Mozart en La Habana
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Estas producciones musicales reúnen repertorios consolidados, como Mozart, Danzi, Stamitz, con la interpretación de solistas que destacan por su talento y juventud
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POR IVÁN MARTÍNEZ
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Siempre he creído que la razón de ser de un disco debe estar entre presentar un repertorio que, nuevo o no, debe preservarse, o si se trata de un nuevo registro de repertorio conocido, desde una audición que ofrezca aportaciones en tanto su alto nivel terminante de ejecución o la frescura de una lectura inédita de la obra. En las últimas semanas cayeron en mis manos dos discos de muy reciente factura con repertorio clásico que deberían estar en el estante de todo melómano.
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El más raro sería New era (Decca) de Andreas Ottensamer (Austria, 1989). Miembro de una dinastía de clarinetistas que incluye a su padre Ernst y a su hermano Daniel, quienes ocupan las dos sillas de primer clarinete en la Filarmónica de Viena, Andreas es el clarinetista principal de la Filarmónica de Berlín desde 2011, fecha en la que comenzó también una ya fructífera carrera discográfica, de ésas que ya no se dan entre instrumentistas de aliento y en la que ha combinado rarezas con arreglos clásicos de repertorio popular con el repertorio obligado de su instrumento. Esta nueva producción está dedicada a la Escuela de Mannheim.
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La principal aportación son los conciertos que incluyó de Johann (el escrito en Sí bemol Mayor) y Carl Stamitz (el no. 7 en Mi bemol Mayor): considerados obras pedagógicas, no habían tenido desde la de Sabine Meyer una grabación profesional con este compromiso, y la de Andreas es una más profunda, con más pasión, que nos brinda la oportunidad de descubrirlas como obras de gran contenido armónico, melódico y juego orquestal, lo que es finalmente la histórica aportación de los compositores que pasaron por Mannheim.
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Con Ottensamer como único solista, se ha incluido también la deliciosa Fantasía sobre “La ci darem la mano” de la ópera Don Giovanni, de Mozart, que se escucha con mucha intuición en los pasajes de variaciones virtuosas. Y en otro apartado con invitados, se reúnen con él otros dos atrilistas berlineses: el flautista Emmanuel Pahud, para hacer dos arreglos sobre arias mozartianas donde se escucha el clarinete di basseto, y el oboísta Albrecht Mayer, con quien toca, de Danzi, el Concertino para clarinete y fagot, cuya parte es tocada aquí con corno inglés.
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No sólo vale la pena por el repertorio “desconocido”, sino por cómo se hace: ésta es una de esas interpretaciones que sin ser historicistas tiene el valor que ha dejado ese movimiento a las prácticas de ejecución modernas: hay energía, estilo y transparencia en el sentido más ortodoxo, pero con la riqueza, la emotividad y el contenido sonoro amplio y hondo que permiten los instrumentos modernos.
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Como solistas, Ottensamer, Pahud y Mayer ofrecen todo aquello a lo que nos tienen acostumbrados: un sonido obscuro y con proyección el primero, el sonido característicamente suave e inmediato del segundo, la redondez y dirección del tercero.
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El otro disco, Mozart in Havana (Sony), contiene un repertorio más que establecido: los conciertos no. 21, en Do Mayor K. 467 y 23, en La Mayor K. 488 de Mozart con Simone Dinnerstein (Estados Unidos, 1972) como solista al frente de la orquesta del Lyceum Mozartiano de La Habana, un ensamble formado por estudiantes y profesores del centro adscrito al Instituto Superior de Arte cubano y auspiciado por el Mozarteum de Salzburgo, dirigido por José Antonio Méndez.
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Conocida por su afinidad con la música de Bach y por las características con que la toca, transparencia a la vez de cuerpo y una articulación muy sólida apegada al estilo, Dinnerstein no ha sido muy bien recibida por éstas cuando se enfrenta a repertorios más modernos, pero es justo el equilibrio de sus aportaciones las que nos brindan aquí la claridad sonora, discursiva y de pronunciación necesarias para enfrentar los dos conciertos mozartianos. Dinnerstein es una pianista que construye su discurso musical con conciencia, más que con instinto; lo que puede no gustar a muchos. Lo que gusta es cómo se integra ella a cada frase musical, cómo construye a partir de un mismo punto sonoridad y fraseo.
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Para quien llegue buscando curiosidades sobre el acompañamiento cubano, hay que decir que no hay sorpresas. Todo está en un orden muy establecido y se toca con naturalidad. No es la cuerda más transparente, pero se siente una búsqueda de fraseo que sigue a la solista; destacan la pureza de las maderas –que no tienen el sonido más “acuerpado”– y la nitidez potente de los cornos.
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La luminosidad en general no viene de la brillantez rítmica o colorística que arrope el acompañamiento, pero sí del empuje orgánico con que se sigue a la solista, aun cuando los primeros allegros de ambos conciertos estén un pelo antes del tempo idóneo: el del no. 21 por ejemplo, más pastoso que maestoso.
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Aun con la ingeniería de audio, que es precaria, el resultado no deja de ser efectivo y este disco sirve lo mismo para conocer cómo funciona el acercamiento de esta solista cuya mayor característica es la individualidad de su voz, así como los resultados, ortodoxos, que está dando el trabajo del mozarteum habanero.
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FOTO: Portadas de los discos New Era, de Andreas Ottensamer, y Mozart in Havana, de Simone Dinnerstein./ESPECIAL
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