Mordida surrealista

Sep 8 • Conexiones, destacamos, principales • 4305 Views • No hay comentarios en Mordida surrealista

En entrevista, Martín Solares habla de su nueva novela, Catorce colmillos (Random House), protagonizada por el detective Pierre Le Noir, un personaje único por su capacidad de clarividencia, con la que buscará resolver un crimen dentro del círculo de surrealistas que formaron André Bretón, Man Ray y Tristan Tzara

 

POR J. C. GUINTO

Catorce colmillos, la tercera novela de Martín Solares (Tampico, 1970), comienza con el hallazgo de un cadáver —con dos filas de orificios en el cuello—, tirado en un callejón de la ciudad de París, en 1927. Pierre Le Noir, un joven policía que tiene la capacidad de ver fantasmas, aparece dispuesto a resolver el misterio.

 

Me encuentro con Solares en la cafetería del Fondo de Cultura Económica Octavio Paz, al sur de la Ciudad de México. El autor de Los minutos negros, No manden flores y Cómo dibujar una novela sostiene que el género policiaco representa su mayor desafío y con Catorce colmillos ha ido un poco más allá, al cruzar el umbral entre realismo y literatura fantástica, con una dosis de glamour surrealista que incluye la aparición de Man Ray, Tristan Tzara, André Breton, Max Ernst y otros artistas de la época, como parte del reparto de esta novela, ambientada en una ciudad en la que Solares vivió por algunos años, cuando era estudiante de La Sorbona y se ganaba la vida impartiendo un taller literario.

 

Confiesa, inquieto, que la historia es fruto de una pesadilla. Sus ojos filosos y desvelados prueban que acostumbra escribir de madrugada.

Catorce colmillos, Martín Solares, México, Random House, 2018, 200 pp.

 

¿Cuál es la palabra sobre la que construiste la novela?
La palabra magia fue el imán que me atrajo a escribir este libro. Quise que las aventuras de mi personaje lo hicieran cruzar el umbral entre el realismo y la literatura fantástica, atreverme a hacer algo que hasta ahora no había hecho. En mis otras novelas recurrí a las pesadillas de mis personajes para depositar hechos sobrenaturales, prácticamente no me permití nunca, salvo una escena de No manden flores, coquetear con lo fantástico. Acá me atreví a franquear ese límite. Si a mí me gusta tanto la literatura fantástica, me dije, ¿por qué no me permito hacerla? Pierre Le Noir tomó ese camino y se saltó la valla alegremente.

 

¿Cuál es la semilla de Catorce colmillos?
La idea original me vino en París. Hacia el final de mi estancia tuve una pesadilla en francés. Y me dije, si está ciudad me provocó un sueño así, ya tengo todo el derecho a escribir sobre ella. Durante muchos años no pude escribir nada sobre París, porque me sentía un inmigrante. El primer borrador de Catorce colmillos lo comencé en el 2005, al mes de terminar Los minutos negros, pero se publica hasta ahora porque la investigación me llevó tiempo. Esa pesadilla en la que yo caminaba de noche por las calles de París, en Le Marais, fue la semilla de esta novela, y al mismo tiempo las obras plásticas de Man Ray, Meret Oppenheim y otros.

 

Le Noir, el protagonista, tiene la capacidad de ver y hablar con fantasmas. ¿Cómo fue que lo gestaste?
Desde un principio sabía que mi narrador debía ser un joven, que está descubriendo la vida, la justicia, la corrupción y el amor, y lo que todo eso mezclado provoca. Me interesó explorar la voz de un detective que, a contracorriente de todas las voces de otros detectives literarios, fuera un ser súper inocente, que todavía está aprendiendo muchas de las cosas que uno aprende a topes en la vida. No podía hacerlo demasiado ingenuo, ni tampoco hacerlo el típico sabihondo, sarcástico, desencantado, como los detectives que aparecen en todas las novelas policiacas, desde Dashiell Hammett a la fecha. La gran mayoría de las novelas policiacas suelen ser melodías que se tocan con el mismo instrumento, que invariablemente es una guitarra eléctrica con un poco de batería de fondo. Yo quise utilizar otro instrumento: la voz de mi narrador, esa fue mi primer apuesta. La segunda fue arriesgarme a meter temas y personajes fantásticos. En esa calle tenebrosa con la que soñé, sentí que algo me venía persiguiendo. No lo vi. Pero sabía que no era humano. Una vez escuché el rugido de un jabalí, fue espeluznante, me puso los pelos de punta. Esa impresión se coló a esta novela —se escucha el ruido de una licuadora de la cafetería—, más o menos sonaba así, pero más fuerte.

 

En tus talleres hablas de la velocidad de la novela, lo comparas con un automóvil. ¿A qué velocidad y con qué motor corre Catorce colmillos?
Ésta es la más veloz de todas mis novelas. Funciona con un motor fuera de borda. Está en el punto en el que la costa deja de verse, y la rodea la inmensidad del mar a ambos costados. Es lo que hace Le Noir: se aleja de la costa y cruza una frontera. Hacia la mitad de la novela se enamora de Mariska, con un pie a favor de la ley y el otro en contra, ella acelera los acontecimientos. El motor de Catorce colmillos es el furor de Le Noir por demostrar a sus superiores que es capaz de resolver el caso. Quiere ser reconocido como un detective maduro. A él lo convencieron de entrar en la policía por sus habilidades, y por ser el nieto de una médium famosa que le heredó rasgos que le sirven para investigar ciertos casos policiacos, con más creatividad e imaginación que el resto.

 

¿Qué importancia das a cada personaje creado?
Una vez que giras en una imagen inicial, que provoca que escribas una novela, pronto aparecerá el protagonista, y casi de manera instantánea, sus ayudantes, sus enemigos y algunos testigos, que lo verán pasar. Un buen protagonista es un ser con enorme magnetismo, que va atraer a una constelación de personajes que van a girar alrededor de él. Se necesita por lo menos que tenga un amigo fiel y un enemigo implacable. Cada vez que aparece un personaje en la novela, el escritor tiene que tratarlo como si fuera el principal, no se puede desdeñar, si lo haces nunca se va a manifestar. Tienes que darle la oportunidad para que te diga quién es realmente y encuentres algo interesante.

 

A la pregunta sobre qué asuntos de su novela tienen que ver con su experiencia francesa, responde que fueron “el diseño laberíntico de París, sus noches, las carcajadas que escuché en las calles, el surrealismo, los carteristas que asediaban a los viajeros, la policía intolerante, y los servicios de migración absolutamente xenófobos”. Dice que su nueva novela no es un diario de su estancia allá, aunque tomó algunas cosas, como que en migración lo hicieron dar cinco vueltas para que le renovaran la visa.

 

En Catorce colmillos juegas con escritores y artistas que alguna vez vivieron: Tristan Tzara, Breton, entre otros. Man Ray es una pieza clave. ¿A qué se deben las apariciones de estas figuras?
Yo quería un pretexto para infiltrar al grupo surrealista en su mejor momento, en 1927, cuando cosas interesantes le están pasando al grupo. Ya se habían separado de los dadaístas, están a punto de sacar los primeros números de su propia revista, siguen siendo muy amigos de Picasso, de Duchamp, todavía hay una gran cohesión alrededor de André Breton. Los condes de Noailles y muchos otros los patrocinan porque les fascinan las cosas que ellos inventan, les divierten mucho y los asombran sus puntos de vista tan radicales sobre la vida humana, la poesía, la revolución y el amor. Yo quería que un detective entrara, con algún estupendo pretexto, a una de las fiestas en las que participaban, en algunas discusiones, y que se metiera en el estudio de alguno de ellos.

 

Y sin embargo Breton criticaba a la novela en general.
Cierto. Decía que la novela era la cosa más burguesa que hay en el mundo, hecha para tranquilizar conciencias, adormecer la imaginación e invalidar las capacidades de realizar revueltas. Realmente criticaba las novelas que leyó en su juventud, que exaltaban valores nacionalistas. Los surrealistas odiaban a escritores como Anatole France, que de algún modo representaban los ideales que llevaron a la generación de Breton a sacrificarse en las trincheras, no soportaban este tipo de prosa alejada de la poesía. La novela es un reto artístico, porque incluso para sus más grandes detractores, no deja de tener un enorme atractivo. Es un reto que implica cierta madurez para completar una. Hay que dedicarle tiempo, desarrollar concentración, claridad en los objetivos y ser devoto de personajes imaginarios. La novela trata de decirnos algo que quizá no se encuentre en ningún otro género. Puedes decir cosas con la poesía, con el cine, con los cuentos. Pero solamente la novela te permite ramificar la imaginación, dar saltos en el tiempo, invocar muertos, revivir personajes históricos, diluir un hecho poético para contar una historia subyugante.

 

En tu primer libro aparecen tres comunistas: Le Noir, Le Rouge y Le Jaune. En tu segundo, un hombrecito de ojos amarillos habla de sus hermanos, el rojo y el negro. En esta nueva novela el protagonista se apellida Le Noir y tiene un amigo llamado Le Rouge. ¿Es casualidad?
(Ríe) Sí. Hay una tradición en la novela policiaca, en la que los personajes tienen nombres clave: números, colores o días de la semana. Pero no me acordaba de esos tres comunistas que empujan a Traven a México. Los otros vienen de leyendas mayas, sobre personajes fantásticos que se identificaban con colores, leí que dicen cosas como “tengo un hermano rojo, pero tengo otro peor que es negro, y si no me muestras sumisión te voy a llevar ante ellos”. Las pinceladas de color en la novela tienen que contribuir a provocar misterio en el lector.

 

Además del misterio, como narrador, ¿qué otras cosas buscas mostrar?
Sorprender párrafo a párrafo. Provocar una pregunta: ¿y ahora qué va a pasar? Quiero atrapar al lector con la primera frase, y arrastrarlo como si fuera un pez hasta la última línea de la novela. Quiero que mis lectores salgan arañados, dejarles huellas literarias. Mi imaginación tiende a hacerlos atravesar aventuras llenas de riesgo, con ciertas dosis de violencia, horror.

 

¿Y por qué en particular lo has hecho a través del género policiaco?
Creo que es el último género literario que en estos días representa el mayor desafío artístico. Tiene reglas fijas: comienza con un enigma y termina con la verdad; debe tener al menos un investigador que está obsesionado en resolver el misterio; debe existir un pequeño grupo de personajes que revelarán pequeñas dosis de la verdad, y un enorme grupo de maleantes que entorpecerán la investigación. Si se respetan las reglas, el desafío es atractivo. La novela policiaca es la última hija viva de la novela de aventuras, la más interesante.

 

¿Nunca rompes las reglas?
Más que romperlas, lo que busco es comprenderlas mejor. Quien intente escribir una novela con base en fórmulas, corre el riesgo de hacer una historia predecible, con personajes acartonados, que no interesarán a nadie. Las mejores novelas surgen de un impulso rabioso. Nadja, Moby Dick, incluso La Ilíada, surgieron de una enorme necesidad de contar algo y también de criticar al mundo.

 

¿Dejas algo al azar?
Sí, el azar es uno de los mejores colaboradores de un autor. A veces alguien dice una palabra en el camión, o en el vagón de metro, y se queda resonando en tu interior. A veces oyes algo en la radio, o ves un color que se vuelve un ingrediente importante. De alguna manera los novelistas somos una red que siempre está en busca de hallazgos, y poco a poco los asimilamos hasta que surgen dentro de un texto. Una de las cosas que distinguen a un gran personaje literario, de uno mediocre, es qué tan diferente es del autor que lo inventó. Cuando el personaje se parece demasiado al autor, esa novela será predecible. Los mejores surgen cuando el autor saca los pies, y deja un hueco que deben llenar los personajes. Estoy convencido que, si uno confunde su novela con un diario, esa novela se volverá infinitamente aburrida. Pero aquellos novelistas que toman lo mejor de la vida cotidiana, y empujan a su personaje en una dirección insospechada, cuya solución ellos mismos desconocen, son los únicos que tendrán posibilidades de mantener fascinado al lector.

 

¿Cómo es la forma de Catorce colmillos, puedes dibujarla?
Tiene cara de relámpago; también es una especie de iguana, llena de picos y zonas que lastiman si las tocas, es muy veloz y al mismo tiempo enigmática.

 

Representación gráfica de la novela Catorce colmillos. Dibujo de Martín Solares.

FOTO:Martín Solares, retratado en la Ciudad de México./ Luis Cortés / EL UNIVERSAL

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