Mazatlán, el puerto donde emerge la danza
POR JUAN HERNÁNDEZ
La Escuela Profesional de Danza de Mazatlán (EPDM), que dirigen en aquel puerto los coreógrafos y bailarines Claudia Lavista y Víctor Ruiz, se ha convertido en un centro de formación anhelado por jóvenes del país y de otras partes del mundo, que llegan hasta este paradisiaco lugar para integrarse a las filas de los nuevos talentos en formación del arte coreográfico.
¿Qué es lo que hace tan atractiva esta oferta pedagógica para la formación de creadores dancísticos? La respuesta se percibe de inmediato cuando se visita Mazatlán y se acude a ese rincón del puerto, albergue de una comunidad de artistas que han hecho del arte un modo de vida: el único posible, pues les permite vislumbrar el mundo de manera armoniosa y vivible.
El sentido de comunidad es indispensable para un arte colectivo como la danza. Y eso es lo que la EPDM ha conformado en primera instancia, una comunidad que trabaja con principios y objetivos claros: formar cuerpos y mentes para ejercer el trabajo escénico con rigor no sólo técnico, también como ejercicio crítico.
A esta ciudad porteña llegan personas hispanoparlantes y jóvenes que hablan otros idiomas, sin embargo el lenguaje común y universal es el de la danza. Es el trabajo del cuerpo en movimiento construyendo espacios habitables la actividad que hermana a los miembros de esta comunidad, en donde los ideales se sienten aún a flor de piel.
La escuela de danza tiene como sede el Centro Municipal de Artes de Mazatlán, junto a un teatro, el Angela Peralta, ancestral y legendario. En este espacio los estudiantes se forman para tener el control técnico que les permitirá hablar desde la escena a su antojo. Pero no sólo la escena, la técnica y el movimiento les atañe. En este espacio se relacionan con artistas plásticos, escritores, poetas, grabadores, actores, directores y, por supuesto, músicos.
Aquí los jóvenes llegan con una inquietud, la cual difiere radicalmente de la apatía de la mayoría de las personas de su edad, toda vez que la capacidad crítica para analizar y transformar el mundo les ofrece esperanza. Luego de una clase de técnica los muchachos ocupan la calle cerrada que está frente al Teatro Angela Peralta y llenan de energía a esta población de Sinaloa: ahí siguen estirando las piernas, el torso y los brazos, mientras conversan, se besan, se enamoran.
No sorprende luego verlos en el escenario con esa forma de moverse ansiosa. Parece que quieren comerse el mundo. Y lo hacen. Se arriesgan, crean lenguaje y discurso coreográfico, que exponen frente al público. Los primerizos y los avanzados comparten la experiencia de la creación escénica.
Esa es una cualidad de la EPDM, que permite a los alumnos expresarse con los lenguajes propios, nunca impuestos. Unos, los que vienen de lejos hablan con sus cuerpos sobre la nostalgia, su origen, el extrañamiento. Otros se sumergen en un ritual circular, de donde se desprende uno a la vez para hablar del lugar que ocupan un mundo complejo como el contemporáneo. El hábito de fumar puede ser tema de una coreografía; o simplemente engolosinarse con el movimiento hasta el trance, para despertar, luego, como quien ha tenido un sueño. O el joven de piel morena que va profundo en sus instintos, en aquella naturaleza diríamos animal y salvaje del ser humano, que se manifiesta en los músculos tensos, sudorosos, territorio del deseo.
Las coreografías que presentan los jóvenes de la EPDM pueden tener algunos errores y carencias, pero son muestra de un talento que viene empujando y que una vez graduados saldrá al mundo a probarse, a enfrentarse a eso que llamamos: vida profesional. Irán bien armados, con las herramientas necesarias para iniciar su propia comunidad o célula dancística o para integrarse a otra ya consolidada.
Claudia Lavista y Víctor Ruiz, también coreógrafos, directores y bailarines de la compañía Delfos Danza Contemporánea, están haciendo un trabajo generoso al formar a estos nuevos talentos para la danza; a quienes no sólo les ofrecen herramientas técnicas, también promueven el desarrollo del pensamiento, con clases de filosofía fijas, con conferencias y talleres con profesionales de distintas disciplinas que llegan a Mazatlán y que ellos no dejan ir sin antes exprimirles su experiencia a favor de los jóvenes bajo su tutela.
Esta forma de concebir a la danza es lo que hace atractiva a esta comunidad. Porque para ellos la danza no es virtuosismo de gimnasta, sino capacidad transformadora, ejercicio crítico del pensamiento y la persecución permanente de la utopía.
Lejos del centro del país, esta comunidad de artistas y creadores en formación le dan a este puerto una característica cosmopolita. No es para nada una gran urbe, es más bien un rincón idílico, en donde la naturaleza aún importa y el hombre realiza su vida cotidiana en un espacio amable y cordial. Ahí es donde los jóvenes, futuros soldados de Terpsícore, transitan a diario el duro pero motivante camino de la creación.
*FOTO: La EPDM se fundó en Mazatlán cuando la Compañía Delfos Danza Contemporánea se estableció en el puerto, en 1988. Actualmente tiene alrededor de 70 alumnos, de varias nacionalidades, que estudian la Licenciatura en Danza Contemporánea. Además de clases de técnica dancística, música, teatro, artes plásticas, literatura, filosofía, producción y anatomía, los estudiantes han realizado alrededor de 90 coreografías, las cuales se han presentado en por lo menos seis ediciones del Festival Internacional de Danza José Limón, así como en el Festival Cultural Mazatlán y el Festival Sinaloa de las Artes/ Cortesía Escuela Profesional de Danza de Mazatlán.
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