Mi madre era un piano vertical
POR TANIA HERSHMAN
Traducción de Alicia Cruz
Mi madre era un piano vertical, columna erguida, tapa bien cerrada, intocable excepto por el maestro. Mi padre no era el maestro. Mi padre era afinador de pianos; técnicamente experto, nunca la hizo cantar. Fue el esposo de alguien más quien la convirtió en un Baby Grand.
¿Cómo es que lo sé? Ella me lo dijo. Durante las últimas semanas, cuando estaba corvada, con la tapa ligeramente abierta y el marfil amarillento.
“Cada martes”, ella dijo. “A mediodía. Un golpe en la puerta”.
La primera vez me paralicé. Como mujer adulta, escuché la plática de mi madre mientras yo estaba atrás jugando con muñecas y nidos de avispas. Acorté mi visita. Mi madre no se dio cuenta. Ya se había quedado dormida.
La segunda vez, hice preguntas.
“Madre”, dije. “Él…viene. Los martes. ¿Cuántos?”
“Somos estrellas caídas, él me lo dijo a mí” susurró mi madre, el ex-piano vertical. “Tú y yo, él me dijo. Y entonces tomaría mi mano.” Cerró los ojos, sonrió.
Mi padre, el afinador, nunca tomó la mano de nadie. Él era brusco, eficiente. Busqué en el rostro de mi madre otra pista o instrucción. “¿Debería buscar uno?” Quería preguntarle. “¿Una estrella caída?, ¿Un maestro?, ¿Soy como tú?” Pero ella dejó de hablar y comenzó a roncar suavemente.
Me senté con ella, observando el ascenso y el descenso de su pecho y la forma en que sus dedos revoloteaban en su regazo, anhelando arpegios que bailen a lo largo de mis rígidas teclas.
*FOTO: “Play me. I’m yours”/Especial