Dos locales en el festival del Centro Histórico
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Don Giovanni, obra clásica de Mozart, con la Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata, y la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida por Rebecca Miller, fueron las apuestas musicales para esta edición del Festival del Centro Histórico
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POR IVÁN MARTÍNEZ
No que antes fuera referencial de algo, pero el Festival del Centro Histórico de este año ha sido especialmente raquítico en su propuesta. Su programación para esta primavera, salvo un ensamble visitante, ha estado centrada básicamente en aprovechar las temporadas que con festival o sin festival, las agrupaciones y compañías locales tenían programadas. E incluso la Ópera de Bellas Artes, que en un inicio había estado ligada a éste con la producción de L’amour de loin (Kaija Saariaho) que presentó hace dos semanas en fechas coincidentes, la produjo finalmente con independencia.
La UNAM, por ejemplo, se hizo presente con una de las tres funciones que ofreció de la ópera Don Giovanni de Mozart a cargo de la Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata; estrenó en el Teatro de la Ciudad el martes 2 de abril, la presencié en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario el jueves 4 y viajó al Teatro del Bicentenario de León el domingo 7. La producción fue encargada a Ragnar Conde y, como sucede con sus trabajos, es firmado por su compañía Escenia Ensamble. La dirección musical estuvo en la batuta de su director titular, Gustavo Rivero, y algunos de sus cantantes provinieron de un intercambio con el Instituto Curtis de Filadelfia.
Es factible aunque no convincente decir que se trató de una semipuesta: la orquesta se mantuvo en el escenario y los cantantes –en vestuario clásico y fastuoso de Brisa Alonso– actuaron en proscenio. La escenografía de Peter Crompton fue simple –un balcón, unas columnas que compactaron incómodamente el espacio de la orquesta y una pantalla que proyectó diversos escenarios– e iluminada con oscuridad insistente por Carlos Arce.
Quizá no fuese necesario más: el trazo y dirección de Conde se mantuvieron a cabalidad en la narrativa literal de la trama y todos han ofrecido un canto espléndido y suficiente. El problema, porque a veces hay que buscarlos, es que precisamente “quizá no fuese necesario más”, pero tampoco hubiera sobrado para lograr que la producción fuera excepcional: es probable que limitar la actuación al proscenio restringiera mi propio disfrute de la acción, pero tiendo a pensar que se trató más bien de una falta de cohesión en el acercamiento a cada personaje. De igual manera, aunque musicalmente Rivero guió a su orquesta con precisión y atención de los cantantes y el grupo ya no es una orquesta novata en cuestiones operísticas, lo que hace que la ejecución musical corra con naturalidad, hubo pasajes que pudieron tocarse con mayor soltura, tanto en carácter como en tempos.
Vocalmente han sobresalido los visitantes: especialmente el Leporello de Joseph Barron, de mayor presencia escénica y vocal, desparpajado y divertido sin perder sonoridad o virtuosismo musical; sin menosprecio al epónimo de Dennis Chmelensky, quien será un Don Giovanni excepcional cuando madure, ni del Don Ottavio de Martin Luther Clark, de canto transparente pero que debe procurar mejor su rango de matices.
Rachel Sterrenberg, quien vino para personificar a Donna Anna ha estado correcta, y quizá un tanto gris aunque para muchos en un nivel sobresaliente al compararla con los otros personajes femeninos, encargados a las mexicanas Marcela Chacón –generosa vocalmente, desarticulada en lo actoral como Donna Elvira– y Claudia Cota –uno de los dos desaciertos del cast presentarla como Zerlina–. Un poco desapercibido ha pasado el Masetto de Enrique Ángeles –quien ya con la dirección de Conde había regalado actuaciones memorables–, y especialmente débil ha estado el bajo José Luis Reynoso como el Commendatore: ofreció el punto de mayor anticlímax en la icónica entrada del segundo acto.
Quienes han estado memorablemente excepcionales han sido los miembros de la Orquesta Sinfónica Nacional, a quienes escuché el domingo 7 dirigidos por la batuta huésped de Rebecca Miller, en un programa inglés en el que la orquesta recibió al Coro del Clare College de Cambridge.
El programa fue corto, apenas rebasando los sesenta minutos de música, pero con sustancia y carácter. Miller puede ser californiana y haberse formado en distintos conservatorios de los Estados Unidos, pero ha desarrollado su carrera principalmente en Inglaterra, lo que ha impregnado sus capacidades para asistir a ambos repertorios ofrecidos aquí: el de la tradición coral británica (piezas de Vaughn-Williams, Hubert Parry y un poco prestado de C. P. E. Bach) y el del sinfonismo grandioso de Elgar, de quien hizo las Variaciones Enigma con mucha hondura de sonido –excelente trabajo con los metales– y fraseo –amplios, profundos, sin caer en pesadez–.
Al final Miller hubo de regresar en varias ocasiones para saludar al público, repetir una de las variaciones como encore (Nimrod) y felicitar algunos de los solos, entre los que no puedo dejar de mencionar los del clarinetista Luis Arturo Cornejo, nuevo principal de la orquesta en periodo meritorio a quien escuché, ahora sí, con la personalidad y confianza que requiere el puesto.
Miller dirige Kernis
No tan asidua como debería en discos, en éste su más reciente Miller dirige tres conciertos del compositor estadounidense Aaron Jay Kernis: el de viola, el de chelo y uno en “la forma” de concerto grosso.
Don Giovanni reducida
Forma que encuentro siempre simpática de envolverme en el contenido sonoro de óperas clásicas “sin necesidad de escucharlas completas” son los arreglos de época para octetos de aliento. Aquí con los Vientos de Múnich.
Clare College Cambridge
Comienza semana santa y no quiero recurrir a la recomendación de un Stabat Mater en particular para que conozca a este brillante coro, sino a esta colección variopinta de corales provenientes de distintas tradiciones.
FOTO: La ópera Don Giovanni fue uno de los platos fuertes del Festival del Centro Histórico 2019. /Cultura UNAM
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