Minería, Jalisco… es la química que se construye
POR IVÁN MARTÍNEZ
Hay razones no escritas, indescriptibles, del por qué algunas cosas en las grandes orquestas funcionan de tal manera; formas de su vida interna. Algunas tienen que ver con tradiciones propias, otras, la mayoría, simplemente porque –recurriendo a la metáfora romántica que se ha venido utilizando para analizar las narrativas recientes- así funcionan los encuentros o desencuentros amorosos. Para que recurra el milagro musical, se requiere química, una química que se va construyendo y que si es difícil explicar siendo el protagonista, lo es más para un espectador.
Mencionaré el ejemplo de la Orquesta Filarmónica de Berlín: sólo hay que verlos a la cara mientras tocan, la comunicación visual y corporal que existe entre ellos, la complicidad. Entrar a ese selecto grupo –y a cualquier orquesta seria– no tiene que ver con tocar mejor que el otro en una audición, tiene que ver con la química que existirá con el compañero de al lado en un ensayo y en un concierto, en cómo el nuevo integrante de la familia se adopta a ella; a lo que los otros han construido de ella. Su cornista más mediática, la británica Sarah Willis, contaba hace unos días, en una entrevista sobre la sorpresiva elección de un titular que solo había estado con ellos en tres ocasiones, que con Kirill Petrenko había sido una cuestión de amor a primera vista, pero que sería muy emocionante ver cómo se acoplaba el perfil de este ruso a la gran familia berlinesa. Como toda familia destacada, que haya permanecido unida por más de 130 años, ha pasado por todo tipo de historias juntos y construido un sinnúmero de códigos difíciles de descifrar, pero entendidos y respetados.
Permítame hacer caber aquí ahora un par de analogías –toda distancia guardada– con dos orquestas mexicanas: mi único punto de vista claro acerca de la polémica que ha desatado el director titular de la centenaria Orquesta Filarmónica de Jalisco con el abrupto cambio de media plantilla, es ése: una orquesta no se hace de la noche a la mañana, estoy convencido que tener por ahora a mejores músicos –y desconozco si realmente lo son– solo crea una falsa ilusión de mejor sonido, no de mejor ensamble. No entiendo la necesidad del maestro Marco Parisotto de parchar con inmediatez donde se puede desarrollar un trabajo de conjunto que, bien enfocado, con buen ánimo, genera un mejor sonido porque estará consolidado; la práctica me ha hecho ser un creyente de que una de las vías para la calidad de sonido, es la calidad musical. Una razón de peso está en el ejemplo de dos orquestas de la Ciudad de México que han procurado cambios generacionales en los últimos diez años y cuyo desarrollo no solo es innegable sino irreversible: la Filarmónica de la UNAM y la Sinfónica Nacional. Insisto: la inmediatez es una falsa ilusión. Y como lo es el paso de los directores por las orquestas, efímero.
La xenofobia, por cierto, no cabe ni en orquestas de renombre a las que otrora se defendía por su valuada tradición. Hablo por ambos lados de ese pleito.
Lo anterior es pretexto para hablar del segundo ejemplo: el inicio de la temporada anual que cada verano reúne en la Sala Nezahualcóyotl a la Orquesta Sinfónica de Minería (OSM), que alguna vez utilizó como slogan el tener “a los mejores músicos de todas las orquestas”. Este año, ofreció su primer programa el pasado fin de semana, escuchado por este cronista el domingo 5.
A pesar de reunirse únicamente los veranos, Minería ha creado sus propios códigos. Y ya que en los últimos años la variación que sufre su plantilla es mínima, el sonido es prácticamente el mismo. Su cuerda se ha consolidado, y tanto la percusión como los metales mantienen una personalidad muy fuerte. Este verano, sin embargo, hubo un cambio notorio en la sección de maderas que a esta altura de mi elucubración, el lector habrá adivinado: se escucha. La OSM ha comenzado su temporada 2015 con un ensamble de maderas débil, desigual, desarticulado. No es raro que sea entre músicos que como solistas sobresalgan, ese día salí sorprendido tras escuchar los solos de la fagotista Samantha Brenner; mejorará en el transcurso del verano, cuando entre ellos se hayan reconocido.
Dirigido por su director principal, Carlos Miguel Prieto, la OSM ofreció el foxtrot para orquesta The chairman dances, una pieza de energía opulenta y fluida rítmicamente, no tan monótona dentro de lo que puede esperarse del compositor John Adams, y enseguida el Tercer Concierto para piano de Sergei Rachmaninoff, que fue ejecutado como siempre se ha escuchado a la solista Lilya Zilberstein: con mucho sonido y avasalladora claridad técnica, sin aspavientos físicos o musicales, precisa en fortaleza y pasión, a quien Prieto ofreció un acompañamiento conveniente y cuidado.
Tras un intermedio, se escuchó el ballet El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla, en su versión completa, que fue brindado con suficiente color y personalidad orquestal aunque sin la exuberancia que podría escucharse, y una solista vocal, la soprano Ana Gabriella Schwedhelm, que resultó más bien gris en personalidad y canto.
FOTO: Tomada del Facebook de la Orquesta Filarmónica de Jalisco.
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