Márquez Abella y la fuerza declinante
Un terrateniente ve peligrar su patrimonio después de ser amenazado por extorsionadores y descubrir que gran parte del pueblo y de sus antiguos trabajadores se encuentran coludidos con sus enemigos
POR JORGE AYALA BLANCO
En El norte sobre el vacío (México, 2022), enérgico opus 3 de la potosina en Cataluña formada de 40 años Alejandra Márquez Abella (documental: Mal de tierra 11; ficciones: Semana Santa 15 y Las niñas bien 18), con guion suyo y del vivaz traductor al regiomontano Gabriel Nuncio (El comediante 21), mejor largo mexicano en Morelia 2022, el envejeciente hacendado norteño aún cazador don Reynaldo Rey (Gerardo Trejoluna señorial) ya debe hacer pasar como presa propia la pieza tiroteada desde la mira telescópica de su obesa empleada doméstica y asistente Rosa (Paloma Petra de crudo cuerpo feroz) como pretexto y preámbulo para reunirse patriarcalmente con la comunidad y celebrar por anticipado el pomposo aniversario de su latifundio con ganado vacuno y caprino, mientras mantiene a raya las denodadas ambiciones hereditarias de su hijo vulnerado por una separación que lo ha despojado de su progenie Elías (Francisco Barreiro) y sus hijas, la medio voladilla tiradora zurda que ostenta a escondidas un tatuaje Lily (Mayra Hermosillo) y la redonda materfamilia prolífica Laura (Mariana Villegas) siempre azuzada por su mediocre marido arribista Raúl (Fernando Bonilla), pero todo cambia cuando el gelatinoso emisario enteco del crimen organizado Guzmán (Raúl Briones) se apersona en camioneta polvosa para exigir el pago de la extorsión que corresponde al patrón Rey y éste los mande literalmente a la chingada, aunque pronto irá cediendo en su actitud, al comprobar en torno suyo una genuina confabulación de apoyo a sus enemigos ya no tan intangibles, una red subyacente que involucra a sus peones-resentidos de clase encabezados por un ubicuo Tello (Juan David García Treviño) amante de la embarazada traidora mayor Rosa, por lo que el provecto Rey hace evacuar a toda su parentela a Monterrey, quedándose a resistir en solitario, fingiendo haberse doblegado a la extorsión y, sólo apoyado in extremis por su fiel hija Lily, ultima a balazos al Guzmán, resuelto a morir matando, a la inadmisible luz extrema de una heroica fuerza declinante.
La fuerza declinante adopta un tono celebratorio que poco a poco irá agriándose: celebra con el viejo Rey haciéndose recitar la Historia fundacional del ranchote y corrigiéndola sobre la marcha alrededor del naranjo orgullosamente sembrado por su dinástico padre español (cuyo fantasma tiroteante todavía ronda por la noche y en flashes mentales) exacto en el sitio donde enterró a un puma legendario, y celebra bajando al pueblo lejano con la adorada nietecita Vicky (Camille Mina) para satisfacer un antojo de aguacates de la lúcida abuela distante Sofía (Dolores Heredia), hasta que la trama de sospechas e intrigas cede a una desazonante inflexión de inminencia trágica.
La fuerza declinante recrea así la historia verídica del hoy mítico terrateniente neoleonés que se negó a negociar con el crimen organizado y se atrincheró prácticamente a solas dentro de su hacienda para enfrentarse a tiros y morir resistiendo, esa anécdota ya glosada por la ñerez autodefensiva de El ocaso del cazador (Prada 17) para vanagloria de Hugo Stiglitz, trascendiéndola de base y de inmediato, poniéndola entre paréntesis en todo momento para poder elevarla a principio de estilización suprema (según elegantes imágenes laxas de la fotógrafa Claudia Becerril Bulos con predominio de amplísimos planos abiertos todoabarcadores, vigorosa edición pausada de Miguel Schverdfinger, música en atmosférico suspenso perpetuo de Tomás Barreiro, coruscante vestuario casi fantástico de Amanda Cárcamo) para hacer de ella la ficción más recia filmada por mujer alguna en México (cual Jane Campion releyendo el Oeste machista en El poder del perro 21) más allá de elementales “equívocos del realismo” (Lukács), ahondándola y resignificándola por encima de cualquier antithriller para consumarse como un antiwestern sacrificial.
La fuerza declinante se signa, caracteriza y articula ante todo y desde los primeros minutos sobre la prodigiosa creación simbólica de la dupla Rey-Rosa, la posrulfiana figura antitética por nefanda excelencia de ese patriarca vencido enfermo de gota y esa asistente voluminosa que representa una insuperable versión del rencor vivo, el poder y su sombra, el poderoso en declive con ribetes shakesperianos de Rey Lear a punto de repartir la heredad genealógica entre sus tres descendientes ambiciosos y la desposeída perfecta irónicamente llamada Rosa recién violada por desconocidos así como preñada para resentimiento mejor del subrepticio novio atónito Tello, el tronco del árbol otrora magnífico porque crecido sobre los restos de una fiera sometida y la insumisa incendiaria del árbol ajeno porque infeliz de ella ni siquiera llega a torcido arbusto incapaz de crecer por sí mismo, el prepotente despojado del rifle Winchester/Rama Dorada del padre porque ha perdido las llaves del granero custodio y la viriloide vil Rosa despojadora y restituidora de las llaves que empero acabará recibiendo el fusil fálico en aberrante obsequio atajador de discursos beatos y omniconcluyente.
La fuerza declinante se consuma entonces a la vez como una saga y una épica rurales de largo aliento, una familiar y dinástica saga grandiosa e interruptus y una épica en aras de la justicia social, con grandes espacios yermos y polvorientos que pulverizan la engreída voluntad ranchera de retar al destino y acaso perdurar, a partir del bíblico lamento de Job 26:6-8 que da nombre al film y que quizá ahora sólo hallaría un dostoievskiano equivalente voluntarista-solipsista en el mexicanísimo alegato del moribundo de Dormir en tierra de Revueltas cual anticipado luto humano (“Testimonio, cuerpo mío, duéleme que eres mi último sufrimiento antes de que me entregue al sufrimiento puro”).
Y la fuerza declinante hace culminar su opúsculo seco y trabado con una cadena de cenitales planos elípticos en movimiento, para celebrar el triunfal discurso en paralelo a base de ranas, ganado suelto y alimañas del desierto.
FOTO: El norte sobre el vacío resultó la película más premiada en el Festival Internacional de Cine de Morelia/ Especial
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