Osorio y Shaham, nueva melodía
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El papel de las orquestas de las Américas y de Fundación Azteca resultaron en expresiones opuestas, que fueron de la sensualidad a las cuestionables interpretaciones
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POR IVÁN MARTÍNEZ
Para su reunión anual de este verano, la Orquesta de las Américas eligió México como su sede tanto preparatoria como para su gira de conciertos. Hacía diez años que la iniciativa que este año reunió a jóvenes de 25 países del continente para hacer prácticas orquestales, no se presentaba en México.
Este año además, los albergó como patrocinador la organización de orquestas de la Fundación Azteca, organización que brindará asesoramiento al gobierno de México para suplir las funciones que por décadas ha realizado el Sistema Nacional de Fomento Musical, una iniciativa cubierta más por un manto de sospechosismo, conflictos de interés y falso altruismo, que por un interés verdadero en el desarrollo musical de nuestros jóvenes.
Quién sabe cuáles serían los intereses de por medio, pero a la par de la presencia de nombres como los de Jorge Federico Osorio y Gil Shaham, los solistas para los conciertos en la Ciudad de México, o el de Gabriela Ortiz, compositora residente de la edición 2019, el de las orquestas de la televisora estuvo ahí, ocupando más “prestigio” que aportando a los participantes.
Pero por ahora lo que importa es la música. Escuché parte de ambos conciertos, el del martes 16 de julio en la Sala Nezahualcóyotl y el del jueves 18 de julio en el Palacio de Bellas Artes, dirigidos por el director principal de esta organización, Carlos Miguel Prieto.
El primero fue dedicado a Manuel de Falla con dos convidados, pues se inició con el Hominum (2016) de Gabriela Ortiz. Obra en cuatro movimientos, o mejor dicho secciones, muy rítmica y con una presencia importante de la percusión, la compositora ha explicado en diferentes notas de programa que este “concierto para orquesta” fue escrito reflexionando sobre la condición humana; así lo parece, sus secciones instintivas y temperamentales, bien entrelazadas con aquellas evocativas, parecen un compendio filosófico de las vicisitudes de nuestra existencia. En ese sentido, y quizá alejada de otras obras recientes donde la inspiración viene de otras fuentes, parece la obra más personal y ambiciosa de esta etapa de su compositora. Una obra total.
Prieto la conoce bien, dirigió su estreno y la ha estado ejecutando con diversas orquestas tanto de Estados Unidos como europeas en estos años, formalmente ha sido claro en intenciones pero, quizá como al resto del programa, ha faltado mayor viveza a sus emociones.
Esa noche continuó con las Noches en los jardines de España, de Falla, con la actuación de Jorge Federico Osorio supliendo a la solista original (Ingrid Fliter; dichosa fortuna la de su cancelación). Ésta es una de las obras que desde la primera vez que se la escuché, más he disfrutado en las manos de Osorio: con sensualidad y delicadeza, aun con frescura cautivadora, como si escucháramos por primera vez los colores que ya le conocemos. Tras la fantasía, todavía regaló una versión realmente mágica de la Segunda de las Danzas españolas de Enrique Granados, la “Oriental”.
Fue con Granados con quien tras el intermedio siguió el programa orquestal: el Intermezzo de su ópera Goyescas, que sin haber sonado nada mal, tampoco es que hubiera aportado algo a un programa que, con encores folclóricos incluidos, se llevó casi las tres horas.
La obra central de la segunda parte fue El sombrero de tres picos, también de Falla. No con el mayor refinamiento pero sí con energía suficiente y algunos pasajes que individualmente avizoran a los instrumentistas más despiertos de la joven orquesta, Prieto se mantuvo enfocado en ésta, también una obra bien asimilada en su repertorio. El prietito: la cantante que acompañó a la orquesta, Alejandra Gómez Ordaz, de proyección pobre y afinación calada.
El jueves y a manera de obertura, Prieto dirigió el estreno mundial de Tres cuartos de cien, del compositor mexicano Cristóbal MarYán (1992), una pieza comisionada para esta ocasión por la Secretaría de Relaciones Exteriores para conmemorar los 75 años de relaciones diplomáticas México-Canadá. Muy clara en su construcción de tres secciones en las que sobresalen temas e instrumentaciones muy definidas, no muy profunda en su contenido pero suficientemente simpática y sobre todo efectiva.
Vino entonces lo más esperado de la gira: la participación como solista del violinista Gil Shaham tocando el Concierto de Beethoven. Una versión virtuosa, para mi gusto un tanto rápida en los tempos elegidos, sobre todo para el segundo movimiento, pero más importante, espontánea. Libre, rítmicamente. Y sorpresiva: para el tercer movimiento, el violinista metió un “injerto” propio de unos veinte compases, una especie de cadencia acompañada por timbales que, tan personal y elocuente con su propia versión, no funcionaría con otro solista; una travesura que provocó no pocas sonrisas de aceptación en el público.
Tras la magnética experiencia, se sumarían a la orquesta medio centenar de instrumentistas de las orquestas Azteca más un coro de la misma fundación para cantar una pieza de María Granillo. Yo abandoné el recinto: hay ocasiones en que la prudencia para con el oído propio debe ser más fuerte que el morbo.
CRÉDITO: El violinista Gil Shaham (al centro), acompañado de la concertino de la Orquesta de las Américas, Aubree Oliverson. / INBA
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