida, malvada, autodirigida y funeraria, como un desafiante rallador de queso, o un huevo de Pascua malpintado a mano, o el epílogo mostrando a Inés al ponerse los dientes saltones paternos en el sepelio de la abuela y habiendo cambiado ya de empleo degradante; una befa liberadora, refrescante y estallada a contracorriente, explotándole en plena faz a la vileza del poder y a cualquier infame proceso de modernización ultratecnológica.
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