Monólogos mexicanos para violonchelo

Sep 9 • Miradas, Música • 4761 Views • No hay comentarios en Monólogos mexicanos para violonchelo

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Este disco reúne ocho temas originales, varios de ellos escritos directamente para el violonchelista Gustavo Martín, en los que se percibe un sonido hondo y envolvente

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POR IVÁN MARTÍNEZ

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De la mano de la disquera mexicana Urtext Digital Classic, el violonchelista Gustavo Martín presentó hace unas semanas Monólogos, un álbum con música mexicana para violonchelo solo que se distingue por su actualidad –con una excepción, todas las obras fueron escritas después del 2003–, por haber sido compuestas en su mayoría para el propio Gustavo, y en una feliz coincidencia, por mujeres compositoras con cinco de los ocho piezas. Se trata también de una producción que, al no ser resultado de un apoyo del FONCA u otra institución como sucede con la mayoría de lo que se produce en México, se antoja plausible ante el reto que esto representa.

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Otra característica que he disfrutado es el olor universitario en ella, la relación de casi todos los involucrados, incluidos los compositores, con la Facultad de Música de la UNAM, en donde se grabó.

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Por decirlo de alguna manera, es un regalo de Martín y como buen regalo, se ha esmerado él mismo en presentarlo de la manera más fina posible en lo visual y lo auditivo: el diseño es impecable y las fotografías que lo acompañan –de Itzel Ávila, la misma lutier que construyó el violonchelo que se toca– son una pieza de arte por sí mismas. Al igual que el cuidado sonoro, tratado detalladamente de manera transparente para atender sutilezas musicales (está para dudar que sea uno de Urtext), de la mano del mismo Gustavo, quien se editó, y de Pablo Garibay, quien se encargó de la masterización (una sorpresa, viniendo de quien es más conocido como nuestro mejor guitarrista que como ingeniero de audio).

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Pero en lo importante, que es la música, y a la que se acude desde un sonido hondo, lleno y envolvente, de largos fraseos del violonchelista, lo presentado es diverso.

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La obra de mayor calado es una suite en seis movimientos de Enrique Santos, que se antoja escrita a la manera de estudios, pero más compositivos sobre la escritura para el violonchelo que de ejecución para el intérprete. Es, en general, una obra muy lograda en forma y contenido, hay una construcción coherente de los seis movimientos como un todo. De cierto atractivo, sin sonar totalmente original –difícil, teniendo a cuestas las suites que también se inspiraron en Bach: Britten, Kodaly, Coral–.

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El de la originalidad es un problema con varias de las obras aquí presentadas. Con la excepción de la música de Diana Syrse, María Granillo y Lucía Álvarez, el oyente se enfrenta a algo que siente haber conocido antes desde que escucha la primera obra en el programa: 1720: El Stradivarius rojo de Alexis Aranda, un ejercicio bachiano de buena factura idiomática que apenas comienza a caminar. Simpático boceto con una buena idea, un motivo barroco inicial que se vislumbra enérgico y que seguramente le servirá como materia prima para desarrollarlo en una futura obra.

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Líneas marinas, de Syrse, es quizá la obra más sofisticada en el disco. No es una pieza que intente impresionar con el lenguaje, y resulta el más original, el de la voz más propia, sino que destaca por sí sola por la consistencia de su contenido sonoro, y la claridad de su forma: a manera de espiral que encuentra momentos varios de lirismo o de movimiento enérgico, pesado, en un arco discursivo con principio y fin. No es casualidad que sea Syrse la compositora joven a la que se grabe y busque cada vez más entre los intérpretes, como no lo es que haya sido una de las elegidas entre los comisionados para escribirle música a la Filarmónica de Los Ángeles y que se estrenará en su festival de octubre próximo.

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Como curiosidad, la que le sigue en atractivo es la de Lucía Álvarez, Utopía no. 4. Conocida por su premiada música para cine, aquí Álvarez se anima a ir a lenguajes más abstractos, servida para aterrizarse sólo por un poema de Elvia de Angelis, que además tiene que ser leído por el mismo violonchelista mientras toca. Bien coordinado, el único pero que tiene esta delicia de atrevimiento es la vocalidad de esta grabación: pudo cuidarse más en el balance.

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Hay otras dos piezas, de Leticia Cuen (Canto para las ánimas) y Leticia Armijo (Neblina), que sufren no sólo por falta de originalidad, sino por la claridad de su naturaleza. La de Cuen al menos tiene el valor documental-histórico de ser presentada como la primera pieza en su catálogo; y es una pieza de cierta belleza en su tono melancólico, a manera de canción sin palabras. Pero ambas, quizá más la de Armijo, parecen piezas intercambiables que pudieron ser escritas para viola, clarinete o corno o cualquier otro instrumento; es decir: sin una naturaleza en la sonoridad específica del violonchelo. Las dos se enaltecen con el tratamiento estético desde el violonchelo de Gustavo.

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El Monólogo de María Granillo que da título al disco y el Cayuumbi de Daniel Martínez completan el disco y comparten cualidades, no sólo en cuanto a su duración: corren en estéticas cercanas, acuden a formas similares, están escritas idiomáticamente para el violonchelo, y aunque de pronto parezcan dispersarse, culminan en buen puerto. La de Granillo, una pieza dramática, casi con teatralidad sonora. Y la de Martínez, como un largo lamento, más rítmico que elegíaco.

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FOTO: Cinco de las piezas de Monólogos fueron compuestas por compositoras mexicanas./ESPECIAL

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