Max Rojas: el insurgente contra el olvido
POR JOSÉ ALBERTO TREJO
@AlbertoTrejoM
La presente entrevista había permanecido inédita por casi dos años y fue realizada en casa del poeta Max Rojas. Hoy, a manera de homenaje tras su deceso la sacamos del polvo y traemos al presente las palabras del autor de El turno del aullante
I
Escupidas desde un revólver, dos balas calibre .38 cruzan el aire de la calle Abraham González justo al cruce de la calle Morelos. La primera destroza y atraviesan un codo, termina su vuelo funesto en un intestino; la segunda llega directo a un pulmón. Tres testigos observan, un panadero entre ellos. Oscurecía en la capital convulsa mexicana postrevolucionaria, “insurrecta de anuncios luminosos”, escribió Maples Arce. El pulmón perforado de fuego, lleno de odio –antes de aire–, cede. El cuerpo acribillado se desploma. Es el 10 de enero de 1929 y continuaba oscureciendo en la ciudad más antigua de América.
Una joven acompañaba al occiso, declara que desde un auto los criminales apuntaron y cometieron el homicidio. También asevera que iba tomada del brazo izquierdo del finado, la contradicción es evidente, el codo izquierdo fue atravesado por uno de los proyectiles. La joven es fotógrafa. Es parte activa del Partido Comunista Mexicano desde 1927. El otro de los testigos, el panadero, contradice a la acompañante del asesinado y comenta que venían dos hombres y una mujer desde Bucareli, uno de ellos abrió fuego. El cadáver es identificado, tenía 26 años. Pertenecía a un hombre de origen cubano, la supuesta acompañante también es identificada, es italiana, de una pequeña ciudad del nororiente del país europeo, es Tina Modotti. Él es uno de los fundadores del Partido Comunista Cubano: Julio Antonio Mella, un exiliado por la represión emprendida en la isla contra la izquierda por el dictador Gerardo Machado. Los periódicos de la época ya tienen la nota para sus portadas.
Casi noventa años después de esa muerte, el poeta mexicano Max Rojas cuenta la intervención de su familia en los acontecimientos previos a la muerte del exiliado cubano.
–Pocos saben que tu casa fue refugió de Julio Antonio Mella
–Sí, efectivamente. A Julio Antonio Mella, a quien mataron por órdenes de Gerardo Machado, el dictador en turno, lo cremaron en el panteón de Dolores, el único horno crematorio que existía entonces y que era de leña. Mella era un tipo fornido, un atleta. Se acabó la cremación y se llevan los restos a la casa de unas tías abuelas mías quienes vivían en la colonia Roma, en la calle de Flora. Allí se dieron cuenta que los restos no se habían pulverizado por completo, entonces con un molcajete empezaron a moler dientes, huesos que no se habían alcanzado a convertir en polvo. Pero cuando llegaron al fémur, dijeron “p’al carajo”. Y envolvieron los restos en rollos de papel y los metieron al fondo de un mueble que era enorme hasta que un día me pongo a esculcar ese mueble, acababa de triunfar la Revolución en Cuba, por 1961, y saco el envoltorio de periódicos sale el fémur de Mella y ¡coño!, ya ni mi papá se acordaba. Todo parece ser que mis tías se cansaron, llegaron al fémur y lo embodegaron allí.
Juan Mirinello, padre de Max Rojas, fue quien narró al poeta cómo fue que el fémur de Mella fue a dar a un mueble de su casa y como las tías abuelas tuvieron que moler y resguardar los restos del dirigente cubano. Para aquel entonces, 1961, se acababa de constituir el Instituto Julio Antonio Mella que en aquella época dirigía el comunista Fabio Grobart, a donde Max y su padre enviaron el último de los restos óseos del líder comunista cubano. El crimen de la calle de Abraham González, nunca sería totalmente aclarado. Las dudas hasta hoy persisten.
II
El cataclismo de la izquierda: “¿una diputación?, pues órale, una diputación”
Así, en su casa en la delegación Iztapalapa, en México DF, el poeta ganador del Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer 2009 para obra publicada comenzó a dialogar en medio de humo del cigarro, porque “si no es así, no soy yo”. Max habla de su posicionamiento político actual, de las luchas sindicales del siglo XX, de la hecatombe de la izquierda y de la poesía.
“Ingreso en el PCM (Partido Comunista Mexicano) en 1958, en plena represión del movimiento ferrocarrilero, sigo en el Partido hasta que me separo por las actitudes blandengues, sigo mi vida solo pero sintiéndome parte de una izquierda que ya perdió la batalla, que la hicieron perder la batalla, que ella misma contribuyó a dejar que le quitaran la batalla de las manos; pero resignado a que voy, no obstante que me tocó vivir en este caos ideológico, a morir en este caos ideológico con intereses profundos, y descubro que ya no es tan caótico el caos. No deja de molestarme, de lastimarme, de dolerme, que voy a morir, después de lo que luchamos, de lo que luché, en un mundo cada vez más hueco, más vacío, más pobre en el sentido civilizatorio de la palabra, etcétera.”
El creador de Cuerpos, poema dividido en más de 20 tomos y recientemente editado el volumen uno por Conaculta, ubica cronológicamente la derrota de la izquierda a finales de la década de 1980. Con la caída del muro se descubren los horrores del socialismo que “sí existieron” y “la izquierda del aquel entonces adopta la actitud de decir ‘pues ya nos dieron en la madre; entonces ¿para qué queremos el comunismo, para qué?’”
Rojas asevera que ante el callejón donde la izquierda se ubicaba, la respuesta fue “¿una diputación? Pues órale, una diputación; total, nos pagan para hacernos pendejos”. Y profundiza, “la decadencia de la izquierda, que nunca llegó a ser mayoritaria ni muchos menos, pero sí llegó a tener propuestas de cambio radicales, coincide con una especie de anorexia, de un total, me da igual, un me da lo mismo en poesía, en política, en lo que sea”.
El resultado de la anorexia ideológica, para Max Rojas arroja una izquierda que es idéntica a la derecha, una derecha idéntica al centro, “trato de mantener una coherencia con mis principios; es decir, principios que no tienen que ver con ningún partido político”.
Ante la situación actual del país en medio de los pactos de civilidad entre los partidos llamados de derecha, izquierda y centro el poeta de la ciudad de México nos arroja que tenemos “un país en plena desintegración social con una crisis de civilización brutal; qué porvenir nos espera, quien sabe. En esta ciudad están sucediendo hechos bárbaros, como el de 12 chavos de Tepito que quién sabe dónde están, están pasando atrocidades en el Estado de México. Pero quiero pensar que estamos en una época más tranquila. Siguen apareciendo degollados, decapitados, puede que sigan, pero es el mundo que nos tocó y creo que nadie sabe bien qué carajos hacer. Entonces, ¿a dónde vamos? Quien sabe”.
Max Rojas toma cerveza, da otro sorbo al fuego del cigarro, engulle un pensamiento, un personaje de la literatura mexicana se le cuela en la voz. “Mira, el arte no tiene nada que ver con la descomposición o con la regeneración social, y ese es el drama que vivió José Revueltas, es un procesos civilizatorio que nunca llegó a cuajar en México. Civilizatorio en el sentido como parecía que estaba la culta Europa: paz, prosperidad económica, cultura y nada, de repente la culta Europa se convierte en un albañal. Aquí corremos el riesgo de irnos por el albañal antes de haber respirado aire puro, pero son tiempos muy revueltos, que quién sabe en que terminen.
“Pepe Revueltas vivió desgarrado entre el marxismo dogmático y la libertad personal como artista, como creador. Y eso, fue una de las cosas que creo lo llevó a la muerte, así, tan súbitamente. Allí, Pepe acabó desgarrado”. Max se autoexilió de los movimientos sociales, pero Revueltas no, “él se va a vivir a Ciudad Universitaria (en 1968) y lo reciben como el héroe, y creo que Pepe tenía cierto complejo o cierta dualidad entre Jesucristo, el buen samaritano, y Jesucristo el crucificado. Y bueno, acabó crucificado por sus propios compañeros. Pero fue una decisión de él.”
Rojas, la poética como una insurgencia contra el olvido
La ciudad es atravesada por arterias eléctricas. Veloces tranvías cortan, dividen y mutilan la creciente antigua Tenochtitlán. Los lagos agonizan, como siempre han agonizado, es un gigante lacústrico zombi. Eléctricos trenes surcan el subsuelo de agua. También hay autos, modernas canoas de ruedas de un pétreo y milenario líquido. Desde la soviética Rusia un misil es lanzado, los terrícolas bolcheviques invadirán Marte sin mucho éxito. Es 1971.
“Por esas fechas –comenta Max– estaba inmiscuido en un grupo que propugnaba una autonomía sindical con respecto a los líderes charros encabezados por Fidel Velázquez. La huelga era de una línea de camiones que se llamaba San Rafael Aviación y Colonias del Vaso de Texcoco. Yo fungía como asesor de prensa, o algo así, con los Sindicatos Obreros Libres, que era una agrupación que dirigía Alfredo Pantoja quien había sido chofer y formó un pequeño sindicato y atendía fundamentalmente conflictos con las líneas de autotransportes.
“Estábamos allí, en las orillas del Vaso de Texcoco, sabíamos que nos iban a desalojar los granaderos, o sepa Dios quién. Se había acabado el pulque, la cerveza, todo. Se me ocurrió leerles un poema que justo acababa de escribir (el poema X de El Turno del Aullante). Lo leo, se arma un silencio sepulcral y uno de los compas dice ‘pus no le entendí ni madres, pero me dio el chingadazo’. Y pensé, ¡caray!, ¿Será agravio o será elogio? Y me dije, pues es elogio, una poesía que no da el chingadazo pues no es poesía. Y creo de un modo u otro, eso formó también mi actitud ante la poesía, no sólo de mi poesía, sino ante la poesía anoréxica, blandengue, sin fuerza, la cual no es privativa de unos u otros poetas. Es una característica de la poesía actual, de lo que se escribe actualmente.
Los poetas han perdido fuerza, vigor en su expresión poética, por un lado, y por el otro, evidentemente, ya no hay muchas causas, como las había en mi época que te definían, aunque no escribieras poesía política, hay que tener una actitud política. De allí sobreviene toda la obra posterior, inclusive en una obra tan posterior como Cuerpos donde escribo un poema al amor de los viejos bolcheviques. Creo eso marca mi modo de ver la poesía y por tanto mi modo de juzgar la poesía que se escribe en Latinoamérica.”
–¿Qué es lo que se cuenta en Cuerpos?
–Yo recorrí esta ciudad, cuando esta ciudad se podía recorrer. Fui captando una serie de ritmos, de lenguaje popular de lugares que desaparecieron o a los cuales ya ni de milagro entro. En este sentido la ciudad sí tiene un papel importante (en el libro). Cuerpos está llenos de líneas de tranvías, da camiones, de cosas que desaparecieron hace mucho tiempo. Cuando has nacido en una ciudad que no tiene nada que ver con la de ahora, no te queda nada sino regresar a la memoria, volver a tu memoria. Esto implica una carga de nostalgia terrible, dolorosa, que está en el poema, eso es lo que le dio personalidad a Cuerpos.
Conocí a Max Rojas en 2007, era octubre. Esa noche terminamos, junto a varios amigos, en un bar ubicado en la ciudad de México en la calle de Artículo 123 y Bucareli. Su nombre: El Averno. El caguamón costaba unos 35 pesos; increíble, pensé, uno se puede emborrachar cómodamente aquí. El 11 de enero de 2012, casi cinco años después de haber conocido a Max, el dueño de aquel lupanar, un hombre de más de 70 años y de barba larga y canosa, murió asesinado allí mismo, intentó resistirse a un asalto.
Desde publicación de su libro El turno del aullante hasta su último libro Poemas inéditos, publicado por la editorial Malpaís en 2013, han pasado treinta años.
–Max, ¿qué estás escribiendo?
–Nada, ya acabé de escribir.
*El poeta Max Rojas en su casa de la delegación Iztapalapa, en la ciudad de México, en el año 2013 / Foto: Ernesto Pérez M
« Beijing Dance Theater: sobriedad escénica Infancia y cine, un recorrido en 10 películas »