Mariana Castillo Deball: Lo no dicho, lo insólito, lo desconocido

May 31 • destacamos, principales, Reflexiones • 4136 Views • No hay comentarios en Mariana Castillo Deball: Lo no dicho, lo insólito, lo desconocido

 

MARISOL RODRÍGUEZ

 

Es una práctica relativamente reciente la de ordenar los objetos del pasado en vitrinas, integrarlos a una narrativa nacional y presentarlos siguiendo una cronología lineal para con ellos ilustrar la historia del nosotros y el ellos. El Museo Nacional de Antropología se fundó apenas en 1964 y a sus puertas, más como artificio turístico que como efigie precolombina, se posa Tláloc, el monolito de 167 toneladas que después de descansar por quince siglos en el pueblo de Coatlinchan, Estado de México, fue trasladado sobre un tráiler especial para adornar la entrada del edificio inaugurado por Adolfo López Mateos.

 

Mariana Castillo Deball nació en 1975, once años después de los aguaceros que se desataron en Coatlinchan y en el D. F., el primero marcando, según la mitología popular, la despedida y el segundo la ira del coloso a su llegada a la ciudad. La atan al título de artista sus diplomas de la Escuela Nacional de Artes Plásticas (México) y de la Jan van Eyck Akademie (Holanda), pero la etiqueta sirve poco para describir su obra profusa, que escucha pero también contribuye al diálogo, que cuestiona pero también aporta nuevos modos de representación y que investiga pero también crea conocimiento.

 

Si de un lado se encuentra la verdad y en el otro la ficción, la obra de Castillo Deball se inscribe en el espacio que ambas esferas comparten cuando colisionan en los museos, los archivos y las historias oficiales, los espacios donde las metanarrativas de lo nacional toman forma. En cada caso, será ella la que notará y amplificará este choque para mostrarnos al interior de la grieta la historia detrás de la historia.

 

Arqueologías del pasado contemporáneo

 

Estas ruinas que ves se inauguró en el Museo de Arte Carrillo Gil, en la ciudad de México, el 8 de noviembre del 2006. La desmenuzo apretadamente aquí para comprender la obra de Castillo Deball. Las piezas que se presentaron entonces eran insinuaciones que cobraban sentido al escucharse la audioguía que acompañaba el recorrido.

 

En ella, con el tono y ritmo de una narración institucional, melódica y ceremoniosa, se contaba no la historia tras la exhibición o su significado, sino otras anécdotas. “El desciframiento de la escritura maya por el lingüista ruso que nunca visitó México, la aparición de la virgen en los pasillos del Metro, de cómo empezó a llover cuando el dios de la lluvia (el monolito de Coatlinchan) llegó a la ciudad de México, el itinerario de la Piedra del Sol a lo largo de los siglos, el falsificador que pidió un pedazo de arcilla en prisión para demostrar su maestría, el presidente que se creía la reencarnación de Quetzalcóatl, la patrulla que aterrizó en la base de una pirámide, el arqueólogo que protegía sus hallazgos con dinamita y un letrero anunciando peligro”.

 

El compendio registrado en sonido resultaba entonces tanto informativo como divertido, tal vez porque solo a los mexicanos nos divierten de singular modo nuestras tragedias: las pifias que plagan nuestras instituciones, el sentimentalismo kitsch de nuestra sociedad o la anacronía de nuestras políticas culturales. Estos absurdos se exploraban además en la publicación que acompañó la muestra.

 

Así, desde tres plataformas, se desarrollaba Estas ruinas que ves. En la primera, el espacio expositivo, donde el espectador se enfrentaba a un residuo, un objeto fantasma, motivo recurrente en la obra de Castillo Deball, quien vuelve con frecuencia al registro de las ausencias, acentuando en cada ocasión que, en la historia, lo que hay y lo que se conserva es tan importante como lo que ya no existe y lo que se descarta; en la segunda, la audioguía, una advertencia. La automatización del significado que se procesa genéricamente —la misma voz, el mismo tono— y se difunde a través de un medio sordo.

 

Las vitrinas se encontraban vacías de objetos, no así de un sentido construido con sonido que mutaba una vez más al enfrentarse a los textos que componen la tercera plataforma, el libro.

 

Llamarle catálogo sería una simplificación. El libro homónimo a la exhibición —y esta homónima a la novela de Jorge Ibargüengoitia— es, más que el registro de una serie de piezas o el compendio de sus cánones como artista, un trabajo de investigación con rigor académico.

 

El estudio de la cultura material moderna y sus prácticas —que aceptan una diversidad de métodos y contribuciones provenientes de distintas disciplinas como la literatura, el arte, el diseño, la historia y la geografía, entre otros— se alimentan y alimentan a su vez a la arqueología del presente, un campo que Victor Buchli y Gavin Lucas exploran en Arqueologías del presente contemporáneo, estudio que al que Castillo Deball hace referencia en su trabajo.

 

La arqueología, preocupada desde su fundación con el tratamiento y comprensión de un pasado distante sin registros escritos (como señalan Buschli y Lucas) se ha transformado de frente a su objeto de estudio contemporáneo, rico en referencias textuales. La arqueología de nosotros aporta al estudio de la cultura material sus métodos y perspectivas teóricas y es a través de ambas disciplinas que Castillo Deball desarrolla su práctica.

 

La pluma de Jorge Ibargüengoitia aludida en el título de la exhibición regresa a escena en el libro y contagia el proyecto con su humor cáustico. Estas ruinas que ves, la novela del autor nativo de Guanajuato, transcurre en el estado de Plan de Abajo, espacio ficticio en el que Ibargüengoitia trama una sátira en torno al mexicanismo pequeñoburgués que añora tanto al colonialismo como a la idea reduccionista y sentimental de la Patria.

 

En el libro que acompaña a la muestra no se incluyen fragmentos de la novela, pero sí dos de las crónicas que, por su patética vigencia (además de por su calidad literaria, obviamente), continúan dándole fama al mordaz autor de Viajes en la América ignota.

 

Claramente, la presencia de Ibargüengoitia no es casual y apunta en este proyecto a, por un lado, una crítica a la institución antropológica desde su fundación —en este caso, la mexicana— y por otro a un agudo sentido del humor que estará presente en muchos de los proyectos de Castillo Deball, quien en cada oportunidad hará, además, las veces de investigadora, escritora, artista y editora. ¿De dónde viene esta bibliofilia tan clara en toda su obra?

 

“Mi padre trabaja, y sigue trabajando en una imprenta, así que supongo que de ahí viene mi pasión por los libros. Son varios los proyectos en los que los libros tienen una presencia importante, como por ejemplo The Wall And The Books: 987 Words Stolen From a Library (La muralla y los libros: 987 palabras robadas de una biblioteca) o Interlude: The Reader’s Traces (Interludio: los rastros del lector). The Wall and The Books es un comentario del texto de Jorge Luis Borges ‘La Muralla y los libros’, que hace referencia al primer emperador de China, Shih Huang Ti, a quien se le atribuyó la erección de la Gran Muralla de China, y la destrucción de todos los libros que hubieran sido escritos antes de ese momento, así como el desarrollo de lo que se conoce como la lengua china. Para este proyecto borré cada una de las 987 palabras que configuran el ensayo de Borges en varios libros de la Jan van Eyck Academie en Maastricht (Holanda).

 

En el proyecto Interlude le pedí a varios artistas, diseñadores, escritores y teóricos producir un texto nómada, una página perdida que me tenían que dar para que yo misma la insertara en varios libros albergados en algunas bibliotecas públicas en Berlín, París y New York. Cada colaborador era responsable de elegir si quería que su texto fuera introducido en un libro específico, una sección particular de un libro, una página, etcétera. Los lectores encontraban estos textos por accidente. La publicación del mismo nombre, Interlude: The Reader’s Traces, es el único documento que existe de este proyecto efímero”.

 

Su visión como artista transdisciplinaria se manifiesta en cada uno de sus proyectos, en los que involucra a científicos, etnógrafos, escritores, otros artistas o todos los anteriores al mismo tiempo, como lo hizo con Irene Kopelman (Córdoba, Argentina, 1974) en la Fundación Uqbar (activa desde el 2005), inicialmente un proyecto a dueto pero que por definición buscó en sus acciones una relación colaborativa e indagatoria con otras disciplinas (los resultados de una de sus acciones se pueden consultar en A for Alibi, Sternberg Press, 2007); o en la más reciente Documenta (13), en la que colaboró con el antropólogo social Roy Wagner para publicar Coyote Antrophology como partede Uncomfortable Objects (Objetos incómodos), la pieza que creó para la muestra que se lleva a cabo cada cinco años en Kassel y que se centra en prácticas artísticas intrínsecamente ligadas con la práctica o la reflexión teórica.

 

Mariana Castillo Deball fue acreedora el año pasado al premio al arte joven de la Galería Nacional de Berlín (Preis der Nationalgalerie für Junge Kunst); por ello, presentará a finales de septiembre en el museo Hamburger Bahnhof (una de las seis sedes de la Galería Nacional en Berlín) una instalación de gran escala donde una vez más distintas disciplinas se conjugarán para analizar un universo discursivo enorme y fascinante: la institución arqueológica, el control por la interpretación y la representación del pasado, el patrimonio cultural y la ideología detrás de la etnografía. Sobra decir que una rigurosa publicación acompañará la muestra.

 

Durante la semana anterior a la publicación de esta nota, Castillo Deball presentó en el marco de su participación en la octava Bienal de Berlín, el primer número de la publicación IXIPTLA. Editada por ella y con colaboraciones de antropólogos, arqueólogos, artistas y escritores, IXIPTLA buscará dos veces al año abrirse como un espacio para reflexionar sobre, en palabras de la artista, “la manera como los objetos, las personas y los discursos se nutren mutuamente, y cómo coinciden en un momento específico, para después tomar caminos diversos, transformándose a través del tiempo y generando sus propios espectros”.

 

Y al respecto del contenido de la publicación, añade: “desde el siglo XIX los arqueólogos inventaron diversas técnicas para capturar y replicar la evidencia material, en la forma de moldes de yeso, de papel, facsímiles o modelos a escala. Me interesa la trayectoria de estos objetos desfasados que parten de un contacto directo con el original, y se llevan una parte del original con ellos, así como la huella de un momento particular en la historia.

 

El arqueólogo camina recopilando fragmentos de cultura material dejados por el paso del tiempo. Mientras trabaja, produce otros objetos: dibujos, notas, mediciones, fotografías y conversaciones. Este material emerge en un tiempo específico, produciendo un Doppelgänger del sitio original, que comienza a seguir sus propias rutas. Esta metáfora del arqueólogo se puede usar en diversos contextos, no solo en relación a la cultura material, sino también a los aspectos intangibles de la cultura y la memoria colectiva”.

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