Matteo Garrone y la migración cruelfeérica

Mar 16 • destacamos, Miradas, Pantallas • 2463 Views • No hay comentarios en Matteo Garrone y la migración cruelfeérica

 

Yo capitán sigue el trayecto de dos jóvenes que migran de Dakar a Europa en busca de un futuro favorable; una película cargada de intensidad lírica

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Yo capitán (Io capitano, Italia-Bélgica-Francia, 2023), desgarrador film décimo del heterodoxo autor total romano de 55 años Matteo Garrone (El embalsamador 02, Gomorra 08, El despertar de la fiera: Dogman 18), el vivaz chavo senegalés de 16 años Seydou (Seydou Sarr) lleva una doble vida a espaldas de su severa redonda madre viuda (Ndeye Khady Sy) en un barrio miserable de la hacinada capital Dakar, fingiendo estudiar, lidiando con sus numerosos hermanos menores y participando como tamborilero en el frenético baile comunal sabar, cuando además trabaja como auxiliar milusos en una construcción, entierra los billetes ganados y sueña con emigrar a Europa al lado de su adorado primo cómplice Moussa (Moustapha Fall) para devenir estrellas aplaudidas por los blancos, pues un buen mal día parten juntos clandestinamente en un desastroso ómnibus con rumbo al norte de África, pero deben gastar 100 dólares en pasaportes falsos que los rebautizan con nombres franceses, sin sospechar que apenas crucen la frontera de Mali con Níger va a comenzar una odisea de extorsiones y penalidades como la de cualesquiera migrantes planetarios, jamás vencidos en su esperanzada migración cruelfeérica.

 

La migración cruelfeérica pasa por un corrupto revisor fronterizo dentro del ómnibus, por la extenuante travesía del desierto del Sahara donde un enganchador camión los ha botado a la mitad, el escondite de los ahorros en el ano, la caída en las desalmadas garras de unas mafias rebeldes de Libia, la separación forzada de los primos tras ser obligados a beber un purgante de acción instantánea, la caída en una prisión donde Seydou será víctima de pavorosas torturas al negarse a dar un número telefónico para que familiares distantes paguen un cuantioso rescate, su venta como esclavo a un terrateniente que acepta su servicio como albañil gracias a los buenos oficios del maduro afromaestro de obras reinmigrante Martin (Issaka Sawadogo) que prácticamente lo adopta como hijo, la edificación conjunta de una fantástica fuente ornamental con la que ambos compran su liberación, la incasable búsqueda del primo entre las comunidades senegalesas de Trípoli, el reencuentro con un adorado Moussa baleado de una pierna y mal curado con amenaza de perderla, y la absurda travesía marítima del Mediterráneo por un Seydou que, a causa del monto requerido, ha sido instruido por el organizador de cruces Ahmed (Hichem Yacouba) como timonel improvisado de una embarcación embutida de familias que, para no dañar a una embarazada en peligro, debe de pronto detenerse en altamar, entre otras desgracias y motines, como culminación de un viaje cardiaco vía Malta y Sicilia.

 

La migración cruelfeérica hace así una volcánica y vesánica erupción narrativa, llena de aventuras y vicisitudes malvadas, fascinación, agudeza, transparencia y diafanidad en el seno de las tinieblas sociopolíticas, cual si se tratara de un nuevo manantial de fábulas con Salma Hayek como la reina malvada en El cuento de los cuentos (Garrone 15, basado en el barroco napolitano Giambattista Basile), o de un moderno Pinocho de Carlo Collodi (adaptado por Garrone 19), otra particular ráfaga de relatos-río del legendario hindú Somadeva y una summa de cuentos de hadas de los Grimm y Perrault, o lo contrario de las estaciones de algún exótico Viacrucis edificante, porque aquí los devaneos de futuro realismo mágico (esa moribunda que vuela jalada cual papalote ilusorio por Seydou para alcanzar al guía del desierto, o ese ángel rococó salvador del injusto cautiverio espiritual del héroe encadenado en sórdido calabozo) se han vuelto tan esporádicos como el énfasis en los rostros polvorientos o tumefactos por la tortura brutal y la herida de bala del primo, ya que la fotogenia magnífica de las imágenes del camarógrafo Paolo Carrera asimismo concatena las telúricas visiones todoabarcadoras que minimizan las travesías con la explosiva furia acosadora de cuerpos inermes en fríos acercamientos jamás efectistas, mientras la edición de Marco Spoletini se revela también ajena por completo a los golpes bajos de montaje y es acompañada por una música de Andrea Farri con dominio melódico o percutivo sin folclorismos estilizados o bastardos.

 

La migración cruelfeérica rebosa de intensidades narrativo-líricas a través de secuencias ampulosas y rotundas que la alejan de cualquier edificante simplismo facilista, tales como el ruidoso despertar entre hermanitas jugueteando con pelucas variopintas, la frenética danza popular nocturna al nivel del desfile llovido en la portentosa Shara de Kawase (03), las caricias a los billetes enterrados, la canción rap compuesta al tiro sobre un regaño de mamá (“Te estuve buscando/ no viste mis llamadas/ no soy nada para ti”), la fúrica reacción de ésta ante la sola idea de la partida del hijo que preferirá ser despedido sólo por la solidaridad de una hermanita muy pequeña, el tragicómico callejoneo con el dinero enrollado en celuloide y escondido en el culo, el camión de redilas brincoteando por las dunas y abandonando a su suerte a los caídos, el despectivo encarcelamiento selectivo por nacionalidades por otros negros autorracistas, los dolientes cuerpos tendidos en la plancha aún con vida y el amontonamiento de cadáveres en la sala de tortura, o la risueña fuente serpentina, y el tema de la amistad amorosa que, por encima de infortunios y lejanías tipo Vidas pasadas (Song 23), une a los primos con potencia indisoluble en una afirmación vital a toda prueba.

 

Y la migración cruelfeérica se niega al triunfalista final feliz con ese largo plano del joven madurado de improviso Seydou viendo y oyendo el revoloteo de un helicóptero rescatista, sin poder ni saber cómo reaccionar sobre la cubierta del navío a punto de colapsar y llevado salvadoramente a buen puerto, porque la aventura bárbara lo ha enfrentado a los valores de la compasión y la responsabilidad individual-colectiva, más socavadores que cualquier otra cosa.

 

 

 

FOTO: Yo, capitán contendió en los Oscar en la categoría “Mejor película extranjera”. /Especial

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