Dos actos de justicia para los organistas
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La aparición de los discos Cantos místicos, de Paulino Paredes, y Zapateado mexicano, de Ramón Noble, es una invaluable oportunidad para la difusión del repertorio dedicado al órgano, un instrumento relegado en el escenario musical mexicano
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POR IVÁN MARTÍNEZ
La figura de Víctor Manuel Morales es un tanto rara en el medio musical mexicano. Como organistas, sus colegas suelen estar alejados del medio; salir del encierro de su mundo que suele estar en las iglesias donde se encuentran sus instrumentos, sólo se da cuando las orquestas programan alguna obra para la que son requeridos dentro del aparato sinfónico, y casi nunca es con protagonismo. Morales en cambio, como decía aquí cuando reseñé su disco Colores (con música de compositores vivos donde destacan los mexicanos Ibarra y Coral), es una rara avis que suele colaborar continuamente con otros músicos, que se ha dedicado a registrar su trabajo y sobre todo a estudiar y promover, en sentido amplio musicológico y no sólo interpretativo, la literatura de su instrumento.
En los dos años que han pasado desde Colores ha ejecutado dos actos de justicia que vieron su luz casi conjuntamente en los últimos doce meses: su rescate de la obra completa para órgano de Paulino Paredes y una apetecible selección de la de Ramón Noble.
Alumno de Miguel Bernal Jiménez, que ya es una figura menospreciada por la historia musical patria por su identificación con lo eclesiástico, la de Paredes (1913-1957), su discípulo, es aun más desconocida; murió joven, su mundo fueron las escuelas de música sacra (sólo alguna vez la Sinfónica Nacional le estrenó una obra orquestal, que cuentan se transmitió por radio “para que él pudiera escucharla” y murió a los tres días), y al parecer no era muy celoso de su trabajo así que su obra se ha ido rescatando desde diferentes fuentes a quienes el compositor michoacano prestaba su música manuscrita, sin dejar suficiente registro de ella que ayudara a musicólogos del futuro.
La epopeya de Morales envuelve todas las vertientes necesarias para recuperar el tesoro: la encontró y organizó, se puso a estudiarla, la analizó lo suficiente, y como resultado la ha grabado toda en el álbum Cantos místicos (Urtext, 2017) y además ha legado una edición crítica que puede encontrarse en Ediciones Mexicanas de Música, la heroica y única editorial musical de nuestro país.
Elogiar el disco no sería suficiente aunque vale por sí solo. Descubrirá el lector ahí a un compositor obsesionado con la forma. Los incisos de naturaleza eclesiástica, que como ha dicho el pianista Rodolfo Ritter debería modernizar la liturgia (si por alguna razón han asistido recientemente a un servicio religioso, coincidirán en que el peor reggaetón es más exquisito y sublime que lo que ahí se escucha), son de una belleza abstracta que debería colocarlos en el estándar como música de concierto. Y es curioso porque a su lado, los incisos “seculares” pertenecen a un mismo lenguaje muy propio e identificable, pero con un olor (me atrevo a sugerir, francés) que los separa inmediatamente; como si se tratara de una personalidad doble incapaz de penetrar una sobra la otra.
Trataré de ejemplificar la importancia de la edición crítica: no sólo se trata de haber recuperado manuscritos y pasarlos en limpio, ni de unificar criterios simples de redacción musical. Es colocar ahí digitaciones que simplifiquen la tarea a otros organistas, analizar la obra toda y colocar indicaciones de fraseo que concuerden con el estilo del compositor, sugerir mejor disposición de los teclados, hacer observaciones armónicas que faciliten la interpretación; o un ejemplo particular: cada órgano es un instrumento diferente, con sus propias características, y en este caso, cada pieza se escribió “pensada” para un instrumento específico; pues Morales ha estandarizado esa escritura para que cualquier organista, sin tener qué adecuarla, la pueda leer fácilmente en cualquier instrumento. Es decir: les ha hecho la vida fácil, no hay pretexto para no tocarlas habiendo sido eliminadas las ambivalencias.
Nota al pie: este es el tipo de proyectos que deben seguirse apoyando y que los críticos del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes deberían voltear a ver antes de sugerir que todos sus becarios son turistas culturales. Ninguna institución por sí sola había hecho algo por la música de Paredes, ningún investigador del Cenidim lo iba a hacer porque no hay ahí intérpretes (algunos ni leen música); es el trabajo individual de un instrumentista íntegro y apasionado apoyado por una convocatoria rigurosa con resultado palpable y fundamental para la historia de la música patria.
Compositor también ligado a la música sacra, su carrera como preparador de coros fuera de la iglesia y su obra de diferentes tintes –también más “mexicana” en su contenido que la de Paredes– quizá le hagan a Ramón Noble (1920-1999) merecer un lugar más conocido en el inconsciente del público. Entre organistas se le considera el más importante creador mexicano para este instrumento. Y de entrada, el título del álbum, Zapateado mexicano (Urtext, 2018), al lado de Cantos místicos, le diga al lector mucho de la diferencia de ambos proyectos.
Se trata de una selección bien disfrutable y variada del portentoso legado de Noble, quien también fue discípulo de Bernal Jiménez, y que incluye obra tanto de inspiración colonial como eclesiástica como nacionalista (ahí está el elocuente arreglo de La bamba que abre el disco). Algunas de las cualidades extras del proyecto son la participación de un organista invitado, el maestro Rafael Cárdenas, pero sobre todo que muchas de las piezas, aunque conocidas y/o establecidas en el repertorio estándar, encuentran aquí su primera grabación mundial.
FOTO: Portadas de los discos Cantos místicos y Zapateado mexicano. / Especiales
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