Releer de la historia con perspectiva de género

Feb 29 • destacamos, principales, Reflexiones • 6513 Views • No hay comentarios en Releer de la historia con perspectiva de género

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POR ADRIANA MALVIDO 

 

Hace poco leí sobre la “arqueología de género” como un método de estudio de las sociedades del pasado que examina la construcción social de las identidades y de las relaciones humanas. Y me pregunté: ¿qué sería de nosotros si en la Historia que se imparte en las escuelas se diera un justo lugar a las mujeres? ¿Si los libros de texto hablaran de heroínas de la etapa prehispánica, la Independencia y la Revolución o de las artistas y escritoras en el renacimiento cultural mexicano del siglo XX? Más aún: ¿por qué no hay un lugar para las mujeres intelectuales en el recuento de nuestro pasado? ¿sólo las balas y las batallas nos determinan? La aportación femenina en la historia puede ser un antídoto, entre muchos más, contra el sistema patriarcal que nos tiene sumidos en la violencia machista y la crisis de feminicidios.

 

 

Propongo pues, ampliar el elenco al revisitar la historia. Podríamos convocar a varias mujeres de la dinastía real de los mayas de Palenque, por ejemplo. Gobernantas y guerreras que jugaron un papel importante en la política, el arte, el comercio y la cultura en el periodo clásico de esta civilización. Y releer el libro Erótica Náhuatl de Miguel León Portilla donde las mujeres gozan con el sexo, seducen, cantan al amor y al deseo. O buscar el texto “¿Feminismo prehispánico?”, de Eduardo Matos.

 

 

Un gran personaje, inexistente en la enseñanza, es aquella que unos 260 años antes de que Hidalgo diera el Grito de la Independencia, inicia la emancipación de los indios y llama a la abolición de la esclavitud el 11 de julio de 1550. Se trata de Tecuichpo Ixcaxóchitl, la última princesa mexicana. Señora de Anáhuac, hija de Moctezuma II y esposa de Cuauhtémoc.

 

 

Tecuichpo nace del tlatoani y de su esposa Tezalco (hija del Rey de Azcapotzalco) y a ella preparaban para gobernar el imperio azteca cuando llegaron los españoles. Todavía niña, la casan con Cuitláhuac y al morir éste, con Cuauhtémoc. Cuando Moctezuma se entrevista con Cortés y funge Malitzin como traductora, muchas palabras en náhuatl no tienen equivalente literal al español y al mencionar el emperador su gran “tesoro” se refiere a Tecuichpo, pero el conquistador obsesionado piensa que se trata de oro. Viuda, queda en manos de Cortés quien la bautiza “Isabel”. Del abuso, nace Leonor; después la ofrece a Alonso de Grado, luego a Pedro Gallego de Andrade y cuando éste muere la casa con Juan Cano de Saavedra, un adinerado español de Cáceres con quien procrea cinco hijos.

 

 

Fundadora del Hospital de San Juan de Dios (hoy Museo Franz Mayer) donde daba asilo a los indios, a Tecuichpo se le cita en múltiples fuentes documentales –Bernal Díaz del Castillo, entre otros– por su belleza, su bondad y su inteligencia como mediadora que “puso término a muchas dificultades entre españoles e indios”, según Artemio del Valle Arizpe.

 

 

Su testamento, cuyo original se encontró en 1996 en el Archivo General de la Nación, dice: Quiero y mando, y es mi voluntad, que todos los esclavos, indios e indias naturales de esta tierra, que el dicho Juan Cano mi marido e yo tenemos por nuestros propios, por la parte que a mí me toca sean libres de todos servicios, servidumbre y cautiverios, e como personas libres hagan de sí su voluntad, porque yo no los tengo como esclavos, y en caso de que lo sean, quiero y mando que sean libres.

 

 

Casi cinco siglos después, cuenta la historia su descendiente Blanca Barragán Moctezuma, quien heredó de su abuela Esperanza Carrillo de Albornoz Cano Moctezuma la versión que oralmente se transmitió de generación en generación.

 

 

La Independencia de México tuvo su origen en las ideas como fuente de transformación. Asimismo, la lectura tuvo un lugar en el mundo de las mujeres que participaron activamente en el movimiento.

 

 

Las tertulias literarias de La Corregidora sirvieron de pretexto para conspirar contra el régimen virreinal. Mariana del Toro de Lazarín mantenía en su casa de la ciudad de México un salón literario en donde se leía a los poetas de moda en España y Francia, se discutía sobre política y se conspiraba contra la Colonia. Manuela García, esposa del historiador Carlos María de Bustamante, batalló y escribió con él la semblanza de los personajes que participaron en la Independencia.

 

 

Leona Vicario estudió música y pintura desde su infancia, tocaba a Bach y a Haydn en el clavecín, dominaba el francés, el latín y el inglés y era una lectora voraz de los clásicos, los enciclopedistas y los novelistas de su época: Madame de Staël, Benjamin Constant, Daniel Defoe… Leyó al científico naturalista conde de Buffón y al filósofo Benito J. Feijoo; fue pionera en el periodismo y firmaba con seudónimo en El ilustrador americano, El Pensador y El Semanario Patriótico. Perseguida, la esposa de Andrés Quintana Roo escapó del convento de Belén con imprenta y papel en su carruaje y traducía La educación de las niñas de Fenelón cuando la apresaron.

 

 

Todas ellas, como Gertrudis Bocanegra, Manuela Medina, Manuela Taboada, Tomasa Estévez, Petra Teruel o Gertrudis Rueda, entre muchas otras, forman parte de este elenco.

 

 

Asomarse con perspectiva de género al movimiento revolucionario, permite ver a cientos de personajes femeninos que participaron activamente y que, en su mayoría, han sido relegadas de la narrativa oficial. Por ejemplo, Avelina Villarreal. Originaria de una familia adinerada del norte del país, optó por la causa social, escribió para Regeneración y entregó todos sus bienes en apoyo al Partido Liberal Mexicano –que fundó su marido, Camilo Arriaga, con Flores Magón– y a la lucha contra Porfirio Díaz. Junto con su esposo patrocinó el levantamiento de Tacubaya de 1911 y fabricó personalmente sacos de parque, vendajes y banderas, así como distintivos que identificarían a los rebeldes. Descubierto el complot por Díaz, la pareja fue encarcelada en Lecumberri donde continuó su movimiento y su labor periodística que nunca cesó, ni en el exilio.

 

 

Hay periodistas, escritoras, maestras o activistas como Dolores Jiménez y Muro, la coronela Juana Belén Gutiérrez –fundadora del legendario periódico Vésper– o Elisa Acuña, entre otras luchadoras que desde el terreno de las ideas o en campo de batalla proponían elecciones libres, justicia social, igualdad, trato digno a la mujer y a los indígenas. Nadie cuenta en las escuelas que Leonor Villegas de Magnon, de Tamaulipas, fundó la Cruz Blanca Constitucionalista después de que recibió en su casa a 150 heridos y que dejó un libro titulado La Rebelde. Ni que Elena Arizmendi organizó un servicio de socorro médico para atender a los heridos de guerra porque la Cruz Roja no atendía a los rebeldes y que impulsó en Nueva York la formación de la Liga de Mujeres de la Raza. O que la primera fotógrafa de la Revolución mexicana del sur fue Sara Castrejón Reza…

 

 

La participación de la mujer en el renacimiento cultural mexicano al triunfo de la Revolución es ya tan innegable como luminosa: Antonieta Rivas Mercado, Tina Modotti, Frida Kahlo, Nahui Olin, Lupe Marín, Nellie Campobello… y muchas más cuyo espíritu se respira hoy en las demandas de las jóvenes en las calles.

 

 

En el imaginario colectivo ¿hay presencia de estas mujeres? Acercarlas a los contenidos educativos y culturales con una nueva perspectiva no solo sería justo sino necesario si es que deseamos erradicar la violencia de género en todos los frentes porque, en pleno siglo XXI, nos lastima a todas y a todos.

 

FOTO: Tomada del libro Los rostros de la rebeldía, veteranas de la Revolución mexicana 1910-1939, de Martha Eva Rocha Islas. / Retrato de Leonor Villegas de Magnon (sentada), fundadora de la Cruz Blanca Constitucionalista en 1913.

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