México, cuna de cronistas
Una valoración en torno a la posibilidad de incorporar elementos de ficción a la crónica y su relación con la “no mentira”, parte del prólogo de Crónica núm. 5, editado por la UNAM
POR MAGALI TERCERO
Una discusión frecuente alrededor de la Crónica, con mayúsculas, como género híbrido entre el Periodismo y la Literatura, es el tema de la verdad, o bien: el pacto del autor con la No Mentira ante los lectores. Algunos se indignan cuando escuchan hablar de la prohibición de inventar un dato, un hecho, una situación completa o un personaje genial, por ejemplo, en una crónica que se respete. He tenido alumnos que discuten con ardor sobre su derecho a hacer ficción en el marco de la crónica, y me parece muy bien que se apasionen, pero entonces sería mejor que escribieran novela, según Juan Villoro. Otros prefieren analizar desde el punto de vista filosófico el concepto de Verdad, con mayúsculas, y niegan que este género híbrido —en México existe desde las épocas prehispánica, colonial, porfirista y revolucionaria hasta nuestros días— sea castrado —la palabra es mía— ante la ficción. El asunto es más sencillo: se vale tomar todo tipo de recursos narrativos, de la novela o del cuento para escribir lo que Gabriel García Márquez llamaba crónica: un cuento que es verdad. El colombiano se enamoró de un montón de crónicas ficticias, las escribió y las publicó durante su juventud periodística, al grado de que Néfer Muñoz, puertorriqueño que obtuvo una maestría en Letras por la Universidad de Nueva York (NYU) en Estados Unidos, hizo una tesis, luego un libro, con el título El periodismo imaginario de García Márquez, donde revelaba una cantidad amplia de ficciones insertas en el marco de sus crónicas. A él lo seducía la narración de escenas ficticias y no se abstenía de inventarlas en el contexto de sus crónicas, aunque, contradictoriamente, en la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano fundada en 1994 (ahora se llama Fundación Gabo de Periodismo), recomendaba “no mentir al relatar un cuento que es verdad”. Por eso es bueno recordar a uno de los primeros periodistas estadounidenses que buscó literatura en su propia prosa de no ficción, Tom Wolfe, citado por Leila Guerriero sobre el tema del libro de Wolfe, El nuevo periodismo (década de 1960): “Cuando se pasa del reportaje tradicional de periódico a esta nueva forma (…) se descubre que la unidad fundamental de trabajo no es ya el dato, la pieza de información, sino la escena (…). Por consiguiente, tu problema principal como reportero es, sencillamente, permanecer el tiempo suficiente con la persona sobre la que vas a escribir para que las escenas tengan lugar ante tus propios ojos”.
Cronistas-novelistas
En la actualidad, en particular en 2022, dos cronistas latinoamericanos dieron el salto a la ficción: un hijo de padres chilenos, criado en Buenos Aires, Cristian Alarcón, quien obtuvo el Premio Alfaguara con El tercer paraíso, y Gabriela Wiener, peruana residente en España desde hace más de 20 años.
Wiener llama novela por primera vez a un libro suyo, también reciente: Huaco retrato. Hace mucho publicó uno de poesía, pero su vocación fundamental es la crónica. Cristian Alarcón proviene de las ciencias sociales y Gabriela Wiener estudió literatura, aunque se ha dedicado sobre todo al periodismo, a la crónica, a la dramaturgia ocasionalmente y también al performance.
¿Qué los llevó a la ficción? Alarcón contó, en alguna entrevista, que el encierro durante la pandemia lo llevó al recuerdo de su infancia y de su familia en Chile, de donde emigró cuando tenía cuatro años, que es el tema de la novela de Alfaguara. Por su parte, Wiener relata una historia familiar en Huaco retrato, a la manera de la autoficción, la de su antepasado explorador judío austriaco, de 1878, y la del explorador Charles Wiener, quien participó en la Exposición Universal de París, a quien describe como un europeo apegado a todas las malas costumbres de la colonización en América. Como ha escrito Valeria Luiselli: “Con esa inteligencia tremenda y ese humor irreverente, Wiener rescata del archivo familiar una historia íntima que es también la historia infame de todo nuestro continente”.
Los truquitos narrativos no sirven sin agallas
Sobre Huaco retrato —cerámica prehispánica que se utilizaba en Perú para retratar a las personas—, Wiener dijo, entre varias cosas, también en una entrevista de 2022, lo siguiente:
—¿Por qué decidiste dar el salto del periodismo a la literatura? ¿En qué se asemejan y distancian? ¿Qué valor tienen ambos medios de expresión para ti?
—El periodismo hizo que me enamorara de la realidad, me permitió llegar a los temas y a los personajes, me obligó a trabajar, a escribir, a crear un hábito, una necesidad, una responsabilidad. La literatura me enseñó a no ser mediocre, a buscar otras maneras de llegar a la verdad y, sobre todo, me enseñó que la retórica literaria y los truquitos narrativos no sirven de nada si uno no escribe con sus agallas, es decir, dejando la piel, la emoción, la propia biografía y la memoria en cada relato.
Es cierto: la crónica sin emoción no cuenta gran cosa. En esta antología Crónica núm. 5 me propuse elegir autores capaces de narrar la emoción en los cuentos verdaderos que suelen confeccionar. Atmósfera, diálogos con testigos de los hechos reales elegidos por cada autor, acciones impregnadas de velocidad y emoción intensa son elementos literarios que el o la cronista obtiene de sus lecturas de ficción. No importa que sea consciente de que no está permitido inventar, como se dijo al principio, un solo dato, una situación, una atmósfera o un diálogo, por ejemplo.
La idea principal al realizar esta antología de la excelente colección de crónica de la UNAM, nacida en 2016, fue incluir sólo mexicanos. ¿Por qué?, se preguntará quien lea este prólogo. Una razón práctica es la gran cantidad de antologías y sitios de internet latinoamericanos, europeos y estadounidenses que existen desde 2012. Pensé que ya era tiempo de regresar a la escritura de los mexicanos que tan bien reunió Carlos Monsiváis en su A ustedes les consta. Antología de la crónica mexicana. Las dos ediciones (publicadas en 1980 y 2006 por Era) albergan unos 150 años de crónica mexicana. Y es que, a diferencia de otros países latinoamericanos, México es un universo en donde se hace crónica desde la época prehispánica, como ya dije. Entre los participantes hay 12 menores de 50 años y seis entre los 50 y los 65.
Un antepasado ilustre
Guillermo Prieto fue antepasado, creo que trastatarabuelo —vocablo raro pero que es real, una generación anterior a los tatarabuelos— de la periodista y cronista Alma Guillermoprieto (alguien en su familia cambió el apellido real para honrar al destacado escritor, soldado y político liberal, además de fundador de la Academia de Letrán). Prieto nació en 1818, fundó el diario Don Simplicio y colaboró en una decena de periódicos, además de participar como soldado en la guerra de 1847 entre Estados Unidos y México, y como político liberal, en el Congreso federal con otros grandes. Escribió novela, cuento y crónica, géneros de los que se sirvió para pintar un retrato vívido de la convulsa sociedad decimonónica, desde la típica fonda con platillos que aún hoy comemos hasta la entrada de los yanquis (o estadounidenses) al Zócalo de la Ciudad de México.
Los años actuales
Espléndidos cronistas, algunos novelistas y poetas con gran vocación, incluida la autora cubana-mexicana Carla Pascual, que describe los paseos por La Habana de la mano de su padre y los puestos de libros, participan en este volumen y relatan no sólo dolorosos suicidios jóvenes, como lo hace Erick Baena Crespo; los guisos y vida de la abuela, como Memo Bautista; la vida en Colombia alrededor de los estupefacientes, Josefina Estrada; el segundo Culiacanazo, de Rosa María Robles Montijo, quien avisó en sus redes sociales, hace dos años, que dejaría la escultura para convertirse en cronista; el extraño viaje a Suiza de Diego Olavarría; el terremoto de 2017, narrado por el novelista Vicente Alfonso; el secuestro de un gran periodista, Luis Cardona, en Ciudad Juárez; un asunto de trata de blancas con una adolescente que escapa, de Lydiette Carrión; la historia de un embalsamador de Gayosso, de Celia Gómez Ramos; el Santo del crack o el ingreso a la clínica de desintoxicación Monte Fénix, de Ricardo Guerra de la Peña; un paseo minucioso por el barrio y sus calles, de Tedi López Mills; una visita al West End con su respectiva vida carcelaria, de otro novelista: Alfredo Núñez Lanz; el muy interesante acercamiento a la condición de marginalidad de los enfermos de Sida, de Mateo Peraza Villamil; los viajes por el desastre que es el Metro actual en la Ciudad de México, de la ensayista y poeta Brenda Ríos; una escena urbana de violencia sutil, y no tan sutil, protagonizada por la académica Mónica Rizo; la muerte de un niño que busca hallarse la vida, por la periodista Violeta A. Santiago Hernández, y por último, una historia muy interesante sobre los últimos sobrevivientes del Lago de Texcoco, del cronista de la ciudad Jorge Pedro Uribe Llamas.
Disfruten este libro con algunos textos inéditos: por ejemplo, los de Mónica Rizo y Rosa María Robles Montijo, hechos con mucho amor por parte de los cronistas invitados, quienes, seguramente —sobre todo los más jóvenes— serán muy conocidos en los próximos años.
FOTO: En el tomo cinco de Crónica participan novelistas como Vicente Alfonso, con un texto sobre el terremoto de 2017. /Archivo EL UNIVERSAL
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