Mestizaje y criollismo en las lenguas de América
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El español en nuestro continente se ha adaptado a las condiciones de la vida, lo que se ha traducido en un gran acervo léxico de origen indígena, en multitud de nuevos matices de significado y, en menor medida, en ciertos desarrollos de carácter gramatical
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POR LUIS FERNANDO LARA
La palabra mestizo, desde su origen en el latín tardío mixticius, significaba una mezcla de razas animales. Según el Diccionario crítico-etimológico castellano e hispánico de Joan Coromines la primera documentación de la palabra mestizo procede de los Comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega, publicados en el año 1600. El Inca Garcilaso fue hijo de un noble extremeño —emparentado con el famoso poeta renacentista Garcilaso de la Vega— y una princesa inca; es decir, fue un mestizo. El también peruano Felipe Guamán o Guaman Poma de Ayala, hijo de padres quechuas, supuesto descendiente del noble inca Tupac Yupanqui —por lo que era indio—, y autor de la Nueva corónica y buen gobierno, publicado en 1615, nos ofrece la mejor muestra conocida de una mezcla de lenguas en el siglo XVI, como lo deja ver el siguiente párrafo: “Y algunos yndios se hacían ladinos, los yanaconas dezían: Obeja chincando, pacat tuta buscando, mana tarinchos, uira cocha. Como los mestisos del Cuzco y de Xacxauana y de Cochacalla dicía: ya señor, sara parauayando, capón asando, todo comiendo, mi madre pariua, yo agora mirando chapín de la mula”.
Ha habido en toda Hispanoamérica una constante mezcla de lenguas, resultado de la vigencia de las lenguas indígenas y de la imposición del español. Hasta en tanto el mestizaje racial no se convirtió en la característica dominante de nuestros pueblos y convirtió al español en la lengua materna de la gran mayoría de los mexicanos, esa clase de mezclas debe haber sido lo más común. Hoy día, como lo podemos observar en muchos pueblos de Oaxaca o de Chiapas, por ejemplo, sus lenguas indígenas siguen interviniendo en sus maneras de hablar español, por ejemplo, en algunas de ellas, en la omisión de los artículos determinados, en la indistinción de género gramatical, o en el manejo de los tiempos verbales. Todos esos casos, si no son producto temporales de las necesidades de comunicación con los hispanohablantes dominantes, serán entonces pruebas de verdaderos mestizajes lingüísticos.
La situación en Nueva España fue un tanto diferente a la del Perú, debido a cuatro factores centrales: ante todo, al tipo de relación social entre conquistadores y hablantes de lengua indígena (en especial mexicas y tlaxcaltecas, hablantes de náhuatl), por la cual, por el peso demográfico de los indios y su sólida organización social, los españoles se vieron forzados a concederles un papel preponderante en el gobierno del virreinato (control y tributación), lo que contribuyó a la conservación y vigencia del náhuatl en especial; en segundo lugar, porque el mestizaje racial fue inmediato, tanto entre españoles e indias, como entre indias y negros africanos, para cuyos hijos era el español la lengua que les permitía insertarse en la sociedad colonial; en tercero, por la gran actividad de los misioneros —sobre todo franciscanos— que, imbuidos de celo apostólico y con la actitud humanista propia de los comienzos del Renacimiento en España, se dieron a la tarea de aprender las lenguas aborígenes, a escribir sus gramáticas y diccionarios, a sostener con éxito la necesidad de evangelizar a los indios con sus propias lenguas y a introducirlos en el conocimiento europeo; en cuarto, a la creación de instituciones educativas como el Colegio de Tlatelolco y la Real Universidad, en donde al náhuatl se le reconocía un papel tan central como al español y al latín. Las obras de Alva Ixtlilxóchitl, de Alvarado Tezozomoc y de Chimalpahin son prueba de la completa adquisición del español y del pleno dominio del náhuatl. Quizá debido a eso, hasta ahora no se han encontrado en México documentos como los de Poma de Ayala. Otro caso, muy diferente, debe ser el del maya yucateco, pues el mestizaje racial y cultural tuvo otras características; es necesario estudiar lengua por lengua en México las características específicas de la mezcla de lenguas.
Si mixticius dio lugar al vocablo mestizo para significar a todo individuo resultante de la mezcla de razas, hay otra palabra que hay que hacer intervenir en esta dilucidación del mestizaje y el criollismo en las lenguas de América: criollo, procedente del portugués crioulo, derivado de criar, mediante la cual querían decir, a propósito de los africanos negros, ‘esclavo que nace en la casa de su señor’. En Hispanoamérica el vocablo criollo recibió un significado más, para nombrar al hijo de españoles nacido en América, que podríamos explicar mejor diciendo que se trataba del español aclimatado en América (eso mismo quieren decir los ganaderos al hablar de ganado criollo: aquel que resulta de razas importadas pero aclimatado a la región en que vive).
El español en nuestro continente se ha aclimatado, precisamente; se ha adaptado a las condiciones de la vida en nuestros países y esas condiciones se han traducido, sobre todo, en un enorme acervo léxico de origen indígena, en multitud de nuevos matices de significado y, en mucha menor medida, en ciertos desarrollos de carácter gramatical. No es una lengua mezclada de español y lenguas indígenas, como en el ejemplo de Poma de Ayala; el español que hablamos quienes lo tenemos como lengua materna no es otra lengua diferente del español del resto del mundo. En todo caso, sería una “lengua criolla”, una lengua aclimatada a las condiciones de vida de América, pero hoy día se entiende por lengua criolla una lengua que, en efecto, es resultado de una profunda mezcla de lenguas. Tal es el caso de la lengua del palenque africano de San Basilio, en la región de Cartagena, en Colombia, así como del papiamentu de las islas de Curaçao, Bonaire y Aruba en el Caribe sudamericano, una lengua mezclada de base portuguesa, lenguas africanas, neerlandés y español. La lengua garífuna de la costa caribeña de Belice, Honduras y Nicaragua es otra lengua criolla, en que la lengua aborigen, del tronco taíno, se mezcló con español, maya, lenguas africanas e inglés.
Las lenguas criollas en el continente americano son producto de la necesidad de los esclavos de comunicarse entre sí y del maltrato, discriminación y segregación que sufrieron a manos de sus amos. Cuando los esclavos huían de las haciendas, cuando se volvían cimarrones, solían formar comunidades alejadas del control colonial, lo cual propiciaba la formación de una lengua común entre ellos, diferente del español. Un ejemplo mexicano de comunidad cimarrona, pero no de lengua criolla, es el de Yanga, en Veracruz; a esas comunidades se las llamaba palenques, que quiere decir ‘empalizadas’, pero también, con vocablos africanos, mocambos y quilombos, procedentes de las dos lenguas más comunes entre los esclavos: kikongo y kimbundu. En Nueva España el gobierno colonial supo adaptarse a la existencia de los palenques y, en el caso de Yanga, como señala Antonio García de León en su libro Tierra adentro, mar en fuera (FCE, 2011) logró asimilarlo; de ahí que no se haya producido en Nueva España una lengua criolla. No fue así en San Basilio; ahí, en efecto, se produjo una mezcla entre el español (con su base portuguesa) y las lenguas de los esclavos. He aquí un ejemplo del criollo palenquero de San Basilio: las primeras líneas del Padre nuestro:
Tata suto ke ta riba sielo,
Santifikao sendá nombre si,
Mini a suto reino si,
Asé ño boluntá si,
Aí tiela kumo andi sielo.
Las lenguas criollas son realmente lenguas mestizas: su construcción gramatical, su morfología y su léxico, además de su pronunciación, las convierte en lenguas diferentes de aquellas de las que proceden. No son fenómenos pasajeros del contacto entre dos lenguas, como los contemporáneos del espanglish o del portuñol (en las fronteras de Brasil con los países hispanohablantes de Sudamérica) que son acontecimientos temporales, resultado del contacto entre las dos lenguas pero sin aislamiento; las tres sociedades anglohablante e hispanohablante, y brasileña e hispanohablante, cuya identidad es poderosa y sus medios de comunicación alcanzan a todos, impiden la formación de una nueva lengua, una lengua realmente mestiza, una lengua criolla.
La influencia de las lenguas indígenas en el español mexicano, en cuanto a su estructura, es muy reducida. Es cierto que el náhuatl, por ejemplo, tiene una partícula –tzin que se adhiere a sustantivos para manifestar respeto y cortesía; el sufijo español –ito, con que se forman los diminutivos, también se presta a manifestar la cortesía, por lo que lo único que se puede decir es que la partícula nahua ayudó a que –ito se difundiera entre nosotros con mayor frecuencia para la manifestación de la cortesía: “¡tenga cuidado con sus piecitos, señor!” (y los pies del señor parecen esquíes); por la misma razón también modifica algunos adverbios como ahora, en ahorita, que no significa —como cree mucha gente— un ahora más inmediato, sino ‘cuando haya oportunidad’, endulzado con cortesía: “Cuándo tendrá usted listos los documentos? — Ahorita” (y pasan dos horas). Encimita en vez de encima sirve en ciertos casos para dar una respuesta cortés; lo mismo en los gerundios: “Vete corriendito”. En un camino, si le preguntamos a un paisano qué tan lejos está el pueblo a donde queremos llegar, nos contestará cortésmente: “aquí, tras lomita”. Una influencia notable del náhuatl es la interjección exhortativa ¡axcalli!, que por mucho tiempo se usó en México como ¡áscale! y dio lugar a que su última sílaba se adhiriera como exhortativa a los verbos, por su similitud con el pronombre de objeto indirecto le: córrele, ándale, vuélale, cómele. Hoy día este uso mexicano se ha expandido por otras regiones hispanohablantes. En la fonética conservamos el sonido tl del náhuatl: Tlalpan, Cuautla, y cientos de nombres de animales, plantas, personas y otros objetos: cacomixtle, cenzontle, chahuiztle, cuitlacoche, chilpotle, huauzontle, ixtle, y también contlapache, achichincle, tlachiquero, metate, cozcomate, apantle, etc. También conservamos el sonido sh en palabras como Xola, Uxmal, xicalanca, xocoyote, xolenco, etc., pero se trata de pronunciación, no de una alteración del sistema fonológico del español. Se han creado verdaderas palabras híbridas nahua-español: tlapalería, tecorral, acahualero, caballocalco, etc. En cambio, no hay influencia ni mezcla en la sintaxis. El maya yucateco, que sigue teniendo gran vigencia, sobre todo en zonas rurales de la península de Yucatán, sí influye poderosamente en la pronunciación y la entonación del español; también ofrece gran cantidad de voces, como se pueden leer en el Diccionario del español yucateco de Miguel Güemes Pineda y modificaciones impulsadas por el maya del significado de verbos como buscar: “Estuve buscando mi dinero y no lo busqué” (estuve buscando mi dinero y no lo encontré). En el caso de los mayas actuales podemos suponer que se crea una mezcla maya-español, pero desaparecerá cuando la deseada educación bilingüe maya/español llegue a realizarse por completo en todos los grados escolares. Es imposible tratar todos los casos de influencia de las lenguas indígenas en el español de cada región mexicana, pero en ninguno se puede hablar de que el español mexicano sea una lengua mezclada. Es una lengua con influencia de las lenguas indígenas.
En cambio la influencia del español en las lenguas indígenas es más pronunciada: los nombres de los días, los meses y los números, pero sobre todo muchas preposiciones, conjunciones y adverbios han penetrado en muchas lenguas. En el náhuatl de Temascaltepec, por ejemplo, se dice luseru, ‘estrella’; blankiyo, ‘huevo’; kenutrapu ‘mi ropa,’ en donde ke es un prefijo de plural y nu un infijo de posesión antepuestos al hispanismo trapo. Quizás en casos como este se pueda pensar que muchas de las lenguas indígenas mexicanas se han vuelto mestizas.
Ninguna lengua es pura; ninguna lengua, en su devenir histórico, se conserva en su estructura y mucho menos en su léxico sin influencia de otras, del mismo modo en que ninguna raza, ningún pueblo son puros, pero conviene distinguir entre la influencia de unas lenguas sobre otras y la verdadera mezcla de lenguas.
FOTO: Fragmento del Lienzo de Tlaxcala en el que se muestran los primeros intercambios lingüísticos entre el español y las lenguas mesoamericanas/ Crédito: Mediateca INAH
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