Mitos contra mitos
POR ANTONIO ESPINOZA
Tras el fin catastrófico del “milagro mexicano”, sobre las ruinas financieras del populismo, empezaron a soplar en nuestro país los aires neoliberales. El gobierno de Miguel de la Madrid (1982-1988) hizo una propuesta de cambio histórico, ajena totalmente a la tradición autoritaria y estatista: la liberalización económica, el adelgazamiento del Estado, la apertura externa, la reconversión industrial, la privatización de empresas públicas y la entronización del mercado como el instrumento más eficaz para producir riqueza. La implantación de la doctrina neoliberal, primero tímidamente por De la Madrid y luego decididamente por Salinas, provocó desde un principio oposición en la clase política. Finalmente, vino la fractura, unas elecciones fraudulentas y el surgimiento de un nuevo partido: el PRD, un clon del PRI que se apropió de ese gran mito llamado nacionalismo revolucionario. Un partido que se ha dedicado a defender los viejos mitos nacionalistas y que se dice defensor de los pobres contra los gobiernos neoliberales priístas y panistas, que poco a poco han “vendido” el país al extranjero.
A tres décadas de la instauración del neoliberalismo, el joven curador Octavio Avendaño tuvo la atinada idea de convocar a artistas visuales, críticos y curadores, para participar en un ambicioso proyecto cuyo objetivo era reflexionar sobre la historia contemporánea de México. Con el título de Mitos oficiales, el proyecto buscaba cuestionar la mitología impuesta desde el poder y que aún subsiste. El proyecto incluyó un coloquio realizado a principios de 2012 en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC); una exposición colectiva que incluyó obras (pinturas, esculturas, instalaciones y videos) de 34 artistas y dos colectivos, presentada en cuatro espacios de Oaxaca a fines del mismo año; y un libro que incluye el registro de la obra, entrevistas con los artistas y una crónica en la que participaron 36 “agentes culturales” con un recuerdo sobre los noventa.
Presentado el 30 de julio en el Museo Jumex, Mitos oficiales (Periferia Taller Gráfico, México, 2014) es el punto culminante del proyecto. En su texto introductorio, Avendaño afirma que en el proyecto se ha buscado reivindicar la memoria como un ejercicio de contención del poder. La memoria se expresa en microhistorias que quieren ser a un tiempo afirmaciones de identidad individual y disparos contra la historia oficial y sus mitos. Por un lado, los artistas que a partir de una palabra que ellos escogieron —síntesis de su discurso—hablan de su historia personal y de las obras con las que participaron en la exposición; por el otro, los “agentes culturales” que se apropiaron de las palabras elegidas por los artistas para reflexionar aparte y armar una especie de anecdotario noventero. El libro ofrece múltiples miradas sobre diversos temas: el arte, la corrupción, la identidad, el narcotráfico, el racismo, la violencia… ¿Qué tan certeras son estas miradas?
Mitos oficiales no es un libro de reflexión histórica. Tampoco puede pretender, aunque así lo diga Avendaño en su texto, “desmontar […] la Historia para darle cabida a las historias”. Eso es demasiado ambicioso. ¿Qué es, entonces, Mitos oficiales? Primero, es una publicación antineoliberal, cuyos colores en la portada (negro y rojo) la delatan. Segundo, es un concierto de voces marcadamente desigual, en el que las sensatas son más bien escasas. Y tercero, es un contenedor, sí, de memoria, pero también de nostalgia por un pasado que el maldito neoliberalismo nos arrebató. La entrevista de Avendaño al artista Suricato Quintero-Ibáñez es de pena ajena y anuncia lo que viene: “A mí me gusta particularmente la historia desde siempre, a lo mejor porque soy muy chismoso, digo, me conoces… Pero la historia es chisme, la historia es el resultado del comportamiento humano”. El chismoso Suricato le mienta la madre a Salinas (a quien compara con Victoriano Huerta y Plutarco Elías Calles), Zedillo y Peña Nieto.
Avendaño justifica el “lenguaje coloquial” del libro como un “testimonio semántico de un contexto temporal”. Con el mismo argumento, se puede justificar la ausencia de corrección de estilo, que hace confusos varios pasajes del libro. Lo peor de todo es atacar mitos con mitos, como lo hicieron Bayrol Jiménez y Rolando Martínez al intervenir un monumento de Lázaro Cárdenas en el Centro Histórico de Oaxaca. Colocaron letreros de “obra suspendida” sobre ese gran mito que es el Tata Lázaro, es decir, atacaron las promesas (los mitos) neoliberales de modernidad y progreso con una estatua de bronce. Algo recurrente en el libro es la descalificación de todo lo que huela a neoliberalismo: Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Peña Nieto, Televisa, el TLC, el narcotráfico… Y por el contrario, la exaltación de todo lo antineoliberal: el EZLN, López Obrador, el Yo Soy 132…
En un proyecto que cuestiona la Historia de Bronce y sus mitos, sería lógico que alguien tratara nuestro mito mayor: la unidad y la continuidad histórica de la nación a través de los siglos. Mito construido por personajes tan célebres como fray Servando Teresa de Mier, José María Morelos y Carlos María de Bustamante, que se resume en una frase terrible: “nos conquistaron los españoles”, que muchos mexicanos dan por cierta. Ni una reflexión al respecto hay en el libro. Por supuesto, hay obras rescatables en el proyecto: el ingenioso aparato de Marcela Armas que reproduce los seis gritos celebratorios de Calderón y la investigación que realizó Juan Pablo Villegas sobre la verdadera fisonomía del Padre de la Patria, entre otras. Mas lo que predomina es un maniqueísmo antineoliberal, que en la obra más significativa del conjunto: Chiquitolina, (2012) de Ximena Labra, encarna en la figura de Benito Juárez. Un pequeño Benemérito nos observa, impotente. La escultura, por cierto, es de bronce.
*Fotografía: Edgardo Aragón, “La tenebra”, 2012 (detalle)/ ESPECIAL
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