Mike Mills y el deslizamiento memorioso
Cuando los padres de Jesse deben enfrentar un episodio patológico, éste será cuidado por su tío Johnny, a quien la convivencia con el niño le hará descubrir un propio viaje interior
POR JORGE AYALA BLANCO
En C’mon c’mon: siempre adelante (C’mon C’mon, EU, 2021), avezado film 4 del autor total californiano exdiseñador gráfico y prolífico videoclipero-documentalista-cortometrajista de 55 años Mike Mills (primeros largos: Thumbsucker-adicto al pulgar 05, Beginners-así se siente el amor 10, Mujeres del siglo XX 16), el solitario periodista radiofónico cincuentón remordido Johnny (Joaquin Phoenix mutable hipermatizado) recorre la Unión Americana grabando declaraciones de adolescentes y niños acerca de sus expectativas futuras, pero cierto día en Detroit contacta por celular a su hermana menor escritora intelectualmente lúcida a rabiar Viv (Gaby Hoffmann) para reconciliarse luego de la traumática muerte de su madre común con demencia senil y, en vista de que ella debe acompañar a su conflictivo marido Paul (Scoot McNairy fugaz y desarticulado) en su difícil recuperación psiquiátrica en Oakland luego de un evento patológico, la muy infeliz le encarga de emergencia la custodia temporal de su precoz hijito de nueve años Jesse (Woody Norman), quien de inmediato se relaciona con su tío de igual a igual, se convierte en su asistente grabador de sonidos y le cuestiona tanto sus comportamientos pasados como sus actitudes y valores presentes, poniéndolo en crisis de personalidad, al igual que parecen hacerlo algunos chavos por ellos filmados, junto con los jóvenes solidarios colaboradores radiales Roxanne (Willy Webster) y Fer (Jaboukie Young White), en las únicas insólitas Nueva York y Nueva Orleans tan ignoradas y reveladoras para el impositivo chantajista sentimental involuntario Jesse, ya indispensable para el tolerante Johnny, hasta que una venturosa mejoría clínica del padre enfermo de Jesse obliga al buen tío a restituirle su hijo a la hermana y continuar su itinerario profesional de nuevo en solitario, aunque sin poder sustraerse por completo a los efectos de su recién vivido deslizamiento memorioso.
El deslizamiento memorioso literalmente se desliza por la superficie de las ciudades y los seres, con suaves y límpidas imágenes en blanco/negro merced a la fotografía inconsútil de Robbie Ryan, imágenes excepcionales y absorbentes que diríase flotaran en un ámbito volátil y etéreo como si apenas las tocaran o nombrasen y de repente ya estuvieran allí transfiguradas, aunque a medias constituidas por una hipersensitiva gama de grises y blancos, cual inconcreta película en construcción y ya diseminada en múltiples y asaltantes fragmentos temporales gracias a la lírica edición de Jennifer Vecchiarello tan crucial cuanto diseminadora al fundir como en un laberinto borgeano-bertolucciano (otra forma de urdir La estrategia de la araña 71) restos-rastros del presente y de varios pasados en un continuum cognitivo-motivacional más ideológico que emocional resiliente, pues incluso el pequeño Jesse habla abiertamente sin falsos pudores de sus sentimientos y de su zona de resiliencia.
El deslizamiento memorioso se define entonces en la práctica y por medio de hechos fílmicos casi azarosos y veloces subliminales, como un autocuestionamiento circular, tal cual se dice en Historia o en psicología una mirada circular para designar aquella visión lanzada que se busca y se ve a sí misma a través de los demás, pues al opinar verborrágicamente los chavos sobre cómo conciben o imaginan el futuro, qué harían si tuvieran un superpoder o qué cambiarían de su entorno (“Mi actitud, mi ira”), diríase que estuviesen ilustrando los estados de conciencia y de ánimo de ese lamentable tío Johnny lidiando con sus frustraciones (aún ama a una exmujer llamada Louise) y con sus ansiedades, obligado a leerle a su sobrino los cuentos de El Mago de Oz y Los tres ositos con copy paste sobre la pantalla, al igual que los enjundiosos ensayos psicológicos que Johnny consulta desesperadamente por las noches, tipo un tratado sobre la carga afectuosa que soportan las madres, o así.
El deslizamiento memorioso se ufana de tomar distancias con las torpes relaciones niño-adulto del siglo XX, porque ahora, incluso farragosamente planteadas, destacan las complejidades de ese nexo fundamental (en las antípodas de las monerías de Ryan/Tatum O’Neal rumbo a la hilarante Luna de papel de Bogdanovich 73; en el rango de la travesía egregia de Alicia en las ciudades de Wenders 74) y sobre todo la inteligencia de los lugares y de los niños, la inteligencia emocional que se estructura a la vista y ya es capaz de poner en irrisión y desmontar las conductas engañosas o de plano las actitudes tóxicas y contagiosas (“Habrá demasiado por aprender y demasiado por sentir”), sosteniendo como puntos culminantes de la dramaturgia visual-conceptuosa las disparidades fraternas ante los ataques y el tratamiento seguido a la madre difunta, los extravíos momentáneos del travieso cambiante Jesse en la calle o en el supermercado, el exorcismo del miedo a tener algún día los mismos problemas mentales paternos, el encierro del infante mañoso en un mingitorio caminero para exigir no ser devuelto a las temibles manos maternas en Los Ángeles y proseguir la ruta hacia Nueva Orleans con el tío aventurero, el reconocimiento tanto de la reparación y de la fragilidad propia (ese desmayo de Johnny a media avenida) como la necesidad de asumirse en la piel de un otro (un huérfano con macabro pretérito, una bífida comparsa carnavalesca soportada en la espalda), y la antológica secuencia del apoteósico gritoneo desahogador a lo Wilhelm Reich en un bosquecillo para admitir clamorosamente que está bien sentir tristeza.
Y el deslizamiento memorioso invoca en varias ocasiones ciertos trozos del Réquiem de Mozart cuya orquesta solía dirigir imaginariamente Jesse con su culta madre, pues en este sobrecargado y hasta congestionado discurso emotivo y burla sublime del viejo cine directo, los recuerdos futuros cobran una importancia decisiva, seguros de que el niño recordará apenas la experiencia, pero el adulto ya está anclado en sus socavadores ecos.
FOTO: Especial
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