Nadav Lapid y la precocidad poética

Feb 6 • Miradas, Pantallas • 3611 Views • No hay comentarios en Nadav Lapid y la precocidad poética

POR JORGE AYALA BLANCO

 

En La maestra de kínder (Haganenet/L’institutrice/The Kindergarten Teacher, Israel-Francia, 2014), revelador segundo filme como autor completo del filósofo israelita con parisinos estudios literarios de 39 años Nadav Lapid (primer largo: El policía 11, tras su mediometraje La novia de Emile 06 y los cortos Carretera 05 y Proyecto frontera 04), la equilibrada profesora de párvulos con la vida tan hecha cuan decepcionante Nira (Sarit Larry de figura flaca huesuda con asombroso aplomo) ha hecho al azar de la convivencia diaria el descubrimiento de un encantador niño rubito de misteriosos cinco años Yoav Pollak (Avi Shnaldman realmente extraordinario) con enorme talento para sacar en apariencia de la nada, apenas caminando un poco y balanceándose en trance (“Tengo un poema”), maduros versos amorosos (“Hagar es suficientemente bella/ Lo suficiente bella para mí/ Lluvia de oro cae sobre su casa/ Es realmente el sol de Dios”) o comparables con los clásicos, cual insólita capacidad admirada incluso por el pasmado profe de poesía del kínder (Jil Ben David) y sin lugar posible en el mundo actual, un menospreciado genio innato que sólo sirve para ser saqueado vilmente por la afroniñera Miri aún audicionando para actriz (Ester Rada), o ser exterminado por Amnon el conyugalmente abandonado rabioso padre restaurantero del pequeño (Yehezkel Lazarov), hasta que la buena maestra se deje exaltar por la creatividad poética que atiza la suya propia y contagiar por un inédito gusto de la libertad imaginativa total, encendiéndose eróticamente al lado del arrinconado tío poeta-periodista del niño Aharon (Dan Toren), erigiéndose en absurda protectora de ese brote de talento infantil a punto de ser barrido inclusive por los mismísimos poetas de la ciudad, poniendo en riesgo y dilapidando la tranquila vida insatisfactoria que llevaba con su sensato marido ingeniero burócrata (Lior Raz), para acabar secuestrando al infante, supuestamente para liberarlo de yugos e incomprensiones futuras a su precocidad poética.

 

La precocidad poética gira dramáticamente en exclusiva sobre la amenazada y a fin de cuentas arrasadora fascinación, netamente envidiosa y claramente metafísica, ontológica y política, que ejerce el chavito superdotado sobre la obsesiva mayor, esa profa en apariencia bienintencionada que de pronto lo quiere estudiar, lo invade, lo reifica e interpela de manera compulsiva, intentando en vano hurgar dentro de su rostro angelical-luciferino impenetrable, impelida psicológicamente por la vacante maternidad que le deja el crecimiento aberrante de los vástagos propios (ese bailador hijo adolescente cooptado por las jerarquías militares), pero impulsada ante todo por su asomo a la fragilidad intocable y a la ternura, como el sentimiento más fuerte imaginable, decidida a protegerla, y así protegerse, de quién sea, cuándo sea y al precio personal que sea.

 

La precocidad poética exhibe una inmensa potencia de impacto imaginativo y pulsional, puesto que la narración fílmica, luego de haberse planteado objetiva, dura e imparcial en un principio, quizá hasta un poco insensible, parece ir imitando paulatinamente el comportamiento del pequeño en cuestión, por su enigmática sensibilidad huidiza e impenetrable más que esquiva e indesentrañable, tornándose la película de súbito indirecta y superelíptica, heterodoxa por irremediable, aunque destacando en uno y otro regímenes la formidable heterogeneidad de emociones y formas laxas, con una complejidad de esas que el espectador registra como algo natural y simple, que ni se nota, aunque incluya algún flashback desplazado, la subjetiva de un columpio en movimiento, el juego a gritos destemplados de Yoav con su amiguito Así (Guy Oren) para rendir cuentas de un racismo-belicismo larvado (“Que los amarillos ardan en llamas/ Nuestras bombas los destrozarán”), el ritual de las siestas parvularias en colchonetas con musiquita adormecedora que permiten a la profa despertar a Yoav para motivar su inspiración lírica mediante diversas visiones de la lluvia o conceptos excitantes (maldad/violencia/dolor), ese conato de cogida libertaria en un semivacío depto pinche, esos correteos de los niños en planos sinuosos que siempre terminan parloteando en big close-up hacia el espacio del espectador cual confesión carota a carota, o esa hipercrítica reunión satírico-marásmica de poetas cafeteros con obesa recitadora histérica para culminar en humillante marasmo.

 

Y la precocidad poética redondea su original e intensa fábula intonsa como una suerte de ensayo sobre la poesía en sí, no el aprendizaje de la poesía como alimento vital o supremo autodescubrimiento indoloro (al modo de aquella Poesía del sudcoreano Lee Chang-Dong 10), sino la poesía como subversión inefable e innombrable (luego de que la subversión nombrable y activista llamada protesta de los ocupa israelitas hubiera sido abordada por Lapid en El policía), la poesía como un don caído del cielo para conducir al purgatorio íntimo a quienes la circundan y al infierno interior a su mejor testigo feraz (se representa el martirio bíblico de Judas Macabeo y se citan a Nathan Alterman, Meir Wiseltier, Eytan Nahmias Colass y Chaim Nachman Bialik, por lo demás mundialmente desconocidos aquí), la poesía que demuestra y exorciza la banalidad absoluta de nuestras existencias vacías (“La poesía debe levantarse y hablar/ Debe apoyarse sobre una lavadora averiada/ y hablar el lenguaje del calcetín que la averió/ La poesía debe bailar y chillar el lenguaje del ratón/ que vive bajo el escenario”), la poesía desde su inviabilidad cotidiana y social, la poesía de la escandalosa posibilidad de contacto con lo Otro y la imposibilidad práctica, la poesía como fuerza de la palabra e intensidad del aire (“¿Te confunden las palabras?”) y ese terrible final anticlimático de la maestra en la ducha mereciendo ser delatada telefónicamente por el mismísimo sobrerresguardado infante investido de la rebelión ultraconsciente.

 

*FOTO: La maestra de kínder, protagonizada por Sarit Larry y Avi Shnaidman, se exhibe en la cartelera comercial de la Ciudad de México/Especial.

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