“En el mundo actual no se puede prescindir de un buen diccionario como el María Moliner”: Inmaculada de la Fuente
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Para Inmaculada de la Fuente, biógrafa de María Moliner, esta filóloga es la mujer más significativa del siglo XX español por su incansable labor educativa a pesar de la censura franquista y del escaso reconocimiento que en vida le otorgó la Real Academia Española
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POR JOSÉ JUAN DE ÁVILA
María Moliner medía apenas 1 metro 58 centímetros, un poquito más alta que Marilyn Monroe; pero su grandeza se puede definir más o menos con arriba de cien mil palabras en español. El 22 de enero pasado se conmemoró el 40 aniversario luctuoso de la aragonesa, única mujer en la historia que ha dado su nombre a un diccionario, el Diccionario de uso del español (DUE), el María Moliner, como se le conoce, que cumple 55 años y cuya cuarta edición, que celebra su medio siglo, llega tarde a México.
Inmaculada de la Fuente, autora de María Moliner: El exilio interior (Turner, 2017), resume en entrevista desde España el valor de esa obra magna publicada por Gredos en noviembre de 1966 (y completada en 1967), que absorbió la vida de la lexicógrafa, irónicamente víctima en sus últimos años de alzheimer: “No se puede prescindir de un buen diccionario” como el María Moliner, que “puede llegar a cautivar y a entretener”.
Con más de medio siglo de existencia, la ironía se sigue manifestando en esa obra: cuando se debate sobre el lenguaje incluyente en la reedición de la batalla de sexos, es paradójico que un diccionario, género gramatical masculino, se llame el María Moliner.
La cuarta edición en dos volúmenes y anexo sobre lexicografía y gramática en el DUE, incluye un prólogo de la mallorquína Carme Riera, miembro de la RAE desde 2012, privilegio negado a Moliner (Paniza, Zaragoza, 30 de marzo de 1900-Madrid, 22 de enero de 1981) y a mujeres hasta 1978 con el ingreso de Carmen Conde; en 300 años, sólo ha habido desde entonces una docena de académicas; hoy, sólo hay 8 de 46 sillas.
La obra, “el mayor esfuerzo del siglo XX en la renovación de la definición lexicográfica”, que suma ya 92 mil 700 entradas, se sometió a un profundo proceso de revisión y actualización; el apéndice de gentilicios y sus topónimos superó las 12 mil entradas y los adverbios terminados en -mente suman ya 2 mil 200, además de que se adaptó a las normas gramaticales de la edición de 2010 de la Ortografía de la lengua Española.
La vida y legado de su autora han llegado al teatro, dramatizados en El diccionario (2013) por el español Manuel Calzada Pérez, con puesta en escena en México de Enrique Singer para la Compañía Nacional de Teatro, protagonizada por Luisa Huertas, que se repuso dentro de la pandemia durante mayo, en el escenario del teatro Héctor Mendoza.
De la Fuente, autora de Mujeres de la posguerra (2002, 2017), La roja y la falangista (2006) y Las republicanas “burguesas” (2015), destaca el ejemplo profesional e intelectual para mujeres y hombres que es Moliner y recuerda que su primera aproximación a ella fue su diccionario, en su etapa universitaria, gracias a un profesor.
La periodista escribió esos ensayos y biografías de mujeres con anterioridad, y buscaba un personaje emblemático de los años de la España de la dictadura. Un perfil de mujer.
“Había muchos nombres, pero no quería repetir el esquema de ensayo literario e histórico coral abordado en Mujeres de la posguerra (Planeta, 2002, Sílex, 2017) en torno a escritoras e intelectuales de los años cuarenta y cincuenta y del exilio. Entendí que Moliner era la mujer más significativa e influyente de ese siglo y que apenas se sabía nada de ella. Ni siquiera tenía biografía, aunque sí trabajos de tipo biográfico o sobre su obra de carácter académico. Inconcebible. Así que decidí escribirla”, explica.
Menciona en su libro que Moliner es más que el DUE, sin embargo este es tangible, se puede consultar. ¿Cómo valorar en la actualidad lo que María Moliner hizo, por ejemplo, respecto a las bibliotecas?
Formada en el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza, conoció directamente a Giner de los Ríos y a Manuel Bartolomé Cossío (su mentor) y buscó en sus estudios y en su trabajo la excelencia. Como bibliotecaria quería que los libros circularan, que se leyeran, que fueran a cualquier casa, no importa que fuera la más humilde o que esta estuviera en un pueblo medio abandonado. Fue en Valencia, al inicio de los años treinta, cuando fue sacando adelante estos afanes, a través de las Misiones Pedagógicas. La llegada de la Segunda República, con un proyecto reformista y modernizador, haciendo hincapié en la educación (también de la mujer) y la cultura, fue el escenario que permitió a Moliner llegar a los pueblos con las bibliotecas circulantes (lotes de libros que se renovaban cuando los vecinos los leían o se retiraban si no se interesaban por ellos; nunca se regalaban).
Además de esta labor educativa de difundir la lectura y rebajar el analfabetismo, en 1936 fue nombrada directora de la Biblioteca Universitaria de Valencia. Desde este cargo aseguró y protegió las grandes obras e incunables de los bombardeos de los sublevados durante la Guerra Civil. Dirigió además la Oficina de Adquisición de libros y Cambio Internacional y otras responsabilidades. En esos años el gobierno se había trasladado a Valencia y el contacto con sus superiores era estrecho e inmediato, y no desaprovechó la ocasión para proponer un Plan para reorganizar las bibliotecas del Estado, conocido como Plan Moliner (1937), una forma racional de que los libros circularan y llegaran a más lectores.
En un mundo conectado por internet en que los jóvenes ya no recurren a un diccionario físico y optan por, por ejemplo, Wikipedia, ¿cuál es la trascendencia y relevancia del María Moliner, que justo se reeditó por cuarta ocasión en 2016?
El mundo online permite acceder a los diccionarios de otra forma, buscando palabras, acepciones, aproximándose al concepto buscado o al término preciso. No se consulta ya tanto en papel, pero no se puede prescindir de un buen diccionario, sobre todo si se trata de un profesor, un traductor, un escritor o un periodista. El María Moliner, además, tiene una gran información lexicográfica. Puede llegar a cautivar y hasta entretener.
Usted sostiene que Moliner no tenía posiciones radicales. ¿El Diccionario no es una posición radical?
No tenía posiciones radicales en política, o no quería definirse de forma tajante, por su sentido de la independencia o por un deseo de actuar de forma profesional en su tarea como bibliotecaria. Pero sí buscaba la raíz de los problemas en temas de educación o como responsable de Misiones Pedagógicas, y ahí sí proyectaba su pensamiento y acción con rotundidad. Era más de hechos que de definiciones y durante la Segunda República asumió su política de regeneración cultural, de transformación social a través de la educación. Ella misma y su marido crearon en Valencia, con otros matrimonios de ideas afines, la Escuela Cossío, basada en la pedagogía de la Institución Libre de Enseñanza. Estoy de acuerdo en que afrontar el Diccionario, con 51 años, fue arriesgar todo su saber en una empresa titánica, inacabable. Sin medias tintas ni atajos. Lo radical fue plantearse este reto, algo que nadie le pidió y que la llevó a volcar su talento en esta obra (su principal obra, según reconocería ella) durante el resto de su vida. Porque un diccionario no termina nunca y tras la primera edición abordó la segunda. “Si no me muriera –decía– estaría siempre añadiendo palabras a mi Diccionario”.
¿De qué manera cree que Moliner influyó en el feminismo en España y América Latina, sin ser activista feminista como se concibe en la actualidad el término?
Realizó una proeza inusual y puso el listón muy alto para mujeres y hombres. Es un ejemplo muy potente de tomarse la vida profesional e intelectual en serio, de llevar a término lo proyectado por arduo que sea. En su caso para no quedar atrapada en la melancolía “de las energías no aprovechadas”, dejando pasar oportunidades que no volverían. Era diligente, metódica, con ganas de hacer y dejar su sello. Un icono para cualquier mujer, y más si es intelectual, de nuestro tiempo, y, desde luego también para cualquier hombre.
Sin la “depuración” y censura que sufrió Moliner, ¿cree posible que habría llegado también a concebir y emprender el DUE o éste es una consecuencia de esa “depuración” y censura, del franquismo?
La derrota de sus ideales en 1939 y la pérdida de 18 puestos en el escalafón, con el veto a tener cargos de confianza en el futuro, limitaron su avance profesional. Su respuesta fue hacer algo más, buscar un nuevo desafío. En ella ya estaba el germen de hacer, si no un diccionario, sí algún proyecto divulgativo relacionado con el idioma y la gramática. De niña recibió lecciones de Américo Castro, y le llamaba la atención que fuera igualmente correcto escribir “Yo fui la primera que llegué a la casita” o “Yo fui la primera que llegó a la casita”. Estos misterios o disyuntivas gramaticales le atraían.
Conocía el Diccionario de la Real Academia (en la actualidad Diccionario de la Lengua Española, DLE) a fondo desde sus tiempos de estudiante de secundaria, ya que trabajó para el EFA (Estudio de Filología de Aragón) para sufragarse la carrera, y disponía de herramientas mentales para llevar a cabo lo que hizo. El exilio interior o el ostracismo profesional supusieron la oportunidad para que saliera a la superficie ese saber oculto. No descarto que se hubiera atrevido a hacerlo de todos modos, aunque no hubiera sido rebajada en su profesión. En el caso de haber tenido tiempo, desde luego.
Señala que Moliner tuvo con el DUE un deseo de ordenar, organizar el mundo con palabras. ¿Fue esta su respuesta a la barbarie que vivió con la guerra civil y la posterior dictadura?
Era una actitud que venía de antiguo. Reordenar el mundo con palabras, ya desde su juventud; darle a la gente la herramienta de la cultura para superarse y sobrevivir. Lo llevó a cabo desde sus diferentes tareas. Tras la Guerra Civil y la derrota, y la posterior dictadura, le tocó reconstruir aquellos primeros objetivos, no dejar el caos a su suerte. Su primera idea fue hacer un diccionario práctico, casi un manual, para extranjeros que estuvieran aprendiendo el castellano y quisieran usarlo bien, o para hablantes del español que desearan emplear mejor su lengua. Luego su investigación se fue complicando y adquirió dimensiones arborescentes: familia de palabras, catálogo de palabras afines, etimologías… El Diccionario que terminó era otro: mientras lo redactaba ella misma aprendía y se reafirmaba en su tarea. Una empresa colosal.
¿Cómo relacionaría ese deseo, obsesión, tesón, dedicación de Moliner respecto a personajes de la historia de España como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila, con el misticismo pues, con una actitud mística ante el mundo?
En ella supuso un empeño, un esfuerzo intelectual obstinado, tenaz, metódico. Un indudable sacrificio de su tiempo y su descanso. En ese sentido se podría decir que su trabajo adquirió una dimensión espiritual, casi religiosa. Ella asociaba su tenacidad a su origen aragonés, y su humor era desde luego muy baturro. Era una persona realista, aunque compleja, y no hablaría de misticismo (algo claro en Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz), pero sí de compromiso con su conciencia y con sus convicciones más íntimas. Podría enlazar con Santa Teresa en que a ambas no les gustaba hacer por hacer y no se arredraban ante las dificultades. Como lectora sí apreciaba a ambos místicos.
El DUE ya pasó el medio siglo, acaba de llegar a México con retraso la edición del 50 aniversario. ¿Por qué es necesario ahora un diccionario de uso del español, como el María Moliner?
Por su riqueza, su capacidad de llevar de la idea a la palabra y viceversa y la variedad de sus acepciones, así como el rigor e ingenio de definiciones obsoletas del DRAE que Moliner redactó de nueva planta, adelantándose al entonces lento trabajo de los académicos.
No hallé ‘sombras’, ‘claroscuros’ en su biografía sobre Moliner, aspectos negativos de su personalidad o carácter, de sus acciones, tan minuciosa en detalles como su formación académica. ¿A qué se debe esto?
Hay una simbiosis entre su cara profesional y la personal, porque ambas se nutrían. Se reflejan la una en la otra. Aparece así como una mujer segura de sí misma que busca avanzar en la vida profesionalmente, algo puntillosa a fuerza de perfeccionista, y con un perfil adelantado y diferente al de las mujeres de su generación (sus retos eran otros). Es una vida canónica y coherente en el campo profesional (pero dispuesta a vivir el rol de madre y esposa conforme a la época, aunque contara con ayuda doméstica externa). Con los pequeños defectos propios de un carácter exigente (levemente irónico), complejo y con una mente lógica poco común.
Usted señala que Moliner padeció en su casa lo que decía Virginia Woolf, la carencia de “una habitación propia” para emprender su Diccionario. ¿De qué manera cree que eso influyó sobre el Diccionario y para que no incursionara en otros ámbitos, por ejemplo, como en la novela o en escribir su autobiografía?
No la veo planteándose una obra de ficción. Sí podría haber emprendido una tarea didáctica, o haber escrito algún libro de texto. Al optar por el Diccionario, ella misma confesó después que aunque al iniciarlo no fue consciente, respondía a una necesidad íntima profunda, en cierto modo radical, de acercarse e interpretar la existencia. En su casa ciertamente su marido, catedrático de Física, tenía despacho, aunque no lo usaba a diario por estar destinado en Salamanca, pero ella prefirió no utilizarlo y acomodó sus fichas y libros de consulta en la mesa del comedor (que, salvo para las comidas principales, sólo utilizaba ella).
¿Cómo vincularía a Moliner con las jóvenes en la actualidad y la lucha por los derechos? ¿De qué manera ella, su vida y su Diccionario repercuten o pueden repercutir en esa lucha, en un mundo donde la violencia hacia la mujer está más expuesta por los medios, sin mucho éxito para erradicarla? En su opinión, ¿reivindicó con su Diccionario, aun de manera metafórica, a la “ama de casa”, trabajadora, creadora, ignorada hasta apenas hace algunos años en el mundo?
Ya en el Diccionario sus definiciones (sobre la mujer, los estereotipos y prejuicios femeninos o las tareas caseras supuestamente propias de ellas) eran más equilibradas, progresistas o claras que las equivalentes en las ediciones del DRAE anteriores o contemporáneas a la primera del DUE (1966-1967). El DRAE luego ha seguido su senda en muchos de estos aspectos. Una contribución a crear arquitecturas mentales en la sociedad y la educación en pro de la igualdad, la justicia y la dignidad de la mujer. La propia Moliner valoraba a la mujer profesional, y en esa esfera mantenía la igualdad con sus compañeros. En su vida personal y familiar era una compañera, madre y luego abuela cariñosa, como se esperaba de ella, que conciliaba sus aspiraciones con los cuidados. Pero no le gustaban ni la cocina ni las tareas domésticas, aunque se ocupara de la ropa y sobre todo de los estudios de sus hijos.
¿El rechazo de los académicos de la RAE a incorporar a la institución a Moliner se debió a misoginia realmente o a envidia, como parece ser el caso de Camilo José Cela, o ambos? Además de un sillón ¿qué le debe la Real Academia a ella?
Fue misoginia, endogamia masculina confirmada durante siglos y un reconocimiento tibio a María Moliner como autora del DUE. La idea era dejarla entrar, a ella o a alguna otra que viniera después, pero esto no corría prisa. En Cela había condescendencia y desgana: primero tenían que tener sillón otros aspirantes de su interés, hombres todos ellos. Y Emilio Alarcos, que también se presentó en 1972 y era un prometedor lingüista, concitó las preferencias de los diferentes sectores de la Academia. Una injusticia para Moliner que hoy día ha sido rebasada por el reconocimiento que su figura y su obra han alcanzado en los últimos años. No necesita ya ningún sillón porque su nombre se multiplica en bibliotecas, colegios y otras instituciones. Los hispanistas y algunos escritores como Gabriel García Márquez fueron los primeros en reconocer la obra del DUE y ese descubrimiento fue llegando a la RAE y a otras instituciones homólogas.
El alzheimer es una ironía más en la vida de Moliner, ¿cómo interpreta usted este desenlace en una vida de dedicación, quizás obsesión, para dar forma a una suerte de novela para no olvidar lo que nos dicen las palabras en toda su extensión?
Una ironía y una cruel paradoja. Tuvo en su cabeza todas las palabras usuales o inusuales, con sus nexos internos y sus infinitas combinaciones, y todo eso murió en los últimos años. Las flores y los pequeños paseos en su casa sustituyeron a las palabras. A fin de cuentas, eso es morir, apagarse, aunque en su caso este proceso se adelantara a su desaparición final. Su obra es la que sigue presente en nuestras vidas y le proporciona este merecido reconocimiento tardío.
FOTO: María Moliner, quien en 1966 editó el primer volumen de su Diccionario en 1966, y un año después publicó la segunda edición /Crédito: Universidad de Salamanca.
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