Melancolía por un dron
/
/
POR JOSÉ FILADELFO GARCÍA
Sin tocar
ni preguntar
radial tu inteligencia
es omnisciente,
pequeña espuma
de los aires
que, sin recoger
en tus aspas
de la admiración
el menor signo,
procesas
—ahí tu facultad
evolutiva—
de la tierra
sus cifras diseñadas,
hijo de la nada
que seca
tu semblante,
pálpito de un buitre
que, sin arriesgar el vuelo,
levanta tu corona
—sí, rey enano—
para dotar de cumbres
de oro con cemento
y montañas castas
el buche con hambre
de los cielos,
limpio vigía,
fantasma y colibrí
—ya todo es viable—,
aspersor de miradas,
prótesis de la contemplación;
ante el desastre
inhóspito
e inexpugnable
a mis sentidos,
con tus circuitos
hay poca soledad,
aunque morir,
para ti,
sea un acento omiso
en la base de datos
que retrata y, mustia,
encripta;
documenta la barbarie
y azaroso
seguirás en pie
y grabarás,
mientras celebra
o duerme, a tu enemigo,
pobre rey enano,
refrigerador de secretos,
y si tú mueres,
que es ya imposible
pues solo te transformas,
un rey más vivo,
preocupado pero indómito
te olvida
y astuto y satisfecho
te repite
con los labios de Dios
en tu número de serie,
nadie que te habite,
he dicho nada
que en ti,
tras ser creado,
te posea;
y si hay un código retrógrado
en tu aleación carbónica
—sin compasión, es claro,
tampoco vida,
sanguíneo, lo confirmo,
como joya involutiva—,
cuando seas autómata,
y quedes a merced
de un amor inhumano,
conciencia panegírica
de un todo que absorba
lo sabido y lo imposible,
captura mi dolor
como una hipótesis
que filtren tus pixeles
o hazme tu semejante
orgánico con ojos,
pero no contestes
al que explora,
confúndeme
entre zorros, mares
y piedras,
dime algo más
entre las cosas,
memoria neutral,
esfinge de memorias,
no informes que soy polvo.
« La soledad de las palabras: en defensa de la novela póstuma de Gabriel García Márquez El espíritu de las leyes. La separación de poderes »