Narcisismo y barbarie

Feb 10 • Escenarios, Miradas • 5171 Views • No hay comentarios en Narcisismo y barbarie

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La trama de Nada, adaptación de la novela de Janne Teller, resalta lo siniestro de la acción humana, es una experiencia reflexiva y crítica de la actualidad narcisista 

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POR JUAN HERNÁNDEZ

Una obra de teatro como Nada, adaptación de la novela de Janne Teller (Copenhague, 1964), pone al descubierto aquello que permanece oculto a la mirada descuidada de lo ordinario. El teatro sabe y su acontecimiento es, esencialmente, una revelación. La verdad, exhibida a través de la acción teatral en tanto praxis humana, es material y abstracta, exacerbación de la realidad y, al mismo tiempo, expresión metafísica.

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La adaptación de la novela de Teller al teatro, a cargo de Bárbara Perrín Rivemar, dirigida por Mariana Giménez, ofrece un resultado sólido en términos escénicos. La trama, los personajes, la concepción sobre el mundo contemporáneo están ahí como un espejo de agua, frente al rostro de una civilización narcisista que se ahoga en la figuración de la barbarie.

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Giménez —quien anteriormente montó La paz perpetua, de Juan Mayorga, con la Compañía Nacional de Teatro— levanta el velo que descubre asuntos esenciales sobre la condición humana. La búsqueda de sentido de la existencia, se convierte en la suma de una serie de acciones, que nos llevan a pensar en la “simbólica del mal”, de la que habla Paul Ricoeur en su obra Finitud y culpabilidad; a través de la cual piensa en una ética del mundo y se ubica al ejercicio de la voluntad del ser humano como el espacio de la expresión del mal.

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El ritmo in crescendo de la tragedia reta a la capacidad de recepción de verdad por parte del espectador. El horror se desvela en esa simbólica del mal, desplegada como un camino sin retorno, un laberinto sin salida, un destino implacable.

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El montaje se realiza en un espacio “vacío”: Una representación concreta de la nada en su acepción filosófica, es decir, como una cosa que existe en el mundo concreto, como receptáculo, en el caso del montaje, de un cúmulo de significados de los que ha sido despojado el ser humano.

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Mariana Giménez ha realizado una puesta en escena sólida, desde el punto de vista de la filosofía del teatro; es decir, ha concretado un ejercicio de la praxis del teatro como experiencia de lo humano. El teatro está ahí como verdad, existe y se coloca en un espacio del mundo material en el lugar de otra cosa; y habla y dice lo que sabe.

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El diseño espacial y de iluminación de Patricia Gutiérrez Arriaga es una pendiente; es decir, una inclinación de la perspectiva, a través de la cual se observa el mundo. La atmósfera siniestra, propuesta por el despliegue de la luz, envuelve ese punto de vista brutal sobre la civilización contemporánea; y en ella, los actores Nick Anguiuly, Lila Avilés, Pablo Marín, Andrea Riera, Lucía Uribe y Leonardo Zamudio, asumen con templanza y capacidad ilimitada de ser, la figuración de la humanidad toda.

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Si bien la obra pareciera, en primera instancia, dirigirse al público adolescente, en tanto que los personajes tienen entre 12 y 13 años de edad, así como por el uso lúdico del artefacto escénico, la puesta en escena es de una profundidad crítica atroz, producto de una forma de pensar la experiencia de la vida sin contemplaciones, ni concesiones que permitan escapar de la observación del horror.

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La trama es por demás escabrosa. Narrada con un humor afilado, necesario para resaltar la verdad de lo siniestro de la acción humana, en la búsqueda del significado de su existencia, la pieza es una experiencia pertinente, reflexiva y profundamente crítica en relación con la época actual.

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No se trata de la crítica a una generación de jóvenes, de mentes atrofiadas por el peso de la imposibilidad de opciones para desarrollarse, sino del señalamiento sensible de las características de una civilización, que es víctima de la barbarie, alimentada por el narcisismo convertido en la gran trampa en la que están estancados los tiempos que corren.

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La brutalidad de las acciones, realizadas por los personajes, en busca del significado del la vida, llena a la Nada de sentido, al mismo tiempo que vacía al ser humano de lo que le es más preciado. Los objetos amados, los colores que dan fuerza al estado anímico, la alfombra en la que se es diferente a los demás en la devoción; la imagen, símbolo de lo sagrado, arrastrada por el fango; la dignidad humana entregada en ofrenda a la brutalidad, la profanación de las sepulturas, la amputación física y la crueldad en contra de los animales son el alimento de esa pira siniestra y significativa en tanto síntoma de la época.

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La también actriz Mariana Giménez ejerce con rigor la creación teatral; trasciende el aspecto de la ficción, para arribar a la experiencia del teatro como verdad, experiencia concreta que existe en lugar de otra cosa y que, durante un espacio-tiempo determinados, es el centro de la reflexión sobre el mundo, frente a la mirada de una comunidad asombrada y pensante.

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Foto: Nada, adaptación teatral de Bárbara Perrín Rivemar de la novela de Janne Teller, dirigida por Mariana Giménez, escenografía e iluminación de Patricia Gutiérrez Arriaga, diseño de vestuario de Carlos Brown, diseño sonoro de José Miguel Delgado, asistencia de dirección de Alan Uribe Villarruel, con los actores Nick Angiuly, Lila Avilés, Pablo Marín, Andrea Riera, Lucía Uribe y Leonardo Zamudio, se presenta en el Teatro Santa Catarina de la UNAM (Jardín Santa Catarina 10, Coyoacán), jueves y viernes a las 20:00, sábados a las 19:00 y domingos a las 18 horas, hasta el 18 de febrero. / José Jorge Carreón/Cortesía Dirección de Teatro UNAM. 

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