Mi 8M: Inés, Felisa, Blanca, Maria… y Cayetana
El talento de directoras y artistas protagonizó las actividades culturales del Día de la Mujer, en diversos espectáculos y escenarios
POR LÁZARO AZAR
Este viernes 8 de marzo, nuestras calles se vistieron nuevamente de verde y morado. Las mujeres volvieron a salir para externar sus demandas, ante el mal disimulado escozor de los machines que temen vulnerar su masculinidad con algo tan apremiante como la equidad de derechos, tan rezagada aún en ámbitos que, por “cultos”, podría pensarse que han superado semejante atavismo.
Hasta hace relativamente poco, el ámbito de la música sinfónica profesional era un inescrutable Club de Tobi al que las mujeres difícilmente tenían acceso. Ahí tenemos el caso de Antonia Brico, llevado recientemente al cine; más que una opción de calidad, las “orquestas de señoritas” eran consideradas una atracción cuasi-circense, y aunque siempre ha habido compositoras, éstas rara vez trascendían el ámbito doméstico, por buenas que fueran sus obras. De verlas empuñar una batuta mejor ni hablemos, ¿quién recuerda a María Garfias, aquella primera compatriota que, en 1867, subió al podio de la orquesta del Teatro Nacional? y, pese a su éxito internacional, ¿cuántos no siguen menospreciando a Alondra de la Parra?
Poco a poco, las orquestas programan más obras de compositoras en torno al 8 de marzo y “hasta” invitan a alguna mujer a dirigirlas. No tanto por convicción, sino por presión y compromiso. De haberse normalizado, no lo veríamos como algo excepcional. Lo más triste, es que no son pocas las veces que –por conectes, influencias o alguna cuestionable triquiñuela- las agraciadas no son las mejores representantes de esta “cuota de género”. Preciso: hay tan malas compositoras y directoras, como compositores y directores y, al igual que éstos, suelen ser l@s más hábiles para venderse. Felizmente, cinco valiosas mujeres protagonizaron los eventos que disfruté el fin de semana pasado.
la directora tamaulipeca Inés Rodríguez y la violista veracruzana Felisa H. Salmerón encabezaron el concierto de la Orquesta Sinfónica del Estado de México. Gratamente impresionado tras la función del sábado 9, le confié a la Maestra Rodríguez que tenía una gran curiosidad, casi morbosa, por conocer su trabajo. Además de ser la actual titular de la Orquesta Sinfónica de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, una semana antes había dirigido el ballet La ofrenda de José F. Vásquez y la Suite H. P. de Carlos Chávez con la Filarmónica de Jalisco, dos obras sumamente complejas.
Ahora, su programa fue más relajado, pero no menos demandante: inició con la Pavana, Op. 50 de Fauré y concluyó con una brillante versión de la Sinfonía n. 2, Op. 17 de Tchaikowsky que, aunque me habría gustado con más peso durante el Andantino marziale, le ganó una gran ovación de los atrilistas quienes, al término del concierto, comentaban lo bien que ella administró los tiempos de ensayos, “algo que suele ser el talón de Aquiles de muchos directores, algunos con gran renombre y mucha mayor experiencia”.
Entre estas obras, Rodríguez acompañó a la Maestra Salmerón –primera viola de la Filarmónica de la Ciudad de México– el Concierto para viola de Bartok. Obra nada fácil para la orquesta ni para la solista, quien, más que salir airosa, dijo con tal contundencia su exuberante finale “a la húngara” que las desafinaciones que tuvo, particularmente cuando transitaba por el registro más grave de su instrumento, fueron lo de menos. Habrá que escucharla con el Haroldo en Italia de Berlioz que hará con su orquesta a principios de mayo, y a quien espero mantener en mi radar, es a Inés Rodríguez. Confío que ganará madurez con la experiencia, y que a la mecánica precisión de su mano derecha sumará mayor expresividad en la izquierda, pero, por lo pronto, esta joven directora posee una virtud que no se aprende: contagia vitalidad y alegría al hacer música y eso, es invaluable.
El domingo 10 asistí al Blanquito, todavía custodiado por barricadas, para presenciar la despedida de la regiomontana Blanca Ríos, Primera Bailarina de la Compañía Nacional de Danza (CND). Para ello eligió la coreografía que, basados en Petipa, elaboraron Vasily Medvedev y Stanislav Fečo a La Esmeralda, ese ballet que, si no fuera por sus apabullantes trazos y demandantes piruetas, no sería más que una partitura tan ramplona y olvidable como lo es Cesare Pugni, su compositor. ¿Ven cómo, independientemente del oficio, en todos lados hay “buenos y malos”, excelsos y peores?
El adiós de la Maestra Ríos fue tan digno y emotivo como ver el cariño desbordante de sus seguidores, pero, si hubo una constante memorable durante las cuatro funciones de La Esmeralda, no fue la espléndida ambientación de Aliona Pikalova, ni el vestuario de Elena Zaitseva o la iluminación de Alberto Tufiño, corroborando que, de todas las compañías artísticas del INBA, la que mejor cumple es la CND… a pesar de Elisa Carrillo, que nada más se aparece para las fotos o para dar “clases” masivas en el zócalo, como la anunciada para el día de hoy. ¿Qué fue, pues, el plus en esta ocasión?
Sin lugar a dudas, la participación de Maria Seletskaja, la directora de orquesta invitada –ya ven que López Reynoso sigue vetado de la CND y el INBAL sigue sin comunicar el veredicto en torno al acoso del que se le acusa-, pues conjuga en su formación profesional una dualidad poco frecuente: antes de ser la aclamada políglota y directora con sólidos estudios musicales en la Academia de Música y Teatro de Estonia y el Berklee College of Music de Boston, se graduó como bailarina de la Academia de Ballet de Tallin, se perfeccionó en San Petersburgo y fue solista del Ballet Nacional de Estonia, el Staatsballett de Berlín, el Ballet de Zúrich y el Royal Ballet de Londres, experiencia que reflejó en la plasticidad de los tempi con que arropó al cuerpo de danza.
Si Lucina Jiménez fuera inteligente, enmendaría el error cometido al despedir a Srba Dinić de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes e invitaría a Seletskaja a ser, al menos, concertadora de planta para las funciones de la CND. Lamentablemente, las crecientes quejas que ha suscitado el reciente nombramiento que hizo en la Coordinación Nacional de Música, donde impuso una operadora política de turbios antecedentes y nula formación musical –una raya más al tigre-, presagian que su gestión frente al INBAL pasará con más pena que gloria que su desempeño al frente del Cenart, si es que alguien lo recuerda.
¡Qué diferencia con el impacto logrado por la gran Cayetana Álvarez de Toledo, a quien le bastaron los 28 minutos de la ponencia que vino a dar a Puebla, para sacudir al país, calar hondo y dejar huella con su lucidez, precisión e inteligencia!
FOTO: La primera bailarina Blanca Ríos protagoniza a Esmeralda en el ballet inspirado en la novela Nuestra señora de París, de Víctor Hugo; las funciones son en el marco de la despedida de Ríos. Crédito de imagen: INBAL
« Matteo Garrone y la migración cruelfeérica Una introducción a Calasso »