Martin McDonagh y el vacío existencial
La tabernaria amistad de dos irlandeses se verá fracturada cuando uno de ellos, violinista por vocación, decida dedicar su vida a la creación de una obra musical que le conceda la trascendencia
POR JORGE AYALA BLANCO
En Los espíritus de la isla (The Banshees of Inisherin, RU-Irlanda-EU, 2022), implosivo film 4 del autor total londinense de 52 años Martin McDonagh (Escondidos en Brujas 08, Siete psicópatas y un perro 12, Tres anuncios para un crimen 17), el afable propietario de vacas lecheras en una ínfima isla irlandesa Pádraic (el dublinense Colin Farrell sobrio como nunca) descubre con sorpresa que su amigo el violinista folk bienamado por las mujeres Colm (Brendan Gleeson), su habitual compañero de pub con quien solía embriagarse y discutir cotidianamente, ha decidido dejar de hablarle porque ya no quiere perder el tiempo y desea dedicarse a componer una pieza nueva para legarla al universo como testimonio único de su paso por la tierra (“Los espíritus de Inisherin”), y todos los intentos del rústico Pádriac por recobrar la amistad se revelan vanos, tanto como las tentativas conciliadoras del tabernero (Pat Shortt) o del cura católico (David Pearse) y los airados reclamos de la solitaria hermana lectora Siobhán (Kerry Condon con el pecho hundido) de ese buen hombre declarado aburrido que se halla de repente sin nadie con quien charlar, a no ser con el idiota del pueblo Dominic (Barry Keoghan) brutalizado por su padre policía (Gary Lydon), y presa de un condenatorio rechazo público llevado al extremo por parte del reacio Colm, quien amenaza con cortarse sus propios dedos uno a uno e irlos arrojando a la puerta de su examigo si vuelve a dirigirle la palabra, una amenaza pronto cumplida que lleva a la automutilación de los dedos de una mano indispensable para tocar el violín y al rencor infinito del ahora atónito e indignado Pádraic, por lo que, luego de la partida de la fraterna Shiobán a una chamba como bibliotecaria fuera de la isla y tras el repudio hasta del discapacitado mental Dominic, el buen hombre va a sentirse orillado a quemar vivo dentro de su cabaña al antiguo amigo, con el consentimiento de éste, como emocional vía lógica para que ambos soporten su respectivo vacío existencial.
El vacío existencial crea un mundo ad hoc y a su imagen y semejanza, un mundo microficcional aparte para ser el primero en habitar tan trágica cuan holgadamente dentro de él, un mundo invivible situado en una imaginaria isla minúscula (Inisherin) al oeste de otra isla fracturada (Irlanda) para ser el apropiado receptáculo de islas humanas, un mundo en donde todavía a lo lejos se escuchan los ecos de la guerra intestina de 1923 cual premonición y metáfora fratricida de la guerra interior/exterior que debe sostener el héroe inerme en pos de sus afectos diezmados, un mundo de absurdas amenazas devastadoras a lo Isak Dinesen, un mundo desolado e infeliz pero refulgente gracias a la fotogenia de los suntuosos paisajes de arrecifes costeros y a las grúas monumentales del camarógrafo danés Ben Davis, un inerte mundo comunitario sin atributos y sediento de acontecimientos o noticias donde la realidad enclaustrada husmea y resuena en espacios abiertos o en la clausura del chismorreo y la aceptada violación de cartas, un mundo cerrado al son de la música mimética del estadounidense Carter Burwell (el colaborador infaltable de los hermanos Coen), en suma, un mundo imposible aunque ideal para el imperio subrepticio de un policía ojete que no responde al saludo y vapulea a su hijo porque lo distrae cuando se masturba sentado desnudo, pero también de un cura que se inventa en el confesionario pecados por automutilación o por lo que sea, o de una perturbadora vecina anciana (Sheila Flitton) que ronda por doquier cual anticipatoria bruja shakespeariana de Macbeth (Welles 48) o acecha cual asexuada muerte ubicua de El séptimo sello (Bergman 58).
El vacío existencial se articula ante todo sobre una plástica dictada por los espacios abiertos hacia el mar del escape infranqueable salvo por la desgarrada mujer decidida después de rechazar la declaración amorosa del idiota y huyendo del enconado e insoluble drama fraterno, sobre la violencia voluntariosa e impositiva límite de un agreste elenco de almas en pena irlandés en exclusiva, sobre las mesas separadas de la taberna y las figuras fingidamente homologadas pese a todo en el templo, sobre la confusión de los sentimientos heteropatriarcales bordeando la homosexualidad y el incesto, sobre el estruendo de los dedos arrojados contra la puerta del examigo, sobre la mentira creíble que pone en fuga al nuevo amigo efímero del examigo, sobre el contrapunto de las redentoras misivas en voz off de la hermana a mitad de los acontecimientos en inevitable conflagración, sobre el enigmático flotar del cuerpo filicida/suicida del infortunado con discapacidad Dominic, y last but not least sobre la primordial importancia homologadora de los animales como signos de la desolación íntima y desempeñando una función de especular instinto en su connivencia con los habitantes de la comunidad isleña: aves, equinos, vacas, la burra Jenny que continuamente expulsa de su cabaña la hermana Shiobán aun adorándola, la misma burra mortalmente intoxicada con un dedo cortado en el hocico, y ese perro rescatado como única propiedad valiosa del inmolado/autoinmolado (con un Volkslied de Brahms en voz sublime de Jessye Norman) en esta moderna fábula estática, fija y autodestruida.
El vacío existencial se sitúa así obligadamente entre el Ser-para-la-muerte de Heidegger y la Náusea de Sartre, abismos implicados sobre la marcha como sucedáneos de aquel dolor virulento que arrancaba en apariencia como un thriller de venganzas sustituidas y presuntamente resueltas por ciertos aleves Tres anuncios para un crimen, emuladoras nociones exiguas e insuficientes para explicar la necesidad de contracto de todas las criaturas presentes, o ese final despeñadero autodestructivo sin término ni remate ni reposo.
Y el vacío existencial va a desembocar en una salvadora resurrección de los senderos que se bifurcan en direcciones opuestas del eterno rencor vivo (“No quedamos a mano”).
FOTOS: Los espíritus de la isla está nominada a Mejor Película en los Oscares 2023. /Especial
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