La Brigada Silvestre Revueltas

Oct 6 • Conexiones, destacamos, principales • 3571 Views • No hay comentarios en La Brigada Silvestre Revueltas

En 1968 alumnos del Conservatorio Nacional de Música se sumaron al Movimiento estudiantil. El clarinetista Luis Humberto Ramos comparte su testimonio de este grupo reflexivo, festivo y combativo

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POR IVÁN MARTÍNEZ

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El 16 de agosto de 1968, en la primera semana de adhesiones significativas al movimiento estudiantil, que comenzó con la Ibero y luego con la formación de la Alianza de Intelectuales y Artistas, un grupo de alumnos del Conservatorio Nacional de Música tomó sus instalaciones, determinó un paro indefinido y envió representantes al Consejo Nacional de Huelga. Platiqué con Luis Humberto Ramos, considerado hoy el decano del clarinete en México y a la distancia quizá el miembro más encumbrado de ese grupo de estudiantes que hoy se recuerda como la Brigada Silvestre Revueltas.

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El surgimiento de un grupo político dentro del Conservatorio puede sonar raro; al menos 50 años después, pues existe la idea de los músicos clásicos como un gremio poco combativo y apacible, a pesar de estar siempre a expensas de decisiones políticas en orquestas, escuelas y en todo su quehacer, y —salvo excepciones urgentes— ni siquiera participativo. En 1968, sin embargo, no lo fue. La formación de esta brigada se dio con naturalidad, sucediendo como consecuencia de los aires que se respiraban en el país y no sólo como una coincidencia temporal.

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“Desde que llegué para estudiar en el Conservatorio me integré a un grupo de extraordinarios amigos. Y la principal inquietud que teníamos era una mejor enseñanza. Teníamos una idea muy clara de qué queríamos para nuestro futuro y dentro de eso estaba la profesionalización de la música: no teníamos reconocimiento, no teníamos acceso a nada, lo que daba la escuela era un simple diploma y tuvieron que pasar muchos años para que eso cambiara. ¿Qué otra conciencia teníamos? La situación del país. El grupo estuvo involucrado en el Movimiento del 68 pero continuamos unidos y pugnando porque hubiera mejor calidad en la enseñanza, como también mejores salarios para los maestros y, como te digo, el reconocimiento profesional de nuestra profesión”.

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La relación del Movimiento con el Conservatorio se dio rápido, a pesar de ser éste una escuela estatal, sin la autonomía de la Universidad, alejada del centro y de Ciudad Universitaria: “había estudiantes que tenían relación casual con alguien de C.U., y no teníamos las redes sociales de hoy, pero teníamos una comunicación muy efectiva que era el Periférico a diez metros, sin el tráfico de hoy, ¡en veinte minutos llegabas al sur! Entre los contactos, trajeron gente de la Universidad, hubo pláticas, empezamos a saber del problema, cómo se estaba gestando y cómo podíamos estar dentro de la respuesta”.

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Como brigada, fueron un grupo reflexivo, festivo y combativo, que estuvo en las marchas, que acompañó al movimiento a las fábricas, que hizo trabajo de calle. Y que prestó las instalaciones del Conservatorio, que para mi sorpresa les fueron otorgadas a su resguardo con toda facilidad por su director, Francisco Savín: “nos tocó estar en situaciones sumamente difíciles, una de ellas fue una noche fundamental para el movimiento: después de una marcha, se pretendía acampar en el Zócalo hasta que el gobierno hiciera caso a las demandas, era un momento muy festivo, llegó Óscar Chávez a cantar sus canciones… cuando de repente empezamos a sentir que temblaba la plancha del Zócalo, eran tanques que se extendieron por todos lados y soldados con bayonetas entre los tanques, ahí se barrió totalmente a todos, con una demostración de fuerza que daba terror.

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“Uno de los días que más recuerdo fue cuando llegaron los pintores, emergentes en ese entonces ahora de renombre, al auditorio del Conservatorio. Los músicos nos ponemos a tocar, había alguien danzando, y se hizo un mural efímero, del tamaño de todo el escenario, unos 25 metros de largo por unos 3 de alto, ¡ojalá no hubiera sido efímero! En cuanto terminó la actividad esa noche, tiramos todo a la basura. Hubo muchas actividades así.
“Luego del episodio con tanques en el Zócalo sí nos hicieron falta las redes y los celulares, porque, como pudimos, regresamos al Conservatorio y ahí nos avisaron que había policías buscándonos. Creían que éramos más músicos de lo que éramos, que éramos autores de las canciones de protesta, cuando ni siquiera teníamos esa participación. Hubo un intento de redada y por protección desalojamos las instalaciones y perdimos el contacto momentáneamente. A eso atribuyo que a la única cita que yo falté fue a Tlatelolco: perdí contacto con todos y no quise ir solo. Pudo en mí más la prudencia que el coraje”.

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Dentro del heterogéneo grupo que formaba la brigada, hubo quienes sí estuvieron en esa cita y aunque no hubo muertos, varios pasaron por el Campo Militar número 1: el guitarrista Alejandro Salcedo y el flautista y luego destacado economista Paulo Scheinvar (ambos, los representantes ante el Consejo Nacional de Huelga), dos hermanos de Salcedo y Manuel Gómez (“un bajo impresionante que fue a parar ahí porque andaba de traductor de una periodista italiana”).

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El grupo no se dispersó tras el Movimiento y continuó su activismo dentro de la escuela siete años más, hasta que fueron expulsados. En ese tiempo protagonizaron episodios como la lucha que consiguió la salida de la dirección de los compositores Manuel Enríquez y Simón Tapia Colman, y la participación estudiantil en la huelga del gremio contra Carlos Chávez cuando éste pretendía nuevamente la titularidad de la Orquesta Sinfónica Nacional.

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El 68 no sólo los hermanó, sino que les inculcó una conciencia de solidaridad, social y cultural. En algunos, también artística y política: “seguramente había alguien con nexos e intereses definidos, pero fue un movimiento más bien ingenuo y el gobierno realmente pensaba que era una conspiración comunista… claro que había afinidades, una inquietud que hizo que algunos del grupo terminaran yéndose a estudiar música a Moscú: Rosendo Monterrey fue uno ellos y uno de los más desarrollados ideológicamente”.
Ramos regresó como profesor en 1991 en lo que considera uno de los momentos más simbólicos de su trayectoria. Y como si fuera el epílogo que sucede veinte años después en una película sobre activismo juvenil, recuerda el momento en que volvieron a unirse:
“Retomamos el activismo a mediados de los 90 cuando se le ocurre a Rafael Tovar vender el Conservatorio. Se rumora que vendían el edificio a Televisa, habían hecho el Centro Nacional de las Artes y nos dijeron que ahí estaba nuestro edificio nuevo y que desalojáramos el anterior. No se concretó porque hubo asambleas y una respuesta muy amplia contra ese despojo. Recuerdo una primera plana en La Jornada donde Tovar declaraba muy orgulloso que lo único que no sabía era dónde iban a poner el órgano del Conservatorio, ¡a ese grado estaba ya la operación!

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“Hay cosas que considero que estuvieron bien hechas y debieron hacerse, una que otra tontería y uno que otro exceso de juventud, pero lo que siempre hubo fue absoluta honestidad y, sobre todo, una solidaridad fuerte con nuestra institución que era el Conservatorio, nos importaba mucho porque sabíamos que eso iba a ser nuestra vida. Era nuestra casa y había que defenderla”.

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FOTO: Las manifestaciones del Movimiento estudiantil de 1968 se nutrieron de alumnos de todas las escuelas de la UNAM, IPN, Chapingo, a las que se sumaron alumnos del Conservatorio Nacional de Música./ Archivo EL UNIVERSAL

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