Música clásica: un año de estrenos
/
La visita de talentosos intérpretes y el estreno de obras como Réquiem de Tlatelolco y Luciérnaga son algunas de las novedades más contundentes de este año
/
POR IVÁN MARTÍNEZ
Música de cámara
Con seguridad, la más memorable de las sesiones de música de cámara que se escucharon en el 2018 fue la visita del JACK quartet a la Sala Miguel Covarrubias de la UNAM, dentro del festival Vértice. Fueron breves, su concierto apenas llegó a los 60 minutos, pero en ellos mostraron unidad de sonido, músculo y una elocuencia abrumadora. El inciso más prominente de su programa: la fluidez discursiva con que tocaron el Segundo cuarteto de Ligeti. No tan seguro de la otra decisión, mencionaré dos grupos con el peor resultado camerístico: el cuarteto Janacek, que en Bellas Artes evidenció más que poco trabajo de ensamble un descuido ya avejentado en sus ejecuciones, y el quinteto de alientos de la Filarmónica de la Ciudad de México que junto al pianista Orion Weiss mostraron interés para acudir al Sexteto de Poulenc en uno de sus preconciertos, pero en direcciones estéticas tan diferentes que parecían tocar obras distintas.
Música/Escena
El que termina fue el año del centenario de Bernstein y si insistí en que su mayor contribución fue debilitar la línea que separa la ópera del teatro musical y otras formas, para este resumen la borraré por completo. Las actuaciones más contundentes y el canto más célebre por su colocación técnica y musical que escuché en las diferentes puestas que atendí fueron las de Andrés Elvira, como Enjolras en la ópera pop Les Miserables, y de Aitza Terán, como Cathy en el musical The Last Five Years; mientras que en su conjunto, el espectáculo más poderoso fue el oratorio dramático Juana de Arco de Honegger encomendado a Claudio Valdés Kuri para la OFUNAM, que en esa ocasión dirigió magistralmente Sylvain Gasançon.
La mayor decepción fue presenciar La gran familia, un musical firmado por Alberto Lomnitz para la Compañía Nacional de Teatro: su fracaso desnuda no sólo la falta de oficio para configurar un libreto, la falta de sensibilidad para crear una partitura escénica y la falta de pericia para dirigir una ejecución multidisciplinaria, sino principalmente el desdén hacia este género. Fue un desastre total que comienza con no reconocer que se trata de una especialidad que genera expectativas diferentes y requiere igual desempeño en todas sus habilidades.
Orquestas
Lo más destacado en la escena orquestal de la Ciudad quizá haya sido la temporada de la Sinfónica de Minería; sobre todo por su ciclo dedicado a las nueve sinfonías de Beethoven que mostraron a su director, Carlos Miguel Prieto, más maduro y al mando de su lectura. Especialmente como programa independiente: aquel en el que tuvieron como solista a Vadim Gluzman (Paráfrasis de Aura de Lavista-Primero para violín de Shostakovich-Séptima de Beethoven). Lo peor, consecutivamente y en general, sigue siendo la presencia aciaga de Massimo Quarta como titular de la OFUNAM; particularmente queda registrada la catástrofe del programa dedicado a Copland y Bernstein a principios de año, ruin como acompañante de un espléndido solista e incapaz de escuchar-dirigir un patrón rítmico americano simple, le hace un daño permanente al conjunto, quienes ya tardan en responder con directores más espabilados.
Solistas
Especialmente la Sinfónica Nacional y la orquesta de Minería tuvieron actuaciones eminentes de sus solistas. Y quizá este apartado haya sido el más difícil al tomar una decisión personal sobre lo más destacado: recuerdo especialmente el Concierto para viola de Jennifer Higdon con Roberto Díaz en Bellas Artes y el Primero para violín de Prokofiev con Shari Mason en la Sala Nezahualcóyotl; ella además brindó cierto lujo en dos dobles conciertos barrocos al frente de ambas agrupaciones. Pero creo que la experiencia más superior fue precisamente escucharles juntos la Sinfonía Concertante para violín y viola de Mozart dentro del Festival Mozart-Haydn: brillantes en color, convincentes en su planteamiento y jubilosos en su expresión musical.
Contundentemente significativa y memorable fue otra experiencia, la de escuchar en el Cervantino, al frente de la Sinfónica de la Universidad de Guanajuato, al flautista Mario Caroli tocar la pieza Sull’essere angeli, de Francesco Filidei. ¡Qué conjunción tan a la par de tan mala música tan mal tocada!
Los estrenos del año
Íntimo y profundo, no sólo por su contundencia técnica sino por la relevancia moral de su mensaje musical y religioso, el estreno que más hondo cala en el espíritu y la cultura nacionales, es el del Réquiem de Tlatelolco de Mario Lavista, comisionado por la OFUNAM. Mientras el más irrelevante incluso para su propia trayectoria, poco original y pretencioso en su efectismo, comisionado también por la orquesta universitaria, resultó el del concierto para clarinete Ascenso al Celeste de Georgina Derbez; compositora de la que, cabe hoy la aclaración, seguiré escuchando sus estrenos siempre que resulten pertinentes, como cuando se trata de comisiones tan relevantes como ésta de la Universidad, aun cuando ella sugiera “tomar acciones legales” para que no lo haga.
Menciones: Augustin Hadelich y sus 24 Caprichos de Paganini (el violinista vino en dos ocasiones, pero su verdadero legado es la grabación con la que removió la cultura musical al dotar a este corpus de significado verdaderamente artístico); la Filarmónica de Viena en Bellas Artes (que una de las tres mejores orquestas del mundo visite México impacta todo el quehacer cultural, aunque no hayan sido sus conciertos más memorables); Las Bodas de Fígaro en la representación encomendada a Mauricio García Lozano (ésta fue la producción mejor lograda de la Ópera de Bellas Artes); la excelencia de los Niños y Jóvenes Cantores de la Facultad de Música de la UNAM (coro que dirige la maestra Patricia Morales, de ellos dependió mucho el éxito de la Juana de Arco de Honegger y el Réquiem de Lavista); los estrenos de las óperas Luciérnaga de Gabriela Ortiz y Harriet de Hilda Paredes en la UNAM; los aniversarios emblemáticos de Tambuco (25) y el Cuarteto White (20).
FOTO: Aspecto de la Sala Nezahualcóyotl durante el estreno de Réquiem de Tlatelolco, de Mario Lavista. / Cortesía Cultura UNAM
« Teatro: los clásicos se imponen al cliché Arte contemporáneo: lo destacado y lo fallido »