“Matías el pintor”: mística y tentaciones
POR LUIS PÉREZ SANTOJA
Matthias Grünewald, de cuyo nombre real no puedo acordarme, fue un alucinante pintor del Renacimiento alemán, creador de una pintura religiosa adolorida y expresiva, aunque poco realista, con rostros muy teatrales y dramáticos, ajena a los cánones y dogmas. Muchos años después de su muerte, alguien lo “bautizó” con ese apellido erróneo y desde entonces este Matthias, el pintor de crucifixiones y escenas religiosas fue identificado por sus “bosques verdes”. Después de trabajar muchos años para el arzobispado de Maguncia, hacia 1524-25, Grünewald se unió a las revueltas campesinas contra los señores feudales y como, además, había adoptado el luteranismo, fue expulsado de la Iglesia católica.
En 1938, el gran compositor alemán Paul Hindemith estrenó su ópera Matías el pintor (Mathis der Maler). El punto fundamental de la obra era expresar las dificultades que tuvo que enfrentar Grünewald ante la censura y represión de su tiempo, uno de los momentos más álgidos de la disidencia luterana, que Hindemith comparaba con el contexto del nazismo que a él le tocaba vivir. Hindemith era considerado un disidente por los nazis, debido a sus declaraciones públicas contra Hitler, a que su esposa era judía y porque encontraban incomprensible su música. Hindemith sintió que la historia de Matthias, el pintor reprimido, era un buen tema para una ópera contestataria que reflejara su época, disfrazada de drama histórico.
En la ópera, Matthias se solidariza con los campesinos rebeldes y deja la cómoda vida que llevaba como pintor de la Iglesia. Sin embargo, descubre que el vandalismo de los campesinos era tan violento y drástico como el injusto trato de sus patrones. Se refugia en el bosque y en un sueño en el que se visualiza a sí mismo como San Antonio, le es revelado su camino: recuperar el don divino para la pintura, convertirla en su arma y darla a todos los hombres, para sentirse más hermanado con ellos.
Hindemith trabajó paralelamente en la ópera y en una sinfonía sobre los temas de aquella y que fue estrenada previamente, en 1934, un mes antes de que fuera prohibida por los nazis y de que recibiera el calificativo de entartete musik (música degenerada). De nada sirvió la intervención de Furtwängler, el gran director, quien dirigiera el estreno de la sinfonía y pronto Hindemith tuvo que huir de Alemania, primero a Zurich, donde finalmente la ópera se estrenó en 1938, para radicar después en Estados Unidos, donde fue maestro en Yale y Harvard.
La sinfonía Matías el pintor utiliza temas de la ópera, pero con un tratamiento sinfónico; además, no sigue el orden en que aparecen los temas en la obra escénica. Los títulos hacen referencia a los cuadros de algunos de los paneles que conforman su famoso tríptico del Altar de Isenheim. Concierto de ángeles (Engelkonzert), por ejemplo, es la obertura de la ópera y abre la sinfonía; la música y la orquesta no intentan describir al trío de ángeles ante Jesus recién nacido, sino reflejar la mágica luz del cuadro y el brillante colorido, emblemáticos de Grünewald. Es una gran muestra del complejo arte contrapuntístico del compositor que le ganó a Hindemith el calificativo de neobarroco.
Entierro (Grablegung) es una desgarradora pintura que muestra a Cristo colocado en su tumba y la música es un interludio previo a la escena final en la que Matthias tiene la última inspiración creadora antes de morir.
La tentación de San Antonio usa de modo instrumental pasajes que en la ópera son cantados y el grotesco e impresionante cuadro de ese nombre cobra vida, con sus personajes reales representados como demonios y monstruos, dando lugar a un enfrentamiento de fuerzas sonoras y temas agitados y atrevidos. Al final, triunfa la perseverancia y la iluminación del santo y se escucha un himno del siglo XIII, entonado con fuerza por toda la orquesta.
Como siempre, no entendemos el miedo de los dictadores ante el arte. Tal vez, su habitual incapacidad para entenderlo provoca que vean enemigos tras las rejas del pentagrama.
Lo importante es que Matías el pintor encontró su camino en el arte musical del siglo XX como una de las obras más importantes. Como tal, la Orquesta Sinfónica de Minería la tocó dentro de su actual temporada en la ciudad de México; bajo la cautelosa dirección de Antoni Ros Marbá fue sorteando cada uno de los complejos vericuetos de su desarrollo. No es la primera vez que se escucha en México esta música, pensada para oyentes atentos y sensibles, pero pocas veces se había logrado antes el juego de contrastes y matices que el director catalán supo darle.
*Fotografía: Excelente interpretación de la Orquesta Sinfónica de Minería/Archivo EL UNIVERSAL.
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