Mia Hansen-Love y el femideseo melancólico

Ene 8 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 8167 Views • No hay comentarios en Mia Hansen-Love y el femideseo melancólico

 

Una pareja de cineastas viaja en busca de inspiración a una isla remota, donde su idolatría por Ingmar Bergman los llevará a romper los límites entre la realidad y la locura

 

POR JORGE AYALA BLANCO 
En La isla de Bergman (Bergman Island, Francia-Bélgica-Alemania-Suecia-México, 2021), transferencial opus 7 de la francodanesa excrítica de Cahiers du cinéma vuelta autora completa de 40 años Mia Hansen-Love (El padre de mis hijos 09, Edén 14, El porvenir 16), los intelectuales guionistas-realizadores estadounidenses de mediana edad Chris (Vicky Krieps) y Tony (Tim Roth) viajan a la búsqueda de quietud e inspiración, hasta la minúscula isla escandinava independiente Farö donde pasó sus últimos lustros y filmó muchas películas al escalpelo psicológico el director sueco mundialmente admirado tanto como temido por pulverizador de impulsos vitales Ingmar Bergman (1918-2007), ahí donde su sombra del cineasta es hoy omnipresente (tras 50 películas, numerosas puestas en escena teatrales, cuatro matrimonios, irrecuperable depresión luego del deceso de su adorada esposa Ingrid a cuyo costado yace para siempre), mediante una curadora de su Fundación, una organizadora de semanas en su honor, un proyeccionista con varias de sus cintas en 35 mm, un tour-safari por sus locaciones célebres, y especialistas foráneos, chafas o auténticos como Stig Björkman (“Era tan cruel en sus filmes como en su vida”), pero, ya alojados en una de sus casas célebres, mientras el reconcentrado exitoso sin arrestos eróticos Tony logra redactar e imprimir de inmediato su nuevo guion de contenido celosamente reservado, su delgadísima antisensual compañera Chris extraña terriblemente a su hijita, se extasía con el idílico espacio abierto al mar, disfruta bañándose a solas en la playa gélida, se recluye en el famoso molino bergmaniano, sufre de esterilidad escritural, trata de motivar sin éxito la libido diurna del marido a quien suele dar la espalda por la noche y deja plantado durante un enjundioso safari omnirrevelador de misterios cinefílicos bergmanescos, intenta descubrir en vano el hilo negro turístico-cultural por ella misma, se deja mover el tapete erótico por un atractivo estudiante sueco Hampus (Hampus Nordensen) con quien pasa una jornada completa sin llegar a nada, y acaba relatando (y haciendo visualizar) su azotadísima película El vestido blanco, antes de ser abandonada en la isla por cuestiones laborales de su marido y en plena crisis, a merced de su inconsolable femideseo melancólico.

 

 

El femideseo melancólico consuma el prodigio de acometer un hábil y sentido homenaje/antihomenaje metadocumental a la gravedad y a la hondura bergmanianas, suave e irónicamente, sin pathos alguno, con apenas volver contra sí mismos los atributos profesionales del oficio u hosco arte de los protagonistas, a imagen y semejanza de los tristes y desesperados héroes del realizador ceremonial de El rito (69) y femitriturador compulsivo en Gritos y susurros (72) donde una angustiada se metía vidrios por la vagina, o sea, la pareja veladamente disfuncional de Chris-Tony tiene algo del cura que ha perdido la fe en Luz de invierno (62), algo de la lingüista sin habla de El silencio (63), algo de la autorreprimida actriz bifronte con su enfermera ninfómana en Persona (66), algo de la psicoanalista de repente psicotizada en Cara a cara (73), algo de la supermanipuladora de emociones musicales en el fondo lisiada afectiva de Sonata de otoño (78), o así, ahora simplemente con dos cineastas atrapados por sus fantasmas personales transferibles/intransferibles, y trazando en retrospectiva el retrato de un cineasta sentimentalmente mezquino hasta consigo mismo que sólo por excepción y de manera tardía aceptaba la alegría, la emoción espontánea y la felicidad.

 

El femideseo melancólico demuestra conocer a fondo como nadie en el cine actual francés los secretos de la tempestad en un vaso de agua, revelándolos y rebelándose contra ellos, dejando que fluyan las añorantes imágenes lisas y depuradas del fotógrafo delicado Denis Lenoir, gracias a la laminar edición de Marion Monnier que no por ello cesa de asestar cortes abruptos intersecuenciales o articular una monumental elipsis solitaria sobre un dreyeriano reloj de pared.

 

El femideseo melancólico no recurre por mero juego banal o de moda al cine dentro del cine, antes bien, sólo simula describir y relatar la tibieza cotidiana para dar rienda suelta a las deficiencias, excesos y deterioros de las relaciones personales de la creadora fílmica, sublimándolos, trascendiéndolos, consagrándolos, e incluso dándoles simplemente otra lectura, a veces caricaturesca, burlona y autoirrisoria, como esa mofa brutal que hace el escéptico antintelectualista novio ficcional Jonas (Joel Spira) sobre un Bergman disculpándose del servicio militar en tiempos bélicos porque debe dedicarse a luchar contra sus demonios interiores, o como los tres días de la conflictuada joven indecisa Amy (Mia Wasikowska), que quisiera tener un hijo con cada uno de sus dos amores y termina en abandono propenso al suicidio, como nuestra Chris, por el más antiguo de ellos, Joseph (Anders Danielsen Lie), a quien ha logrado volver a seducir en el transcurso de una rancia boda ajena.

 

 

Y el femideseo melancólico concluye al mismo tiempo que el omnipresente rodaje de la película que la autora total Chris consiguió escribir dolorosamente y pese a todo (o gracias a ello) en Farö, y ese todo parece retornar a la aparentemente cálida normalidad de las pasiones competitivas-mezquinas entre los intérpretes insatisfechos y dentro de los sentimientos de la cineasta, quien recibe con un espontáneo abrazo irresistible a la pequeña June (Grace Delrue) que cual premio a su tarea cumplida le ha llevado el blando Tony, como si nada hubiera pasado durante su estadía isleña, jamás catártica, ni purificadora ni tranquilizante después de la bergmaniana e inconfesable tormenta íntima e inexpresable, aunque haya sucedido todo lo más interiormente devastador y temido: la esterilidad creadora y la melancólica ausencia de sentido existencial de una vida sin Dios y de cara al vacío abismal de la muerte en vida.

 

 

FOTO: La actriz Mia Wasikowska forma parte del elenco de La isla de Bergman/Especial

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