México 1968: la Olimpiada cultural
La imprevista llegada del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez como presidente del comité organizador de los Juegos Olímpicos celebrados en nuestro país trajo consigo un ambicioso programa cultural —de un año entero— que mostró al mundo las vanguardias artísticas de ese entonces
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POR GERARDO LAMMERS
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Lo ocurrido en la Plaza de las Tres Culturas el miércoles 2 de octubre de 1968 mostró el lado esquizofrénico de un país, cuyo gobierno, el del presidente Gustavo Díaz Ordaz, fue también capaz de preparar un programa cultural —teniendo a la paz como eje temático rector— sin precedentes en la historia de los Juegos Olímpicos, uno que inició en enero y se prolongó durante todo aquel año, festivo y trágico a la vez.
El Programa cultural de México 68, iniciativa del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez en su calidad de presidente del Comité Organizador de los Juegos de la XIX Olimpiada, estuvo dividido en cinco rubros: Los Juegos Olímpicos y la Juventud, Los Juegos Olímpicos y el Arte, Los Juegos Olímpicos y la Expresión Popular, Los Juegos Olímpicos en México y Los Juegos Olímpicos y el Mundo Contemporáneo.
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Incluyó eventos apoteósicos y extraordinarios como la recepción del fuego olímpico en la zona arqueológica de Teotihuacán, el 11 de octubre, un día antes de inauguración oficial en el Estadio Olímpico Universitario y ocho después de la masacre de Tlatelolco; el Encuentro internacional de poetas, organizado por el entonces secretario de Educación, el escritor Agustín Yáñez, durante el mes de octubre; y el Encuentro internacional de escultores, coordinado por Mathias Goeritz, que dejó como un legado para la ciudad la llamada Ruta de la Amistad, serie de esculturas públicas colocadas a lo largo del Periférico y que hoy forman parte del paisaje citadino de la capital mexicana, lo mismo que otras obras como Sol rojo, la escultura que Alexander Calder hizo ex profeso para la Olimpiada y que se instaló en la explanada del Estadio Azteca.
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La Olimpiada cultural presentó también conciertos de orquestas sinfónicas y de cámara, obras de teatro y exposiciones de arte popular, infantil, clásico y contemporáneo —también de filatelia y de la historia y el arte de los Juegos Olímpicos—, lo mismo que funciones de ballet folclórico y del llamado Ballet de los Cinco Continentes, encabezado por Amalia Hernández y Guillermo Arriaga, y que reunía a bailarines y coreógrafos de varios países; así como eventos relacionados con temas científicos y tecnológicos muy en boga en aquella época como la energía nuclear, el conocimiento del espacio y la genética.
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En el despacho que fuera de Pedro Ramírez Vázquez —fallecido en 2013—, en Avenida de las fuentes, en El Pedregal, al sur de la Ciudad de México, el mismo donde trabajaron en torno los Juegos Olímpicos diseñadores como Eduardo Terrazas y Beatrice Trueblood, editores como Huberto Batis y escritores como Alí Chumacero, Juan Vicente Melo y el propio José Revueltas (que terminaría enjuiciado y encarcelado por su participación en el Movimiento estudiantil), el arquitecto Javier Ramírez Campuzano (Ciudad de México, 1954) recibe a EL UNIVERSAL para hablar de esta particular herencia de su padre. Aunada a su carrera como arquitecto y urbanista —autor del Museo Nacional de Antropología, el Estadio Azteca y la Basílica de Guadalupe—, Ramírez Vázquez, cuya carrera siempre estuvo ligada al Estado, fue también un incansable promotor de la cultura mexicana en el extranjero.
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La que fuera la sala de juntas, un espacio con una gran mesa circular de caoba y muebles diseñados por el propio Ramírez Vázquez, es hoy una vitrina repleta de recuerdos, muchos de ellos ligados a México 68. Del otro lado del jardín se encuentra la casa que habitó el arquitecto con Olga, su esposa, y sus cuatro hijos. Literalmente un museo, por la cantidad de libros, planos, fotografías, objetos y documentos. Sobre la mesa de la sala, en dos urnas de cristal, reposan las cenizas de Pedro y de Olga.
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“Señor Presidente”, le dijo Ramírez Vázquez a Díaz Ordaz cuando éste le propuso que tomara las riendas de las organización de los Juegos Olímpicos, “el medio del deporte no es mi tema, nunca he competido en nada, debo decírselo”. “Arquitecto, no lo llamé para que compita. Ya tendrá usted asesores. Necesitamos dar la imagen de un país moderno, capaz de enfrentar un compromiso como éste”, le contestó el Presidente, según la versión de Ramírez Campuzano.
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La designación oficial de Ramírez Vázquez ocurrió apenas en julio de 1966 —suplió al ex presidente López Mateos, enfermo— y prácticamente desde ese momento es que comenzó a proyectar un ambicioso programa cultural que, a diferencia de olimpiadas anteriores, no considerara a las artes un motivo más de competencia, sino, como lo consigna el historiador Ariel Rodríguez Kuri, una puesta en escena de una enciclopedia del mundo. “Una mayor proyección espiritual: hermanar el arte y el deporte, el cuerpo y el intelecto. Juegos Olímpicos del Deporte, de la Cultura y de la Paz”, escribió el arquitecto en la introducción del programa, un cuadernillo impreso, ilustrado con fotografías y con la señalética y el diseño gráfico que, en muy poco tiempo, se convertiría en un clásico y que marcaría un parteaguas en México.
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Cuenta Ramírez Campuzano que fue Ramírez Vázquez el que convenció a Díaz Ordaz de la conveniencia de un Programa cultural. Inspirado en las raíces griegas de los Juegos Olímpicos y sabedor de que en materia de medallas siempre son unos cuantos países los que destacan, el arquitecto mexicano se las ingenió para presentarle al mandatario mexicano un presupuesto asequible y un plan de colaboración con diferentes dependencias gubernamentales.
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“Nunca antes, nunca después, se ha desarrollado un programa cultural de estas dimensiones”, dice, orgulloso, Ramírez Campuzano, quien destaca el equipo de trabajo que su padre conformó y que estuvo encabezado por gente como Luis Aveleyra—quien había sido director del INAH cuando se contruyó el Museo Nacional de Antropología—, Óscar Urrutia, Alfonso Soto Soria y Daniel Rubín de la Borbolla, entre otros.
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“La visión de mi padre era proyectar a México”, anota y señala que, desde un principio, quiso alejarse de los clichés en torno a lo mexicano.
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“A mí lo que me incomoda y lo digo hasta con indignación: fuimos tan fregones que la mano de obra era extranjera. La Olimpiada fue hecha por mexicanos, que hicieron una aportación universal. Y yo digo que a 50 años es importante tener una reconciliación porque se ha hablado mucho de lo lamentabilísimo que sucedió el 2 de octubre, pero pues también el país se proyectó de forma positiva. La misma generación que protestó, egresados de la UNAM y del Politécnico, hizo posible esta Olimpiada sin copiarle nada a nadie”.
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La ceremonia de inauguración del Programa cultural ocurrió el 19 de enero en el Palacio de Bellas Artes con la presentación del Ballet de los Cinco Continentes que, en aquella ocasión, presentó los ballets Griego, Azteca y Africano, así como los de Canadá, Perú y la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas. A lo largo del año, este ballet se presentaría 35 veces en distintos escenarios de la Ciudad de México, así como en varias ciudades de la República.
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En el terreno de las exposiciones, Ramírez Campuzano destaca una exposición de arte sacro, con obras prestadas por el Vaticano y que se expusieron en la Catedral Metropolitana, así como una edición facsimilar de las odas de Píndaro, poeta que cantó las glorias deportivas de la antigua Grecia. Recuerda también la exposición Las joyas de Dalí en el Hotel María Isabel del Paseo de la Reforma y un cuadro del pintor español, El atleta cósmico, expuesto en el Museo de Arte Moderno. Dalí, recuerda Ramírez Campuzano, deliberadamente no fue invitado a venir a México, pues Ramírez Vázquez estaba al tanto de que una declaración desafortunada del locuaz artista, franquista declarado, podía ponerlo en aprietos.
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No obstante que el Encuentro internacional de poetas no salió como se esperaba, debido a las repercusiones que generó la represión al Movimiento estudiantil (como, por ejemplo, la renuncia de Octavio Paz, invitado inicialmente al Encuentro, a su cargo como Embajador de México en la India), éste contó con la presencia de figuras como el ruso Yevgeny Yevtushenko, el puertorriqueño Jorge L. Morales y el inglés Robert Graves, quien compuso el poema “Antorcha y corona”, inspirado en la atleta mexicana Enriqueta Basilio, quien fue la que encendió el fuego olímpico en el pebetero del Estadio Universitario.
Queda en la memoria la participación de Yevtushenko en un recital que se llevó a cabo durante el mes de octubre en la Arena México, y que tuvo como maestro de ceremonias a Juan José Arreola.
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A la pregunta sobre cuál fue la mayor aportación de la Olimpiada cultural en términos artísticos, Ramírez Campuzano responde que el enriquecimiento de la ciudad. Y pone dos ejemplos, además de la ya mencionada Ruta de la Amistad: el mosaico italiano (con el tema de una carreras en el circo romano) que el Comité Olímpico Italiano donó a la Alberca Olímpica y la réplica de El David [obra de Miguel Ángel] que al final se instaló durante la regencia de Carlos Hank González en la Plaza Río de Janeiro de la colonia Roma.
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Originalmente esta escultura estaba destinada para instalarse en una nueva plaza que llevaría por nombre “Plaza de la concordia”. Sin embargo, cuenta Ramírez Campuzano, tras la irrupción del Movimiento estudiantil el gobierno consideró que instalar un David iba a resultar contraproducente (siguiendo la lógica de la leyenda mítica, Goliath eran ellos, el Gobierno mexicano) y la plaza nunca se construyó.
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FOTO: El 11 de octubre de 1968 se realizó la ceremonia del fuego olímpico en Teotihuacán. Los vestuarios de los danzantes fueron obra de Rufino Tamayo. Al fondo, la Pirámide del Sol./ Archivo arquitecto Pedro Ramírez Vázquez
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