Zoología del horror latinoamericano
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Pelea de gallos, de la ecuatoriana María Fernanda Ampuero, privilegia la presencia de personajes animales para llamar a la violencia por su nombre
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POR ALEJANDRO ESPINOSA FUENTES
Comentaba la escritora argentina Valeria Correa Fiz que cada vez hay más libros de cuentistas latinoamericanas con animales en el título. El matrimonio de los peces rojos de Guadalupe Nettel; Pájaros en la boca de Samanta Shweblin; El perro que comía silencio de Isabel Mellado; La condición animal de la misma Valeria Correa Fiz. Como si el delirio y el horror se reflejaran con más fidelidad por medio de las bestias. No es que la cruda realidad tenga que ser encubierta, sino que la incomprensión de la desgracia ha llegado a tal extremo que sólo a través de criaturas inocentes e instintivas podemos matizarla.
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Así sucede en Pelea de gallos, primer libro de cuentos de la experimentada periodista María Fernanda Ampuero. La ecuatoriana, harta de los eufemismos de la prensa, considera que hay que llamar a la violencia por su verdadero nombre. Las palabras exactas. Nombre y apellidos. Sin maquillaje ni edulcorantes.
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En contra de esa idea tan de moda de que para que la gente asimile la verdad hay que dosificarla o mezclarla con un componente dulce y esperanzador (premisa que en Stranger Things ejemplifican con vodka y jugo de arándano), la ecuatoriana busca nombrar el horror en un instante crudo y demoledor, sin pedir permiso ni dar advertencias.
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En Pelea de gallos lo logra. Si nos atenemos al símil pugilístico de Cortázar para diferenciar cuento y novela (donde la novela gana por puntos y el cuento por knock-out) los de María Fernanda Ampuero ganan con un bazukazo o una explosión que deja la mente adolorida y exhausta. Es cierto que todas las piezas del conjunto demuestran una estructura clásica, pero el eje temático de este libro (la monstruosidad como consecuencia de la pérdida de inocencia) nunca relaja a los lectores en su zona de confort ni produce un solo párrafo inofensivo.
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La capacidad de Ampuero para construir imágenes traumáticas —un cinturón de cabezas de gallitos, trocitos de hámsteres devorados— sólo la dominan autores de la estirpe de Osvaldo Lamborghini. Pero los cuentos de Ampuero tienen algo más, una apuesta moral semejante a la de Flannery O’Connor, un debate con la fe, “el sentimiento más enclenque”, y la superstición de los desgraciados. Por suerte, la prosa es lo suficientemente breve para preservar el silencio de las moralejas, un silencio de talante carveriano, frío y desafiante.
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Pelea de gallos debe leerse en intervalos reflexivos. La disposición de los cuentos no pretende cavar más y más hondo en un abismo, sino que busca manifestar las voces desde diferentes perspectivas: subastas de gente secuestrada, violaciones sistemáticas y opresión de las criadas, madres devoradoras, violencia mal llamada “amor”, pérdida del hogar y de las promesas, fracasos familiares y la bella empatía de los abandonados.
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A ratos puede resultar cansina la autocompasión de los protagonistas, pero tres cuentos se rebelan a la posibilidad de una lectura monotemática: “Monstruos”, “Nam” y “Crías”. Uno de los tres es el mejor cuento que he leído en lo que va del año. Y eso que últimamente proliferan los cuentistas superdotados. Quitas una piedra y salen diez nuevos cuentistas profundos, sintéticos, inteligentes, “herederos de Chejov, de Rulfo, de Borges, de Carver”.
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Entre tanta maravilla y aplauso unánime, como lector se agradece una voz que resulta, además de talentosa, inconfundible. Sólo Ampuero escribe como Ampuero, y eso me da ilusión y ansias por conocer su próxima colección de horrores, tan crueles como reales.
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FOTO: Pelea de gallos, María Fernanda Ampuero, Madrid, Páginas de espuma, 2018.
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