Naomi y su pueblo devastado por el sismo
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Aunque la atención mediática sobre el terremoto del pasado 19 de septiembre se ha concentrado en los barrios céntricos de la Ciudad de México, en la periferia de la capital y en pequeñas poblaciones de Morelos, Estado de México y Puebla, las afectaciones han sido severas y la ayuda ha tardado en llegar. Esta es la crónica sobre Naomi, una niña de San Gregorio Atlapulco, Xochimilco, y del pesar de su familia
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POR DANIEL CISNEROS
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Para la familia de Naomi por brindarme su confianza y para todos los afectados del sismo –y gente que les ha ayudado- por sus lecciones de gallardía, solidaridad, hospitalidad, humildad. Ánimo.
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Pedro había ido a recoger a sus tres hijos a la primaria de su pueblo: San Gregorio Atlapulco, delegación Xochimilco. De regreso debía pasar al mercado a comprar algunas cosas. Pero como en la explanada que está detrás de la iglesia se ponen varios puestos, los menores le pidieron esperarlo con las mochilas en uno de ellos en que se venden libros.
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—A la niña me la llevo porque ustedes no la van a cuidar—, dijo a los varones y echó a andar con su hija más pequeña: Naomi, de 5 años 11 meses de edad.
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Eran las 13:14 horas del martes 19 de septiembre y, apenas habían avanzado unos metros cuando, inesperadamente, comenzó un fuerte sismo de 7.1 grados. Todo se movía a su alrededor y las construcciones tronaban. De pronto, el arco de una de las entradas de la iglesia se les vino encima. A Naomi un enorme bloque de piedra le cubrió, en su totalidad, de la mitad de las piernas para arriba. Murió al instante.
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Aunque Pedro fue aplastado en un pie (que luego le sería amputado) y cayó al suelo, gritó desesperado:
—Ayúdenme, mi niña se me murió.
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Muchos se acercaron a auxiliarlos. Pero no sólo a ellos, sino a otras personas a las que se les habían caído las bardas de la iglesia. Pedro le pidió a uno de sus sobrinos que se aproximó que fuera a ver si estaban bien sus otros dos hijos y los llevara con la abuela. Afortunadamente no sufrieron lesiones.
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Cuando paró el sismo y observó a través de la ventana la polvareda que dejó la caída de las construcciones en el centro del pueblo, Ivonne (mamá de Naomi) salió a buscar a sus familiares. Al pasar por la plaza vio a su esposo lesionado siendo trasladado en una mesa:
—Gorda, mi hija está muerta —le gritó Pedro a lo lejos.
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Ivonne corrió hacia el punto que le indicó su esposo. Al llegar lo primero que advirtió fue las piernas de Naomi, quien portaba pantalón deportivo y tenis. Era lo único que podía ver. La gente le ayudó a quitarle la piedra a su hija y, entonces, se encontró con su imagen desfigurada.
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—Ayúdenme a levantarla —suplicó Ivonne.
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—Es que no podemos, las autoridades deben recogerla —le explicaron.
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Un policía que llegó le dijo:
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—Sólo deme sus datos y si quiere levántela, madre, porque no hay ambulancias. La ciudad se colapsó, en las carreteras no hay accesos. Cualquier cosa le mandamos al Ministerio Público para lo que se deba hacer.
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Después de brindar sus datos, con una sábana Ivonne envolvió a su hija, la cargó y se la llevó. Transcurridas algunas horas, el Instituto de Ciencias Forenses se dirigió a su casa a recoger a Naomi para realizar los trámites correspondientes. Y, a la 1 de la madrugada del miércoles, la entregaron para llevarla al servicio funerario.
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Son las 22:30 horas del miércoles 20 de septiembre en San Gregorio Atlapulco. El cielo está nublado y cae una llovizna constante. No hay luz, ni agua, ni internet. Recorro el pueblo alumbrado con una lámpara, escasos puntos donde existen focos encendidos porque tienen plantas de energía y, además, con las luces de los carros, camionetas o motos de ciudadanos que traen víveres.
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En los centros de acopio (como el de la explana principal donde hay largas filas) a los habitantes afectados por el sismo les obsequian despensas, cobijas, medicamentos. Y a pie, en autos, casas o bajo lonas varios gritan ofreciendo regalar alimentos preparados. Hay quienes se calientan alrededor de fogatas. Unos más se quedan a descansar en albergues o viviendas de otros pobladores.
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Se ven miembros de la Marina, Ejército, Policía Federal, Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México, Cruz Roja Mexicana. Pero, principalmente, se aprecian múltiples grupos de brigadistas y voluntarios civiles de distintas zonas del país, quienes contribuyen como pueden. Incluso con consultorios médicos que habilitaron, o yendo con cascos, palas, picos, mazos y lámparas encendidas listos para remover escombros e intentar realizar rescates.
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Pese a tanta gente auxiliando en estos momentos, los pobladores refieren que las autoridades no los atendieron desde ayer y que hacían falta voluntarios. La ayuda llegó masivamente hasta hoy gracias a que, en las redes sociales y a través de algunos medios de comunicación, la solicitaron.
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En pocas horas, con la luz del día, podremos observar la destrucción a detalle que convirtió a San Gregorio en el pueblo más afectado de Xochimilco.
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A las 24:40 horas de la madrugada del jueves 21 de septiembre llego a casa de Naomi. La están velando. Su hermano de 10 años llora en silencio viendo una foto de ella que colocaron sobre el féretro blanco, alrededor del cual hay juguetes, flores, veladoras, imágenes de santos. Los presentes toman café y comen pan.
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La madre de Naomi se llama Ivonne Rodríguez Chávez y su padre Pedro Martínez González; se dedican al hogar y al campo, respectivamente. Sus cuatro hermanos son una mujer de 14 años, y los varones de 8, 10 y 12. Naomi era muy sociable y alegre. Cursaba primero de primaria y quería ser maestra; o doctora para, decía, “curar a mi abuelita, papás y hermanos cuando se enfermen”.
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Su pasión eran las bolsas que solía llenar de variadas cosas, así como jugar con sus muñecas. Su peluche preferido era un perro. También le gustaba dibujar árboles, el mar, el Sol, animales. Y, además, disfrutaba ver la serie infantil animada Peppa Pig.
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Los mayores daños a San Gregorio fueron en el centro, que es donde está más hundido. Habitantes me explican que el hundimiento y graves afectaciones durante el sismo quizá se deban a la excesiva extracción de agua de sus pozos para suministrar a otras zonas de la Ciudad de México. Aunque, paradójicamente, a barrios del mismo pueblo las autoridades sólo una vez a la semana les bombean agua.
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Son las 8 horas del jueves 21 de septiembre.
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Al caminar por San Gregorio veo bardas caídas, ladeadas, cuarteadas. También observo casas, postes de luz, transformadores y árboles desplomados, igual que banquetas y asfalto agrietado o levantado. Además hay viviendas, locales comerciales y escuelas acordonadas ante el peligro de desprendimientos o derrumbe. Inclusive existen construcciones sostenidas con polines.
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A diferencia de anoche, no se advierte tanto voluntario o personas trayendo víveres. Sin embargo ya se ve gente formada en los centros de acopio recibiendo despensas, yendo hacia sus trabajos, acompañando a quienes van a enterrar a sus muertos, acudiendo a los sitios destruidos, limpiando sus casas o negocios, atendiéndose malestares de salud, visitando a sus familiares, ofreciendo su ayuda, regalando desayunos, dejando cargar baterías de celulares en plantas de energía.
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Pero en las tragedias no únicamente surge la solidaridad, sino también la maldad y el oportunismo. Esto ya que hay quienes me comentan que sujetos de otros pueblos han venido a robar, y que en ciertos negocios se han incrementado los precios.
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Al proseguir mi recorrido me topo con trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad colocando postes para restablecer el suministro eléctrico. Del mismo modo me encuentro con zonas acordonadas para evitar el paso en las que hay camiones de volteo y maquinaria pesada recogiendo escombros como, por ejemplo, donde había una tienda Neto y frente a la cual, el día del sismo, una señora que iba pasando murió de un infarto por la impresión.
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Ahora ingreso al Mercado de San Gregorio. Todo está desierto. Distingo varias grietas, tubería rota y el piso levantado. Los locatarios se hallan afuera vendiendo por el riesgo. Algunos de ellos regalan productos o, en la compra de algo, dan otra cosa gratis.
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A un motociclista le solicito su servicio para ir a la zona de las chinampas, donde suelen cultivar flores, coles, lechugas, cilantro, rábanos, verdolagas. Veo viviendas de madera, cartón, lámina. Una de las múltiples grietas en el suelo de tierra es tan grande que avanzó varios metros y llegó hasta una casa de tabique, la cual afectó tanto que tuvo que ser demolida. El dueño y su esposa están acomodando en un espacio provisional las pertenencias que lograron rescatar.
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Son las 12:25 horas del jueves 21 de septiembre y el cortejo fúnebre va saliendo de la casa de Naomi. Lo componen familiares, amigos, vecinos y compañeros de escuela de la menor fallecida que, en turnos, cargan el féretro sobre el que está una de las fotos de la niña y su uniforme escolar. Hay quienes llevan flores, imágenes religiosas, velas, globos. Mientras avanzamos, niños van regando confeti y pétalos blancos a lo largo del camino.
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Al llegar a la capilla, en la entrada el sacerdote pronuncia las palabras “Descanse en paz”. Luego de la misa de cuerpo presente, sale el cortejo fúnebre rumbo al panteón, suenan las campanas y los presentes aplauden en señal de solidaridad.
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Varias personas van llorando. Pero, sobre todo, la mamá de Naomi a quien dos mujeres llevan abrazada mientras exclama desconsolada: “Ay, ¿qué voy a hacer? Me la quitaron”, “Ay, mi niña, te quiero mucho, te me fuiste”.
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Conforme caminamos los vecinos salen de sus casas para unirse hasta formar un verdadero mar de gente que, en conjunto, va rezando:
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Dios te salve María
llena eres de gracia
El Señor es contigo
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Cuando arribamos al panteón también va ingresando otro cortejo con un fallecido por el sismo. Ya en la fosa, empiezan a descender el féretro de Naomi y varios rompen en llanto.
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Mi corazón, mi vida —dice la mamá abrazada al perro de peluche preferido de Naomi.
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—Te quiero, mi nena hermosa —dice, por su parte, la hermana.
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Después de meter a la fosa una figurilla de Juan Diego con la imagen de la Virgen de Guadalupe en el manto y bolsas con pertenencias de la menor, los presentes arrojan flores y sueltan globos. Acto seguido se llena la fosa de tierra para, finalmente, adornar la tumba con cruces y flores.
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Un tío de Naomi dice a la multitud:
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A nombre de la familia agradecemos que hayan acompañado a mi sobrina en su última morada.
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Son las 15:15 horas. Todos empiezan a marcharse para, como muchos afectados por el sismo en el país, seguir enfrentando el dolor, la devastación e intentar reconstruir su vida. Si es que, acaso, luego de la pérdida de un ser querido tal cosa puede lograrse.
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Epílogo
En San Gregorio se han rescatado 6 cadáveres y se ha manejado una cifra de 600 inmuebles dañados. Quizá por eso cuando fue Avelino Méndez, jefe delegacional de Xochimilco, los pobladores lo corrieron e insultaron reprochándole la falta de apoyo en un primer momento y de atención a damnificados.
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FOTO: Una de las víctimas que el sismo del 19 de septiembre dejó en San Gregorio Atlapulco fue Naomi, de cinco años de edad. En su entierro la acompañaron amigos y familiares. /Xinhua
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