Miércoles y jueves de mierda

May 14 • destacamos, principales, Reflexiones • 1690 Views • No hay comentarios en Miércoles y jueves de mierda

 

En memoria del director de cine Gregorio Rocha, fallecido el pasado 12 de mayo a los 65 años 

 

POR PRAXEDIS RAZO

No me ilusiono, admito, es de mi gusto,

Que soy un hombre igual a todos.

Trabajo en algo, cobro

mi sueldo insuficiente; me divierto

cuando puedo, o me aburro hasta morirme…

Rubén Bonifaz Nuño

Aloha
Lo sabía en Maui. Una noche que hablábamos de cine, ramas de un árbol frondoso en las que aparecían y desaparecían los Beatles en Morelos, Jodorowsky y Daniel González Dueñas y siempre Los rollos perdidos de Pancho Villa (2003), de pronto me contó de un insólito viaje que haría. Sería una travesía que le daría “silencio y oscuridad”, me escribió, la oportunidad de un retiro espiritual luego de una pandemia que combatió con la ferocidad del trabajo físico desde su rincón en Tlayacapan.
Gregorio Rocha tenía un boleto sin retorno a Hawai. Le conseguí Return Ticket, de Salvador Novo, para que lo leyera en sus horas de vuelo, de conexiones, el único antecedente de viaje literario de otro artista en la cultura mexicana allende las islas volcánicas, y le pregunté si filmaría algo de su viaje.

 

–No sé. –Simplificó. –No quiero preocuparme por nada.

 

Quería devolverse a México “por el otro Laredo”, me dejó bien claro, “para descontrolar al enemigo”. Una gira mundial unívoca del maestro Rocha. Se abriría camino entre los tortuosos Muros (2014) que también lo llevaron por todos los paisajes habidos para avanzar sobre ellos. “¿La vuelta al mundo en ochenta Goyos o la vuelta al Goyo en ochenta mundos?”, cortazarée.

 

–Goio, please. –Volvió a simplificar.

 

Buscamos vernos, sus horas estaban contadas en México. Las agendas se apretaron. Hubo una función secreta en un cine secreto en la San Rafael. Como me invitó, a leguas se veía que era su fiesta de despedida. Imposible. Le quedaba mal al maestro de tantas andadas. Con pudor le mandé un mensaje tonto, ya lo alcanzaría con más y afortunados mensajes en su triunfal vuelta al planeta avivando nuestra amistad. Nunca hay que calcular ni eso.

 

Performance en homenaje a los Fluxus, realizado por Gregorio Rocha y Praxedis Razo en el festival Vértice, de la UNAM, en 2019. Alejandra Jiménez Rojas, cortesía.

 

El fin del Foro 7½

 

Los Estudios Churubusco persisten con sus demonios en la realidad mortuoria del spot, alguna que otra escena de telenovela atípica, los comerciales de gran calado y las migajas que dejó Luis Miguel, la serie. Otro rincón de marañas burocráticas en la Ciudad, en realidad son, en gran parte, un estacionamiento de gente genial que no tiene que hacer.

 

Sitio ideal para esconder el taller, ludoteca, filmoteca, biblioteca, instalación Fluxus y habitación doble con servicio de bar del Doctor Goio, medio alter ego maravilloso de un Rocha asumiéndose el Mago de Oz de los cachivaches fílmicos que se remendaban en esa grieta de la “gran” industria.

 

Anarchivia deslumbró durante años a generaciones de cinéfilos que hallaron en ese hueco que había entre los mastodónticos foros 7 y 8, el último suspiro de cine auténtico, la única –hoy ya la última– oportunidad de rondar esos andadores lóbregos de la inmovilización apantallante de una ruina impenetrable que son, también, los Churubusco Azteca.

 

Pablo Martínez-Zárate y Gregorio imaginaron un Edén en medio del infierno y reverdeció. Funciones de medianoche, largos debates de humaredas cinematográficas, festivales confidenciales en 35 y 16 mm, humores de oficina de producción, cueva de las maravillas donde habitaba la única linterna mágica viva de México, en Anarchivia cupo toda ensoñación en torno al cine. Siempre se impulsaba lo distópico y se frenaba la practicidad. Hasta que a alguien le estorbó.

 

Su mudanza infinitesimal fue tortuosa. Acabó minando muchos ánimos voluntarios que, al desnudar aquel microcosmos en medio de la penuria, abandonaron un barco fantasmal para todos excepto para Rocha. Volvió a socavar en un ala abandonada del laboratorio abandonado de los Estudios, ahora el quinto infierno, para poder volver a ver su jardín. No lo decía, cabra sitiada, pero se le veía herido.

 

Ahí le cayó la pandemia y todas las ansiedades de propios y extraños. Se emparedó. Se mandó clausurar. “Anarchivia vive en mí”, me confesó un lejanísimo Doctor Goio en alguna taquería de por ahí, “pero está dormida”. Fui a buscarlo porque en la Sala Gámez López, cineclub hoy acallado por los destiempos, queríamos armarle una retrospectiva.

 

Prendimos un rescoldo –me habló de versiones restauradas de Sábado de mierda (1988) y San Frenesí (1983), piezas clave del punk cinematográfico en nuestro país y yo le hablé de exponer sus diarios de rodaje que había tenido el gusto de fisgonear en la transición de Anarchivia, queríamos pasar las escenas descartadas por su hijo, Emiliano, donde salía desnudo con Sarah Minter al final de Tenemos la carne (2016), invitar a los amigos a dialogar su obra entera– y no supimos qué incendiar. Fue cuando empezaron las largas llamadas telefónicas. Cuando planeó su vuelta al mundo.

 

 

Santa Ana Tlacotenco

 

El miércoles 11 de mayo repartidores y motociclistas, tribus de gasolina hermanadas por la tragedia, empezaron a vocear el nombre de Gregorio en las redes. Un coche lo había alcanzado en una labor última de su invención. Iba y venía de Morelos a la Ciudad de México, le fascinaba su moto y siempre tenía que estar en movimiento.
En una vuelta en Santa Ana Tlacotenco acabó ese viaje por la circunferencia de la Tierra para un Rocha que sabía en Maui, a la sombra de un volcán, pero que murió la mañana del jueves 12 de mayo como el último villista, el más incómodo del cine mexicano.

 

Alejandro Magallanes

 

FOTO: EL cineasta Gregorio Rocha/ Daniel Valdez Puertos

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