Martha Pacheco: locura y muerte
POR ANTONIO ESPINOZA
Jalisco es tierra de artistas. Dos exposiciones memorables dieron cuenta de ello. La primera: Jalisco: genio y maestría, abierta del 20 de mayo al 26 de agosto de 1994 en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (Marco) y del 22 de febrero al 22 de mayo de 1995 en el Antiguo Colegio de San Ildefonso. En aquella muestra, que abarcó dos siglos de producción pictórica jalisciense (el XIX y el XX), pudimos ver obra de grandes maestros de la pintura de esa región del país como: José Clemente Orozco, el Dr. Atl, María Izquierdo, Roberto Montenegro, Jesús Guerrero Galván, Carlos Orozco Romero, Juan Soriano, Jorge González Camarena, Jesús Reyes Ferreira, Manuel González Serrano y Raúl Anguiano. Asimismo, se incluyó obra de numerosos artistas de generaciones posteriores, entre ellos varios jóvenes.
La segunda: Pintura en Jalisco, 1950-2000, presentada en el Museo de la Secretaría de Hacienda en el año 2001. Resultado de una curaduría conjunta bajo la coordinación del historiador del arte Gutierre Aceves, entonces director del Instituto Cultural Cabañas, aquella exposición hizo a un lado a los monstruos sagrados para ofrecer al espectador un amplio panorama de la producción pictórica jalisciense de la segunda mitad del siglo XX. De los grandes maestros jaliscienses, sólo estuvieron representados dos: Raúl Anguiano y Juan Soriano. Se presentaron 108 obras de 66 artistas, un conjunto que nos permitió visualizar perfectamente la gran vitalidad creativa del arte jalisciense, la diversidad de lenguajes plásticos, las múltiples corrientes (predominantemente figurativas) que se han desarrollado en esa región del país.
En la exposición participaron artistas jaliscienses de primer nivel: Jorge Alzaga, José Fors, Lucía Maya, Roberto Rébora, Ismael Vargas y Carlos Vargas Pons, entre otros. Recuerdo bien que la parte fuerte de la exposición fue la relativa al Taller de Investigación Visual (TIV), colectivo artístico fundado en 1980 e integrado por los pintores figurativos Javier Campos Cabello, Miguel López, Martha Pacheco y Salvador Rodríguez. El colectivo desapareció muy pronto y sus integrantes siguieron su camino en forma individual. De todos ellos, Pacheco fue la que logró mayor éxito y consiguió ubicarse con todo merecimiento en la escena artística nacional desde los años ochenta. Hoy el Museo de Arte Moderno presenta una importante exposición antológica de la maestra tapatía, con el título de: Excluidos y acallados.
Locura y muerte
En su libro El desnudo femenino. Una visión de lo propio (2000), Lorena Zamora ubica a Martha Pacheco (Guadalajara, Jalisco, 1957) como una pintora que recurre al desnudo para proponer un “lenguaje alternativo del cuerpo”, intensificar otros sentidos, renegar de lo erótico y transgredir el fetichismo condicionante de la imagen. A propósito de un cuadro de la serie Los muertos, la investigadora del Cenidiap escribe: “El desnudo en la obra de Pacheco es el de un cuerpo de una mujer real, que muestra con crudeza la incisión hecha a lo largo del torso y el abdomen, una abertura no cerrada por completo que deja al descubierto los órganos de su interior: un cuerpo yerto, cuya desnudez ha perdido el efecto de la seducción, en un escenario tan poco propicio para satisfacer los requisitos eróticos del voyeurista masculino”.
Pacheco, en efecto, transgrede el concepto tradicional del desnudo femenino. En su obra pictórica, el cuerpo se convierte en un territorio herido, violentado, que busca desafiar y perturbar al espectador. Y es que sus dos temas principales son desafiantes y perturbadores: la locura y la muerte. Por un lado, la soledad de la demencia; por otro lado, la muerte desnuda, cruda y violenta. Estas temáticas desafiantes y perturbadoras, por cierto, no son nuevas en la historia del arte. Recordemos que Théodore Géricault (1791-1824) pintó también locos y cadáveres. Con la ayuda de un amigo, el psiquiatra Etienne-Jean Georget, Géricault pintó 10 magníficos retratos de enfermos mentales del asilo de la Salpêtriére, de los cuales subsisten sólo cinco. Personalidad excéntrica, gustaba de tener a la vista en su estudio cabezas humanas, brazos, piernas y torsos de criminales ejecutados, con el fin de analizar sus formas. El maestro romántico francés pintó también cuadros de esos despojos humanos.
No sé si inspirada en Géricault, pero Martha Pacheco nos enfrenta en su pintura con los seres exiliados del imperio de la razón y con los cuerpos despojados de vida. Pintora dueña de sus obsesiones y sus medios, que ha encontrado en los dementes excluidos de la sociedad y en la frialdad de los cadáveres múltiples posibilidades estéticas, Pacheco presenta actualmente en el MAM una muestra que ya se merecía.
*FOTOGRAFÍA: Martha Pacheco. Sin Título. Óleo sobre tela. 1996/Especial.
« Historia de un fracaso Tercera sinfonía de Mahler: un titán conmovido »