Mitos y mentadas del sector cultural en el TLCAN

Dic 9 • destacamos, principales, Reflexiones • 7359 Views • No hay comentarios en Mitos y mentadas del sector cultural en el TLCAN

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Los intereses de las industrias culturales mexicanas son un tema que prácticamente ha estado ausente del debate en el marco de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); frente a la sexta ronda de negociaciones que tendrá lugar en enero próximo, ofrecemos un especial con cinco aristas distintas sobre este tema en el que se juega el futuro de un sector comercial, el sustento de miles de familias, la defensa de patrimonio cultural intangible y un aspecto fundamental de la soberanía nacional

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POR EDUARDO CRUZ VÁZQUEZ

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Con motivo de los 20 años de entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), entrevisté a Jaime Serra Puche1. Reconoció, en febrero de 2014, que en la negociación del tratado, había faltado “una lectura industrial sobre la cultura mexicana”. Ante la adopción de una “exención” por parte de Canadá sobre sus industrias culturales, “nosotros pensamos que para México no había ni un pro ni un contra muy grande en ese sentido, porque es de los tres países el que tiene una mayor tradición cultural. No había temor como el canadiense, pero tampoco detectamos grandes ventajas en adoptar una posición similar”. En tiempos de la renegociación forzada por el gobierno de Donald Trump, nuestro secretario de Economía Idelfonso Guajardo asume la misma línea que Serra Puche. No le da valor, para decirlo públicamente. Su postura tuvo que ser filtrada por Sabina Berman2, quien con otros miembros de la comunidad cultural asistió a una comida privada a contentillo de los anfitriones –las secretarías de Cultura y Economía-. La crónica revela a su vez el profundo desconocimiento por parte del regiomontano del rol de los bienes, servicios y productos culturales en el intercambio trilateral. En el proceso, las autoridades culturales se han asumido como mironas de palo, pese a que en el reciente Manual de Organización incluyeron la instrucción de ocuparse de los tratados comerciales.

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Entre 1989 y 1994, los años de incubación del TLCAN, el economista Guajardo era un muchacho treintañero ya en el servicio público. El sector cultural no era lo que es hoy. México poseía en ese entonces ciertas actividades culturales con carácter industrial, como la radio, la editorial, la televisión y el cine. Pese a lo dicho por Serra Puche y no exento de debate, de estas dos últimas incorporaron indicaciones en el acuerdo, con relación a la inversión extranjera en el ámbito audiovisual y la condenatoria cuota mínima en pantalla para nuestro cine que, de 30%, pasó al 10% tres años después. La estructura sectorial del país se modificó con el tratado, dando paso al Sistema de Clasificación Industrial de América del Norte (SCIAN). La mayor parte de las actividades características de la cultura quedaron agrupadas en 9 de 20 sectores, con énfasis en dos, el sector 51 llamado “Información en medios masivos”, y el sector 71 con el sugerente título de “Servicios de esparcimiento culturales y deportivos, y otros servicios recreativos”. Durante dos décadas se sucedieron numerosos cambios que exigieron una mayor focalización del papel de la cultura en la economía. Hablamos de una diversificación del mercado cultural, en el que la presencia estadounidense y la revolución tecnológica tiene un papel central. En el vigésimo aniversario del TLCAN se instala la Cuenta Satélite de la Cultura, en el Sistema de Cuentas Nacionales que lleva el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). De esta forma, el gobierno dispone de abundante información para llevar a cabo la lectura que el equipo de Carlos Salinas no tuvo de manera tan precisa. Esta omisión del actual contingente negociador, al menos a nivel de diagnóstico para la toma de posturas y decisiones, constituye una grave falta en sus responsabilidades públicas.

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Las odiosas comparaciones

Los mitos y mentadas alrededor del sector cultural en la integración comercial tienen consideraciones contundentes. En la trama de la renegociación, cuyo desenlace (el que sea) dejará fuera la noción sectorial, pero no así numerosos intereses que atraviesan la cultura, no resulta tan complejo identificar las fortalezas y debilidades de México. El deslinde de las escasas capacidades exportadoras de bienes, servicios y productos culturales mexicanos, contra las importaciones a mansalva casi en su totalidad de los Estados Unidos (Canadá es en este campo prácticamente un convidado de piedra), permitirían acotar la mitología del todo o nada a la que se ha llegado. Se trata de una disputa entre tres bandos: el primero, una aparente mayoría que pide no incluir la cultura en el tratado, para lo cual apelan a la exención; el segundo, que es minoría, que estima que hay agenda para ser parte del TLCAN 2.0; y el tercero y último, conformado por una hasta el momento no cuantificable cantidad de miembros de la comunidad cultural, artística, intelectual y empresarial a la que le importa un bledo lo que ocurra.

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Este conjunto de posturas cobran relieve ante los más recientes datos de la Cuenta Satélite de la Cultura que, con la actualización del año base a 2013, entrega la radiografía descarnada de la composición del mercado cultural. Por principio, es importante indicar que según fuentes del INEGI, el Producto Interno Bruto (PIB) cultural de los Estados Unidos a 2013, fue de 4.2%, lo que significan unos 700 mil millones de dólares (considérese que no ha sido actualizado). La economía creativa de nuestros vecinos está prácticamente concentrada en el estado de California, que este año sumará una producción de 406 mil millones de dólares3. México tiene un PIB cultural de 3.3%, en estimación preliminar al 2016, que es 0.9 menor, es decir, generamos alrededor de 617 mil millones de pesos (en dólares, un poco más de una cuarta parte que Estados Unidos). Llevado a términos de productividad, según el INEGI tenemos un millón 359,451 puestos de trabajo, en tanto que los californianos generan un millón 600 mil. En Canadá, el PIB cultural en cifra de 2010 (dato más reciente), fue de 3.1%, la suma de 50 mil millones de dólares, con más de 600 mil empleos. En un escenario de esta naturaleza, ¿quién abruma a quién con su economía cultural?, ¿por qué tal desproporción no puede ser parte de una negociación comercial?, ¿basta con dejar de lado tan contrastantes diferencias, como dice Berman que dijo Guajardo en la comida, para echarle únicamente la responsabilidad a las políticas públicas que además no existen en nuestro sector cultural?

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En su columna “Parteaguas” del lunes 13, en El Financiero4, el analista Jonathan Ruiz hizo cierta burla al comparar acontecimientos públicos de la secretaria de Cultura María Cristina García Cepeda y de Mélanie Joly, Ministra de Patrimonio de Canadá. Más allá de la improcedente analogía, Ruiz abunda sobre el problema de la falta de “lectura industrial” del sector cultural mexicano. El columnista pondera el programa “Creative Canada”, con un fondo de mil 260 millones de dólares para estimular sus industrias culturales, mientras la secretaria aprovecha un espacio periodístico en La Jornada5 para exponer las bondades “de un bicho que vive como parásito en los nopales” y que, al aplastarlo, ofrece una tinta de uso artesanal. Más allá de esa maravilla que es la grana cochinilla, el país de la hoja de maple no sólo aplica una exención cultural (cuyos resultados no han sido tan contundentes debido a las presiones estadounidenses), también sostiene abundantes fondos a su vida cultural. Para el especialista canadiense Charles Vallerand, con y sin tratado el comercio bilateral de nuestros países es ínfimo.6

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La veracidad de las cifras del mercado cultural trilateral enfrenta múltiples obstáculos, en virtud del sistema de clasificación y de las fracciones arancelarias. Su diseño impide ubicar con objetividad no sólo las actividades, sino también los productos y las empresas que las llevan a cabo. Es una suerte de camuflaje que va en detrimento de nuestra economía cultural. Para el caso de Estados Unidos, en datos anteriores al cambio de año base, según el Anuario Estadístico 2014 del INEGI, México tiene una balanza deficitaria, pues le compra bienes, servicios y productos por más de 18 mil millones de dólares, mientras que vendemos poco más de 3 mil millones de dólares.

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Flojito y cooperando

Señalamos que en los albores de la entrada en vigor del TLCAN, México gozaba de industrias culturales (empresas es en realidad su designación legal) en condiciones de competir en un mercado abierto7. La apertura indiscriminada, aunada a procesos de privatización de empresas públicas del sector cultural, minaron esa posibilidad. Creemos que otra cosa sería del cine mexicano si hubiera sido objeto de un tratamiento específico y adecuado en el TLCAN, a fin de generar un mercado competitivo. Igual vino a suceder en ámbitos como la música, la radio y la televisión, donde el dominio estadounidense ha sido constante y en permanente incremento. En lustros de la revolución digital, las grandes corporaciones ejercen un control casi absoluto sobre insumos y medios que mexicanos requieren para muchas de sus tareas culturales, amén del control en terrenos de las ofertas de contenidos. Con la notable amplitud que es posible hoy en día ver el sector cultural, las implicaciones de la relación comercial con Estados Unidos tiene una agenda básica (y que son oportunidades por aprovechar con Canadá): además de la distribución y exhibición de cine y televisión, tenemos la propiedad intelectual (el derecho de autor), comercio en internet y el rol de las Pequeñas y medianas empresas (pymes) culturales (véase lo que hace Amazon al atraer a artesanos), la movilidad fronteriza, los visados para académicos y artistas, los trámites aduaneros, la doble tributación de empresas transnacionales y las tasas impositivas a la movilidad de ciertos productos, entre otros8.

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Este es apenas un boceto que se han negado a conocer, divulgar y analizar las autoridades de las secretarías de Economía y Cultura, así como los protagonistas del empresariado nacional metido en estos menesteres. Hablamos de adoptar una visión sectorial para un verdadero diálogo con el propósito de tomar las mejores decisiones sobre qué sí y qué no debió incorporarse a la mesa de negociación. Por ello en los mitos y mentadas alrededor del TLCAN y la cultura prevalecerá la postura irresuelta de México. El no asumir que el sector cultural existe. Aquello de dejar al garete “la fortaleza de la cultura mexicana”. Es la falta de una actitud soberana más allá de los intereses inamovibles del imperio de Norteamérica expresado, por ejemplo, en la Canacine, en la MPA, en Cinépolis y Cinemex, en Facebook, Netflix, Amazon, Televisa, Sony9… La lista es larga.

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Acudir a una postura reflexiva respecto a la importación indiscriminada de bienes, servicios y productos culturales de los Estados Unidos, sin los necesarios contrapesos a fin de generar mercados competitivos, exportadores, de innovación y desarrollo, no significa ser “proteccionista” o “enemigo del libre comercio”. Y no se trata solamente de medidas económicas internas o de programas gubernamentales de la Secretaría de Cultura, como señaló en la comida narrada por Sabina Berman el secretario Guajardo. La renegociación del TLCAN debió incluir una discusión abierta, cabildeada y propositiva entre las autoridades y los principales actores del sector cultural, tanto como una presencia en “el cuarto de al lado”, para velar por los intereses culturales del país. Solo de esta manera la sociedad comprendería qué es parte y qué no de dicho instrumento comercial. No olvidemos que los flujos comerciales también son simbólicos, son diversidad de códigos culturales. Una actitud firme de defensa de la soberanía cultural, es oponerse al “flojito y cooperando” del que gustan las autoridades estadounidenses. O como dice un clásico popular: México debe aspirar a dejar de ser “una subregión de Texas”.

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ILUSTRACIÓN: EKO

Notas:

1 La entrevista se puede ver en el portal del Grupo de Reflexión sobre Economía y Cultura (GRECU), de la UAM, que tengo a bien coordinar. http://economiacultural.xoc.uam.mx

2 “Nada se negociará en el TLC en cuanto a Cultura”, 20 de agosto de 2017 en http://sabinaberman.mx/nada-se-negociara-en-el-tlc-en-cuanto-a-cultura/

3 Para mayores detalles ver reporte del Otis College of Art and Design en www.otis.edu/otisreport

4 “Canadá va por Netflix y busca artistas mexicanos” http://www.elfinanciero.com.mx/opinion/canada-va-por-netflix-y-busca-artistas-mexicanos.html

5 “La grana cochinilla en el arte”, http://www.jornada.unam.mx/2017/11/11/opinion/a03a1cul

6 Ver en el libro que coordiné TLCAN/Cultura. ¿Lubricante o engrudo? Apuntes a 20 años (UAM/UANL, 2015), que reúne las ponencias presentadas en el foro organizado por el GRECU en marzo de 2014. Descargable gratuitamente en dicho portal.

7 No olvidemos que en la refriega trilateral hay “ganones” por fuera como España, que se compró numerosas empresas editoriales, y como China en campos como el textil, la industria gráfica y, recientemente, el comercio en la web vía Alibaba.

8 El GRECU organizó dos foros al respecto en abril de 2017. El documento fue entregado a la Secretaría de Economía, que no ofreció respuesta. Se puede leer en el portal http://economiacultural.xoc.uam.mx/

9 En julio de 2017, asistí al Foro de Economía Creativa en el marco del Año de México en Los Ángeles. Cuestioné a un alto directivo de Sony sobre su posición ante la renegociación del TLCAN. “No hay nada que cambiar”, me dijo. En este evento, salvo mi postura, ni mexicanos, ni estadounidenses se refirieron al tratado.

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