Martin McDonagh y el dolor virulento

Feb 3 • Miradas, Pantallas • 5464 Views • No hay comentarios en Martin McDonagh y el dolor virulento

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¿Cómo buscar justicia por el asesinato de tu hija ante la indiferencia de la autoridad? Esta cinta narra la cruzada personal en contra del jefe de policía de Ebbing, Missouri

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POR JORGE AYALA BLANCO

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En Tres anuncios por un crimen (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, EU, 2017), arrebatado opus 3 del dramaturgo satírico londinense-irlandés vuelto brillante autor fílmico total de 47 años Martin McDonagh (corto oscareado: Sexto tirador 04; largos: En Brujas 08, Siete psicópatas 12), la inconsolable cincuentona dueña de una tienda de regalos cuya hija adolescente ha sido secuestrada/violada/muerta hace siete demasiados meses Mildred (Frances McDormand tristísima) contrata tres anuncios espectaculares en la carretera hacia su atrasado pueblaco violento de Ebbing en Missouri, para increpar al sheriff con cáncer de páncreas terminal Willoughby (Woody Harrelson pungente) por los nulos resultados de su averiguación, pues con un lastimado hijo adolescente (Lucas Hedges) que rehúsa remover sus heridas y un exmarido (John Hawkes) que la culpa mezquinamente de lo ocurrido mientras sostiene un amorío con la babosita para colmo de 19 años (Samara Weaving), la iracunda mujer busca romper con la indolencia que impide que la justicia y el castigo sean efectivos, la indiferencia al amparo de los derechos civiles para no hacer nada, pero produce tremendas reacciones en cadena que acelerarán el suicidio del alguacil y la orillarán a agredir físicamente a medio mundo, e incluso a incendiar la comandancia, provocándole perdurables quemaduras al torpe policía edípico-racista-homófobo y pronto despedido Dixon (Sam Rockwell repulsivo), con quien no obstante acabará confraternizando, sin lograr acallar jamás en lo mínimo su dolor virulento.

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El dolor virulento se finca sobre un formidable personaje de mujer fuerte, matizada y multidimensional, al grado de que casi podría decirse que cada episodio y cualquier encuentro proporciona una dimensión distinta del rompecabezas-Mildred de cortos cabellos tusados y maquinaciones reactivas largas, sin develar jamás el enigma-meollo esencial de su comportamiento, o de su rango a la Oscar Wilde como “esfinge sin misterio”, su espera a resguardo, su abismo interior/exterior tan insondable e inabarcable como la magnitud de su llaga moral, porque el universo de la madre herida se mantiene siempre superior a las constelaciones que lo componen, hecho que lo torna fatigoso pero intenso y apasionante como el relato que lo contiene, porque todo le es ultraje, hasta la profusa ucronía en que vive como alternativa a su propia historia, más que imponente personaje un desatado temperamento femenino sin filtro, una Frances McDormand aún más sarcásticamente feroz que con los Hermanos Coen (Fargosecuestro voluntario 96, Quémese después de leerse 08), dura cuando balanceándose en unos columpios considera las razones legalistas de su examigo sheriff en la cuerda floja, implacable cuando corre de su casa al cura portavoz de la hipocresía (Nick Searcy), marrullera cuando le taladra un dedo del dentista baluarte del prejuicio (Jerry Winsett), cruel cuando acepta una cita galante con el enano vendedor de autos-coartada (Peter Dinklage), arrasante cuando patea en los genitales a los buleadores filiales, hiperneurótica cuando encierran por droga a su empleada afroamericana (Amanda Warren), temeraria cuando intenta extinguir por sí misma la hornacina de sus anuncios, pero también vulnerable cuando la repele en un flash-back hogareño su llorada difunta reactiva Angela (Kathryn Newton) y mística natural cuando habla melancólicamente con su misma hija reencarnada en venado.

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El dolor virulento arranca en apariencia como thriller de venganzas sustituidas y sublimadas por tres anuncios sucedáneos que no van en busca de un culpable sino contra la indolencia policiaca, prosigue como melodrama con multitud de villanos y peripecias con violencia de género que se enredan en paradojas individualistas límite y bravatas de machismo/hembrismo dignas de una derecha estadounidense a lo Clint Eastwood (¿o a lo Donald Trump kitsch?), continúa como irónica comedia negra que amargamente se burla de los desbarres (acting-outs) tanto de los personajes negativos como de los presuntamente positivos (con una heroína en las antípodas políticas de Rosario Ibarra o de Isabel Miranda de Wallace), y acaba recurriendo a la moralina de perdones y homologaciones con el enemigo, pero en todo momento se sostiene como una altiva y desgarradora meditación sobre el dolor, el dolor incontrolado que cataliza el retraso ético antisocialmente develador de una versión actualizada de La jauría humana (Penn 66), el dolor emanado de un villorrio posfaulkneriano donde homologadoramente “prefieren torturar afroamericanos”, el dolor vehiculado por las respuestas frontales de la fotografía suave de Ben Davis y la partitura de Carter Burwell desangrándose con ecos de música country pero también por una refinada introducción y posteriores comentarios líricos a base de melodías irlandesas de Thomas Moore en excelsa voz de la soprano Renée Fleming, el dolor que tritura a la heroína y a esos héroes madreadísimos que se quitan la vida tras un lindo día de campo en familia idílica a lo Renoir (padre e hijo) dejando cantidad de notas suicidas para ser recitadas por su desarmante voz off desde ultratumba, o que sobreviven a quemaduras atroces en el hospital antes de hacerse todavía golpear en pos de un ADN a fin de cuentas inútil para inculpar a un sospechoso (Brendan Sexton III), violador confeso pero de otra víctima.

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Y el dolor virulento desemboca en un final abierto donde se reafirma la aberrante e insólita dupla Mildred-Dixon, para reflexionar por la ruta vagamente justiciera por mano propia a lo deshijado Charles Bronson de El vengador anónimo (Winner 74) y proseguir sus extrapoliciales indagaciones criminosas en el lejano Idaho, por encima de lo lúdico y la sordidez consentida, del temblor de los fuegos provocados y la sombra de la muerte, sus significados existenciales que son estrategias emotivas y un despliegue aventurero bien surtido, su vulgar historia común y compartida aún demoledora.

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Foto: Tres anuncios por un crimen se exhibe en la Cineteca Nacional y en las salas comerciales de la Ciudad de México. / Especial

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