Miscelánea de perecederos
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La medianía fue la característica común de las presentaciones del Cuarteto Janacek, las OSN, OFUNAM y la soprano Sonya Yoncheva, en las que dominó la rutina y la falta de entusiasmo
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POR IVÁN MARTÍNEZ
Pocas veces se reúne en una semana una oferta tan antojable y variada, de atractivo superior, como la que la ciudad presentó hace un par de semanas. Como en botica, hubo de todo: estrenos, colaboraciones inusuales y presencia de grupos y solistas internacionales.
El periplo lo comencé el viernes 9 a media tarde, con el legendario Cuarteto Janacek, esa marca establecida en República Checa desde 1947 y uno de los cuartetos de cuerda más grabados, sobre todo en aquel repertorio cercano a su identidad nacional. Presentaron en la Sala Ponce del Palacio de Bellas Artes un programa variopinto, aun poco sustancioso: un cuarteto de Haydn, que fue tocado correctamente pero de manera rutinaria, casi desinteresada, seguido de un arreglo baladí, casi naiv, de la pieza Mlàdi del compositor de quien toman su nombre, Leos Janácek, que sonó con simpleza aburrida; y tras un intermedio, el Cuarteto no. 1, en Re, op. 11, de Tchaikovsky.
Desde el papel, el Tchaikovsky se antojaba más interesante por ser una pieza de mayor contenido, pero si la primera parte había sonado indiferente y como un hueso más, éste desnudó otras deficiencias con que carga el ensamble en su formación actual: más allá de los problemas recurrentes de afinación, un desaseo continuo de los detalles de articulación y fraseo, con suficientes episodios barridos como para salir corriendo, y una identidad sonora demasiado densa que hace que todo se escuche como una plasta sin relieve y deja cualquier atisbo de interpretación en lo plano.
Más tarde, en la Sala Principal, la Orquesta Sinfónica Nacional –o mejor dicho, un septeto de sus miembros– y la batuta de su titular, Carlos Miguel Prieto, unió fuerzas con las otras dos compañías representativas del INBA, la Nacional de Danza y la Nacional de Teatro, para ejecutar una de las piezas maestras para escena de Stravinsky: La historia del soldado, para violín, contrabajo, clarinete, fagot, trompeta, trombón, un percusionista, tres actores y una bailarina.
Musicalmente efectiva en su ejecución musical, fue la inclusión de las compañías escénicas las que llevaron al desastre el resultado. Encomendado a Juliana Faesler, ésta incluyó a tres bailarines y tres actores, en una concepción donde todo se ve y se mueve doble, sin limpieza, orden o idea de por qué está cada uno ahí. Desaseado el tono en que se narra, e impar entre los tres actores, quizá lo más evidente del desorden haya sido la sobreexposición y lucimiento de un bailarín que no tenía qué ver con la obra, mientras la única bailarina que sí se exige en su concepción pasó desapercibida por su anodina dirección.
Prieto decidió incluir en el programa, a manera de obertura, una selección de movimientos de La historia de un violinista, que Wynton Marsalis escribió en homenaje a Stravinsky: mejor noche hubiéramos tenido todos si nos lo ahorrábamos y mejor idea seguiría teniendo del virtuoso trompetista si no hubiera tenido que conocerlo como compositor.
Al día siguiente acudí a la Sala Nezahualcóyotl para escuchar el estreno del concierto para clarinete y orquesta, Ascenso al Celeste, de la compositora mexicana Georgina Derbez, que el clarinetista Richie Hawley ejecutó al frente de la Filarmónica de la UNAM. El de Hawley, lo comprobé esa noche, es uno de los sonidos más bellos del panorama actual y su presencia en nuestro país fue un lujo (estuvo toda la semana como maestro invitado en la Facultad de Música de la Universidad gracias a las gestiones del profesor Manuel Hernández). Y afortunadamente para el oído del público de esta orquesta, hubo de interpretar también el Concierto K. 622 de Mozart, donde hizo gala de esa pureza de sonido, de su articulado discurso como artista y de su conocida y extraordinaria musicalidad.
El estreno, empero, no resultó tan fresco o novedoso como habría de esperarse de eso, de un estreno: pieza pretendida y pretenciosamente detallista pero innecesariamente densa, lo escuché con una sensación de ya conocerlo, de ser algo que ya conocíamos y con una redacción, digamos, más oportuna. Atrapada en el supuesto efectismo de su pieza, la propia compositora ha escondido las ideas que le podrían surgir. No deja ser simpático que, escuchado inmediatamente antes de una obra con más de doscientos años de historia, sea ésta la que suene con más actualidad; que no agote su discurso como lo hace una pieza de estreno a la mitad de su desarrollo.
La misma Sala Nezahualcóyotl recibió el martes 13 a Sonya Yoncheva, quien debutó en este país acompañada por la Orquesta Sinfónica de Minería dirigida por su esposo, el maestro venezolano Domingo Hindoyan.
La soprano búlgara bordó un programa de sensualidad musical eligiendo selecciones de Massenet en la primera parte y Puccini en la segunda. Con una sala a poco menos de tres cuartos de su capacidad, diferente a visitas anteriores de otras figuras de la lírica mundial, el resultado no entra tampoco en lo que uno llamaría memorable como aquellas. Su canto no es precisamente amplio, en ningún sentido técnico o musical y la orquesta, en una conformación diferente a la usual, no aportó una ejecución totalmente limpia: aunque solos del clarinetista Luis Manuel Zamora llamaron mi atención por su limpieza, otros del oboísta Alejandro Tello y del chelista William Molina me decepcionaron.
FOTO: La interpretación de La historia del soldado, por parte de la OSN, de Igor Stravinsky, contó con la participación de las compañías Nacional de Danza y la Nacional de Teatro. / Cortesía INBA
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