Cervantino sin Cervantino
/
/
POR IVÁN MARTÍNEZ
Sucedió lo temido, llegamos al Festival Cervantino sin Festival Cervantino: no culpen a la pandemia. En la agenda anual está octubre como cita obligada, y de hace unos años, ese encuentro en la ciudad de Guanajuato venía siendo cada vez más decepcionante.
Si el pasado sexenio fue uno marcado por la insuficiencia presupuestaria, al menos hubo ciertas ideas de programación que salvaban su importancia. En este año desdichado, el desinterés del actual gobierno que comenzó a apreciarse en 2019, lo dejó en total irrelevancia al encontrarse con las crisis financiera y sanitaria, pero, sobre todo, con la falta de pericia para atender la de programación. Ni siquiera podemos decir que las hayan administrado, les explotaron sin saber qué hacer con ellas.
Pasa que el inicio de la cuarentena hubo un ejemplo que dejó la vara alta: el festival de ciencia y arte, El Aleph, de la UNAM, se reconvirtió en cuestión de días para ofrecer la discusión y las herramientas para lo que iba a ser el resto del año, sin menoscabo de su oferta artística de estrenos escénicos y musicales. Hemos transitado siete meses de encierro, en que los encargados del festival tuvieron para acomodarse a la nueva modalidad y lo que terminamos viendo fue un desaseo improvisado e indigno hasta de la más humilde de las casas de cultura municipales, que por increíble que parezca, han tenido mejores herramientas para llevar a cabo las transmisiones de sus ofertas.
Fuera la penosa cartelera armada al vapor con lo que hubiera a la mano, la falta de pericia para tener tecnología mínima que permitiera ver esa cartelera, o detalles banales como la ineficacia de sus páginas web y plataformas, no hubo un área que se salvara. Ya se registró en las páginas de El Universal: el desinterés fue tal que ni siquiera apareció un funcionario para inaugurarlo. Como si a ellos mismos les hubiera estorbado, dejando en la intrascendencia total a una de sus instituciones más importantes. A dos semanas de su desarrollo, pareciera incluso que no sucedió: no hay registros, no hay nuevos anuncios, no hay nada.
Me dio gusto que se anunciara y que se planteara la oferta digital. Había posibilidad, como con otros encuentros y como desde otras latitudes se venía haciendo desde marzo. Pensé que podía haber oferta y generarse alguna discusión, que mostrara cómo las artes van sobreviviendo y cómo lo podían seguir haciendo. Tras conocer su programación e ir viendo su desarrollo, no me extrañó que no se hablara de él y cuando se hacía, que no fuera más que para anotar sus errores: repito, los hubo en todas sus áreas y cuando no lo fueron, sucedió gracias a otros.
Menciono cuatro eventos que lo pintan: dos fueron buenos, dos fueron malos. Evito los peores.
La Orquesta Filarmónica del Desierto “representando” a Coahuila como estado invitado no pudo sentirse más pobre. Aunque fuera un festival online, esperaba mayores pretensiones en la presentación “internacional” de una las orquestas más jóvenes del panorama mexicano. El escaparate fue desaprovechado presentando una obra menor, como es la Suite mexicana de Eduardo Angulo. ¡Al menos hubieran puesto enjundia, sonido, energía, que mostrara esa juventud! Si bien luego presentaron el Díptico Sinfónico Maximiliano y Carlota de Arturo Rodríguez, una obra más interesante que la acuarela de arreglitos que supone la primera, ésta también fue tocada con problemas mayores de distinto tipo, sobre todo de afinación, y, siendo ésta una obra rica en expresiones, de musicalidad.
El horario estelar del día inaugural se reservó para La Bruja de Texcoco, el alter ego de Octavio Mendoza, personaje que ofrece música folklórica desde una identidad transfemenina (no hay que “entenderla” para disfrutarla, pero si alguien lo desea, el cortometraje documental homónimo de Cecilia Villaverde está disponible en filminlatino); espectáculo auténtico del que más que la música se registraron dos de los yerros más graves: principalmente la doble moral de programación, al presentarlo como su atractivo principal para el día 1, pero luego “alertando” a su audiencia, otorgándole una clasificación B.
No dejo de pensar en cómo se hubiera promovido y llevado a cabo si hubiera sido presencial, digamos en el escenario de la Alhóndiga de Granaditas… ¿no hubieran dejado entrar niños? Peor: ¿no lo la hubieran entonces programado? Quizá las graves y constantes fallas de conectividad, de audio y de video que fueron registradas por otros usuarios en redes sociales me prohibieron ver algo, algún desnudo quizá, escuchar alguna arenga violenta, pero sigo sin entender qué parte del espectáculo no era “apta”. ¿De esto tampoco estaban convencidos en la Secretaría de Cultura, como para proponerlo y luego esconder la mano? ¿No estaban orgullosos de su propia propuesta? Hasta parece que pintan a la 4T.
El éxito de dos incisos del periplo, como dije antes, no radica en las habilidades del propio festival, sino de dos entidades invitadas: la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato presentó la Quinta sinfonía de Beethoven. Creí que la orquesta se iba a juntar y transmitir desde el Teatro Juárez y en cambio, presentaron la sinfonía completa en uno de esos videos ahora clásicos, “de cuadritos”. De lo más difícil y avanzado, artística, técnica y tecnológicamente, que he escuchado. Me parece incluso que sólo en otros dos ejemplos se había alcanzado ese nivel de perfección: el Huapango, de la Sinfónica Nacional, y el Danzón no. 2, de Alondra De la Parra, dos tareas evidentemente más sencillas.
El otro fue la ópera radiofónica Don Perlimplín, del también homenajeado este 2020 Bruno Maderna: a cargo del ensamble del Centro de Experimentación y Producción de Música Contemporánea, con la dirección musical de José Luis Castillo, ese actorazo que es José Carlos Rodríguez en el rol titular, otras actrices de la Compañía Nacional de Teatro, y la excelente Julieta Beas cantando el rol de Belisa. Extraordinario trabajo del que no quedó más registro: tanto les apenó todo que nada quedó disponible. ¿Por?
FOTO: Imagen del Teatro Juárez, de la ciudad de Guanajuato. /Carlos Alvar/ Festival Internacional Cervantino.
« Bitácora de mi pandemia Sofia Coppola y la paternidad feroz »