Marjane Satrapi y la zoología lunática
POR JORGE AYALA BLANCO
En Las voces (The Voices, Alemania-EU, 2014), delicioso cuan espinoso e insidioso cuarto largometraje de la novelista gráfica iraní de 44 años en Europa asentada Marjane Satrapi (autora total del gran clásico de la animación feminista autobiográfica antislámica Persépolis 07 y de dos ficciones quasi normales aquí inéditas: Pollo a la ciruela 11 y La banda de los Jotas 12), con guión original del libretista TVserial estadounidense Michael R. Perry, el cándido aunque inestable joven empacador de la única fábrica en su diminuta localidad Jerry (Ryan Reynolds aleladísimo) vive perpetuamente asediado por las voces contradictorias de su multibesuqueado perro optimista Bosco y su perverso gato pesimista Bigotes, por lo que debe frecuentar bajo orden judicial a la rutinaria psiquiatra recetapastas Dra. Warren (Jacki Weaver), si bien es muy apreciado por su jefe blandón Kowalski (Paul Chahidi) e incluso se le comisiona para organizar el picnic de la empresa, donde al fin podrá estar cerca de la desdeñosa guapa inglezota espectacular de contabilidad Fiona (Gemma Arterton), a quien se atreve a invitar a salir el siguiente sábado por la noche, sólo para quedarse esperando despiadadamente plantado en un restaurante chino, mientras la otra se larga con parranderos, pero, por ironías del destino, el buen Jerry debe recogerla botada a media calle, acomedirse a darle un aventón, atropellar a un ciervo, malherir accidentalmente a la chica, rematarla por mera compasión y, presa de un miedo pánico, destazarla en casa, aunque guardando su venerada cabeza dentro del refri, igual suerte que habrán de correr poco después tanto la buenaonda rubia divorciadita vuelta imposible redentora a fuer de tiernos besitos Lisa (Anna Kendrick) como la desechable gordis metiche Alison (Ella Smith), pues el pobre muchacho, ya trastornado, obedece las órdenes conjuntas de sus mascotas y de la parlante cabeza siempre caprichosamente autoritaria de Fiona, como si el infeliz respondiera a sus esquizoparanoides alucinaciones auditivas en pleno brote psicótico, o a las incallables voces de la zoología lunática de sus culpas, hasta provocarse zozobra, desgracia y aniquilamiento por acoso policiaco.
La zoología lunática toma de las excentricidades del dibujo animado adulto (precisamente el de Persépolis, pero también el del Crumb de Zwigoff 94, el del Esplendor americano de Pulcini-Berman 03 y el de Vals con Bashir del Folman 08) sus mejores ideas de humor posunderground, un extravagante humor maniático y desquiciado que se desliza como si fuera de toques menores, un nada grave humor negro prácticamente ligero y alegrísimo pero no por eso menos duro, un simple humus hallado o contagiado casi por azar, pequeños desequilibrios de la realidad, sólo detallitos algo malvados, leves desquiciamientos un tanto enfermos pero siempre seductores, por ejemplo, que todo suceda en un imaginario pueblaco asfixiante de Milton (pueblo chico e infierno grande, con nombre de tal poeta cosmotrascendental inglés) donde se vive alrededor y en función de una fábrica de excusados y cuyas mayores diversiones son organizar una conga-desfile de oficinistas plastas como si estuvieran en una boda o irse de karaoke sabatino o a cenar en un restaurante chino con variedad karateca tipo Bruce Lee, que el frágil ego masculino sólo necesite alimentarse fortalecerdoramente con un salami pizzero en premonitoria forma de corazón, que el almita del encantador héroe maldito se vea desmembrada por las fuerzas de la mortal parálisis de la voluntad (el gatito de angora Bigotes) y las fuerzas de afirmación de la vida (el perrote pachón Bosco) como el zar Iván de Eisenstein o el Tin-tán de Calabacitas tiernas entre un diablito (él mismo) y un serafín (él mismo), que la colección de cabezas parlantes en el refri remita poderosamente a la testa satisfecha de su brutal violación-decapitación en la reconocida obra maestra del cine subversivo WR-los misterios del organismo (Makavejev 71), que las fechorías macabras de nuestro instantáneo Coleccionista (Wyler 65) de carne humana desplieguen decenas de toppers de plástico bien alineados con dispuestas raciones canino-felinas, que la madre responsable de los padecimientos de Jerry sea evocada cual dolorida cariñosa enferma mental cariñosita (Valerie Koch) capaz de escuchar voces angelicales tanto como los mensajes secretos de los animales, y que todas las voces de las mascotas parlantes pertenezcan tan significativa cuan ostentosamente a las mismas deformadas cuerdas bucales del actor que encarna a Jerry, hasta el Ciervo atropellado en la carretera que exige su clemente remate (como antes la agonizante mamita querida autodegollada) y el adorado Mono Conejo de calcetín pueril que enfurecía al inmisericorde padre traumatizante.
La zoología lunática se apoya ante todo en un arte fílmico narrativo hecho de recursos tan inventivos cuanto poco aparatosos, incluso menos espectaculares que los del elegante huequito horror movie adolescente Está detrás de ti (Mitchell 15), batiendo en su propio terreno a todas las cintas hollywoodenses con animales hablantines que iban de la inocentona Palabra de mulo (Lubin 50) al guiñol psicoanalítico de Mi otro yo (Jodie Foster 11), gracias a un depurado lenguaje de cine fantástico en femenino apenas compuesto por una escalada de elipsis cada vez más abarcadoras (el héroe obseso se abalanza sobre la obesa y corte a nueva cabeza estibada en el refri), por insertos contundentes (ese intercorte al chorreo fecal del gato sobre el sofá para que no lo olviden) o sustituciones subjetivas a la vista (el adulto atormentado viéndose subir cuando niño la escalera hacia el doliente cuarto materno).
Y la zoología lunática habrá de viajarse en su conclusión infame: de la matanza unipersonal a unos frívolos pasitos de contrahecha comedia musical minimalista, entre animales y humanos, para romper al fin con sus propios restallantes restos mortales.
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