Mary Wollstonecraft y Mary Shelley, precursoras del feminismo
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“Sus vidas son igual de memorables que las palabras que dejaron”, menciona Charlotte Gordon, biógrafa de estas dos escritoras pioneras del feminismo que, en pleno siglo XXI, “pueden inspirarnos a continuar el trabajo en torno a los derechos de las mujeres”
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POR ADRIANA MALVIDO
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Nació en forma de pesadilla: “Vi —con los ojos cerrados, pero con una aguda visión mental—, vi arrodillado al pálido estudiante de artes oscuras junto a la cosa que había construido. Vi tendido el horrendo fantasma de un hombre, que acto seguido, en virtud de algún poderoso mecanismo, manifestó señales de vida, y empezó a experimentar un lento movimiento, como vivo a medias”, escribió Mary Shelley en su introducción a Frankenstein o el moderno Prometeo.
Muchos conocemos a la autora por esa obra maestra de la novela gótica que escribió a los 19 años, en 1818.
¿Se lee igual Frankenstein en el siglo XXI? Le pregunto a Charlotte Gordon, la autora de un libro biográfico donde Mary Wollstonecraft y su hija Mary Shelley se revelan como artistas y escritoras. Sí, pero también en su faceta como pioneras en la defensa de los derechos de las mujeres que durante 200 años no se quiso ver, la que un día revaloró a fondo Virginia Woolf y en los años 70 del siglo XX, rescató el movimiento feminista.
La doctora en historia y literatura, ensayista, poeta y colaboradora de varios medios de comunicación en su país, Estados Unidos, responde: “Espero que se lea de una manera diferente. Yo veo a Frankenstein como una parábola acerca de cómo sería un mundo sin madres, sin mujeres fuertes. Es menos sobre ciencia y tecnología y más acerca de lo que sucede cuando a la ambición masculina se le permite avanzar sin controles”.
Charlotte Gordon (1962) accede a una entrevista vía correo electrónico. Su libro Mary Wollstonecraft/ Mary Shelley, proscritas románticas recientemente traducido al español por Jofre Homedes Beutnagel y publicado por Circe Ediciones (2018), es una larga inmersión de 500 páginas a la vida y obra de estas dos mujeres visionarias del siglo XVIII y XIX.
El libro, escrito como una narración literaria con el rigor de una investigación académica, intercala la biografía de una y la de la otra en cada capítulo hasta que hace que se encuentren al final. Y es que, la madre, autora de Vindicación de los derechos de la mujer (1792) muere sólo diez días después de dar a luz a la autora de uno de los clásicos más célebres de la literatura universal. Sin embargo, el peso y la influencia de Wollstonecraft sobre Shelley es indiscutible.
En sus palabras: “El recuerdo de mi madre ha sido siempre el orgullo y la dicha de mi vida, y la admiración que despierta en los demás ha sido la causa de la mayor parte de la felicidad”. En otro momento escribe: “Fue Mary Wollstonecraft uno de esos eres que aparecen a lo sumo una de cada generación para iluminar a la humanidad con un dorado rayo (…) Su sólido discernimiento, su intrepidez, su sensibilidad y su encendida compasión marcaron todas sus obras”.
¿Qué llevó a Charlotte Gordon a realizar esta enorme investigación y a escribir este libro reconocido en su país con el National Book Critics Circle Award for Biography?
La también profesora de la Universidad de Endicott, en Massachusetts, explica: “Estaba dando un curso en mujeres y literatura cuando descubrí que Mary Shelley era hija de Mary Wollstonecraft, lo que nunca supe antes aún y cuando tengo un doctorado en literatura. Me fascinó la idea de la herencia literaria y filosófica de la mujer/ madre/ hija y quise saber más. Empecé a leer para satisfacer mi propia curiosidad. Y luego, cuando me di cuenta de que no existía un libro que abordara esa relación, decidí hacerlo yo misma”.
El libro cuenta la historia personal, amorosa, trágica de las dos Mary, pero también el contexto histórico, intelectual y artístico de su natal Inglaterra y de toda Europa. Conocemos el entorno familiar, la relación con otros intelectuales, su momento en la historia del arte, la literatura y la filosofía, el espíritu impregnado de Romanticismo y de las ideas de la Revolución francesa, los movimientos literarios y poéticos, las amistades, las grandes pasiones y las pérdidas. Pero es, sobre todo, la historia de la lucha de dos mujeres por ser ellas mismas, por su libertad, su autonomía, su derecho a participar en las tribunas artística, social y política. Su titánico esfuerzo por la independencia creativa y económica y por firmar una obra con su propio nombre y ser reconocidas como autoras en un mundo intelectual donde la mujer no tenía lugar en esos espacios.
Dos mujeres, dice Gordon, a quienes nada detuvo, ni los escándalos, las críticas, los insultos, el ostracismo, las traiciones, la indiferencia y hasta los desengaños amorosos. Atraviesan estas biografías editores, periodistas, escritores… como William Godwin, autor de La impostura política, marido de Wollstonecraft y padre de Mary Shelley, quien asume el apellido del poeta Pierce Shelley cuando huye con él a los 17 años y es despreciada por su padre y por la sociedad que los rodea.
Gordon le sigue la huella a sus personajes por los rincones en donde vivieron episodios importantes, rescata obras, cartas, diarios, periódicos de la época, las críticas del momento, las leyes, la situación social y económica de Europa y del mundo… Desfilan por estas páginas desde William Cowper, familiares de Darwin, William Blake, Edmund Burke y Samuel Coleridge hasta Lord Byron, Pierce Shelley, John Keats.
Gordon se sumergió tanto que a la pregunta de cuánto le llevó el trabajo responde: “Me llevó más tiempo del que puedo calcular si tomas en cuenta que empecé a escribir antes de darme cuenta de que estaba escribiendo un libro. Estaba obsesionada con ellas. Me leí todas sus biografías. Entonces, una vez que ya estaba escribiendo el libro de hecho, viajé por todos lados desde Italia hasta Francia, Inglaterra.”
Para quienes conocen todas las obras literarias y ensayísticas de Wollstonecraft y Shelley, la intensidad de sus vidas puede ser un descubrimiento mayor. Para quienes saben de sus vidas, el libro seguramente ampliará las versiones que tienen. Para quienes sólo han leído Frankenstein será una invitación para acercarse a la multifacética obra de la madre y a muchas otras obras de la hija. Porque antes de Vindicación de los derechos de la mujer, Wollstonecraft escribió Vindicación de los derechos de los hombres, sobre filosofía política; se lanzó a París a vivir en carne propia la Revolución francesa. Escribe en una carta: “En estos momentos no podría renunciar a las actividades intelectuales en aras de las comodidades domésticas”. Mary, dice Gordon, “estaba declarando su derecho a vivir el tipo de vida pública que la mayoría de la gente consideraba imposible para las mujeres”.
Wollstonecraft se preguntaba: ¿Quiénes son los seres humanos sin el parámetro de la civilización? ¿Qué leyes necesitamos para gobernarnos? ¿Son intrínsecamente distintos hombres y mujeres? Para ella el verdadero problema, dice Gordon, “no eran las mujeres, sino cómo querían los hombres que ellas fueran” y ellas debían aprender a imaginarse como algo más que las protagonistas de historias de amor. Una revolución en los modales de las mujeres podría reformar el mundo. “La libertad es la madre de la virtud”, escribió.
La vindicación de los derechos de la mujer fue un éxito en su tiempo. Para sus admiradores ella era una filósofa original; para sus detractores, una peligrosa radical. En palabras de Gordon “la insistencia de Mary en que se incorporasen los derechos femeninos a una sociedad fundamentada en las libertades personales es una de las aportaciones más importantes a la filosofía política, y a lo que recibiría el nombre de feminismo”.
Para Mary Wollstonecraft la libertad política y la sexual iban de la mano y “si la voluntad del pueblo lograba deponer la tiranía de los reyes, podrían romperse los lazos de matrimonios desiguales”. Y estaba convencida, asegura Charlotte Gordon, de que “sólo podía haber amor verdadero si la pareja estaba en igualdad de condiciones”.
Escribió Una visión histórica y moral de la Revolución francesa. Decía que la humanidad había progresado de tribus a naciones y de monarquías a repúblicas y que la constitución americana, basada en la razón y la igualdad, debía ser inspiración para otros países. A su juicio “la libertad, con ala maternal, parecía elevarse hacia regiones que prometen dar cobijo al conjunto de la humanidad”. En América, la leyó John Adams, para quien lo más llamativo era la fusión de “las tiranías del rey, del sacerdote y del marido”.
Para Gordon, Mary Wollstonecraft “se adelantó a las teorías modernas que sostienen que el feminismo nunca ha tratado sólo de ‘los derechos de las mujeres’, sino de la injusticia social causada por el patriarcado en todas sus formas (…) El feminismo moderno va mucho más allá de las cuestiones de la sexualidad, el género y la reproducción, e incluye análisis de clase, raza, minusvalía y derechos humanos”.
Hay que imaginarse la vida de una mujer así en el paso del siglo XVIII al XIX, sus luchas, su manera de trabajar, su idea de que “tengo que amar y admirar con pasión, o me hundo en la tristeza”. Hace innovaciones literarias cuando las viejas formas ya no pueden contener todo lo que quería decir, transforma la literatura de los viajes con Cartas desde Suecia. Y su manera de relacionarse con los hombres rompe esquemas. Entabla un acuerdo tan revolucionario con William Godwin que la misma Virginia Woolf, quien buscó en éste una inspiración en su propio matrimonio, afirma que fue el “experimento más fructífero” y revolucionario de Wollstonecraft.
Todo esto en una época cuando en su país la violación dentro del matrimonio era legal y los hijos eran “propiedad del padre”. Por eso en Los agravios de la mujer, la escritora, en palabras de Gordon, quería que el alegato de María (su personaje) “despertara a la gente, abriera los ojos, oídos y corazones a las injusticias con las que se enfrentaban todas las mujeres”.
Cuando Mary Godwin huye con el poeta Pierce Shelley, lleva a cuestas toda la herencia intelectual de sus padres, la filosofía libertaria de su madre y la idea de fundar una unión en la que tanto hombres como mujeres, en igualdad de condiciones, tuvieran un trabajo importante qué hacer. Wollstonecraft es la inspiración de los dos. Y Gordon cuenta los avatares de la pareja tan difíciles de sortear, los suicidios a su alrededor y las pérdidas y el dolor por la muerte de los hijos y el rechazo social, pero también sus afanes creativos y literarios, la mutua admiración, su defensa del Romanticismo. Sus amistades, en especial el excéntrico Lord Byron. Los paisajes compartidos, el de Italia, el de Francia.
“Aquí no tenemos vida social, pero se nos pasa el tiempo de prisa y deliciosamente. Durante los calores de mediodía leemos en italiano y en latín, y cuando declina el sol salimos a caminar en el jardín el hotel (…) Estoy contenta como un ave que estrena su plumaje, y mientras ponga a prueba mis nuevas alas, poco me cuido de en qué rama habré de posarme”, le escribe a su media hermana Fanny.
Aquella reunión de amigos poetas atrapados bajo las tormentas y la noche definitiva en la gestión del Frankenstein de Mary Shelley se describe en todas sus versiones dentro del libro. Las conversaciones en torno a la creación y la naturaleza humana, temas que habían preocupado a Byron y a la pareja Shelley; la lectura de apuntes de Polidori en torno a una conferencia del anatomista William Lawrence en Londres. Una noche fascinante de fantasía que nutrió a Polidori para escribir El vampiro, que inspiraría, entre muchas otras obras, el Drácula de Bram Stoker. Y Mary “apelando a sus propias experiencias de niña cuya madre murió de parto, cuyo padre la rechazó y cuya sociedad la condenó por vivir con su amado. Profundizó en su vida interior —su rabia, su dolor, su orgullo— y añadió un giro argumental, la sorpresa que singularizaría su relato y la convertiría en una de las figuras más célebres de la literatura inglesa: hizo que su joven inventor en vez de contemplar a su hombre con orgullo se sintiera repelido por su creación, y abandonase horrorizado a su ‘hombre terminado’.”
Los monstruos, diría Mary, “los creamos nosotros”. Y al igual que ella, en la interpretación de Gordon “la criatura tiene un solo progenitor, que al fallarle le hace urdir planes de venganza homicida. En un mundo sin madres, parece indicar Mary, reina el caos y triunfa el mal”. La postura de Shelley no podía ser más visionaria en el sentido de que no se podía confiar en que los seres humanos gestionaran sus creaciones. Pierce Shelley, el poeta y marido de Mary, vive con ella una relación intensa, creativa y también muy dolorosa, pero la admira hasta el fin de sus días, igual que Byron. “Sé severa en tus correcciones, y espera severidad de mí, tu sincero admirador. Me ufano de que hayas compuesto algo sin parangón en su género, y de que no satisfecha con los honores de tu nacimiento y de tu aristocracia natural, vayas a añadir aún más renombre a tu apellido”, le escribe. Cuando él muere, ella le expresa a una amiga “todo el alivio del que pueda gozar lo obtendré de los libros y de las ocupaciones literarias”.
Difícil de creer que Mary Shelley nunca cobró una regalía por Frankenstein ni por las adaptaciones teatrales que se hicieron mientras vivía. Pero escribió muchas obras más, como El último hombre (1824). La describe Gordon: “Ambientada en el siglo XXI, tras una epidemia misteriosa que aniquila a la humanidad con la única excepción de un superviviente que exclama ‘Soy un árbol roto por el rayo (…) estoy solo en el mundo (…)’.” Ella misma escribiría en 1829: “Una mujer solitaria es víctima del mundo, y algo tiene de heroica su consagración”.
Sola con su hijo Percy y desheredada por el padre de Shelley por reeditar la obra de su marido cuando lo tenía prohibido por el suegro, Mary realiza en 1831 una reedición de Frankenstein mucho más crítica con la sociedad que la primera: “una visión distópica”. Para sobrevivir, además, escribe ensayos biográficos para The Cabinet Cyclopidea, la única colaboradora de sexo femenino de una nómina en la que había lumbreras como sir Walter Scott. Documenta más de cincuenta retratos y logra incrustar vidas de mujeres en sus biografías. También publica la novela Falkner en donde, para Gordon, la subversión consiste en que el espíritu femenino salva a los hombres al defender la paz y no la guerra y en la creación de una utopía basada en los valores de compasión, amor y familia. Sobre el momento más doloroso de la investigación, Charlotte Gordon escribe: “Lloré cada vez que volvía al tema de la muerte de Mary Wollstonecraft. Sigo obsesionada con eso. Me pregunto qué hubiera pasado de haber sobrevivido. También me sentí triste por Mary Shelley cuando muere Percy, el hecho de que nunca pudieron sortear sus dificultades. También odié todas las cosas terribles que la gente dijo acerca de Mary Shelley. Creo que estaba tan indignada de lo que pasó con la reputación de estas mujeres después de que murieron que quise corregir la versión oficial de la historia y decirle a la gente lo valientes y asombrosas que fueron”.
¿Qué fue lo primero que pasó por la mente de la autora al terminar este libro? Dice: “Pienso que nunca me di cuenta de que ya lo había terminado. Hay muchos momentos en que terminas el libro. Cuando envías el manuscrito al editor, después cuando lo revisas por última vez… Creo que cuando sostuve la copia final, no podía ni creerlo. Sobre todo, temía haber dejado algo fuera, o no haberles hecho justicia a ellas”.
Autora de otros títulos como Mistress Bradstreet: The Untold Life of America’s First Poet y The Woman Who Named God, Charlotte Gordon piensa que este era el momento para publicar la biografía de Mary Wollstonecraft y Mary Shelley: “necesitamos conocer a grandes mujeres que hicieron nuestra vida posible. Hay tanta misoginia en el mundo. Espero que Wollstonecraft y Shelley nos inspiren a continuar el trabajo hacia mayores derechos de las mujeres. Ella son una inspiración para las mujeres de hoy”.
Su conclusión es que estas dos creadoras “no sólo escribieron libros que cambiaron el mundo, sino que rompieron con las estrecheces que regían la conducta femenina, y no una sola vez, sino muchas, desafiando a fondo el código moral de su época. Su negativa a someterse y a rendirse, a mostrarse calladas y serviles, a pedir perdón y esconderse, hace que sus vidas sean igual de memorables que las palabras que dejaron.
Proclamaron su derecho a decidir sobre sus propios destinos, poniendo en marcha una revolución que aún no ha terminado.”
En estos tiempos, vale recordar el axioma de Wollstonecraft: “Si se les diera libertad a las mujeres, el mundo sería mejor para todos”.
ILUSTRACIÓN: Dante de la Vega
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