Neblina y humo sobre Rulfo
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Libro híbrido y experimental basado en una investigación, Había mucha neblina o humo o no sé qué de Cristina Rivera Garza es una de las novedades principales en el centenario del autor de Pedro Páramo
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POR ROBERTO GARCÍA BONILLA
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“Lean, cotejen, comparen, contrasten, regresen, subrayen, anoten –si fuera de su interés– disientan […] Las páginas son todas suyas.
Cristina Rivera Garza
Las novedades editoriales en torno al primer centenario de nacimiento de Juan Rulfo (1917-1986) hasta ahora son pocas, si se toma en cuenta la estatura del escritor y la obra que ahora se celebra. Había mucha neblina o humo o no sé qué (Random House, 2016) es acaso el libro más exaltado y difundido por los medios de comunicación (fuera de México, entre otras publicaciones fue reseñado elogiosamente por Jorge Carrión en The New York Times; por Javier Rodríguez Márquez en Babelia de El País, y por Mauricio Becerra en El Tiempo de Bogotá). Además fue objeto de una imponente mercadotecnia de su editorial, y la perspicaz autopromoción de la académica, narradora y ensayista, Cristina Rivera Garza (Matamoros, 1964), multipremiada, cuya obra es valorada, dentro y fuera de México; ha construido su prestigio con obras que han superado la convención genérica (no es un caso exclusivo en nuestras letras, por supuesto) lo cual no significa, en rigor, que siempre sean experimentales.
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Uno de sus méritos, es lograr emerger la emocionalidad de sus personajes hasta el ras, no sin riesgo de caer en el sentimentalismo, y el cual también llega a funcionar como estrategia de estilo para apelar a las emociones de lectores y lectoras, desde distintas perspectivas metodológicas asentadas, en la historia, la antropología, la sociología, los estudios culturales, la crítica literaria; Rivera Garza posee una prosa rítmica y efectiva, aunque –para quien escribe ahora– por momentos es concesiva y superficial.
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El título Había mucha neblina o humo o no sé qué es una cita textual del pasaje 11 –de los 69 que conforman la novela Pedro Páramo– que narra cómo Miguel Páramo va a despedirse de Eduviges, tras haber muerto al caer de su caballo, en medio de la bruma. Habrá que agregar que la escritora, en una extensa entrevista comentó que en su investigación prefirió no acercarse a los especialistas más leídos, ni a la familia de Rulfo: evitó así, una suerte de “doxa rulfiana” (Gabriela Riveros Elizondo, Revista de la Universidad de México, mayo de 2017, p. 36).
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En el tiempo cronológico Había mucha neblina… se detiene en uno de los momentos más significativos y complejos de la vida del escritor y fotógrafo, cuyas imágenes sólo se conocieron en diversas publicaciones periódicas entre los cincuenta y sesenta, sólo antecedidas por once fotografías que aparecieron en la revista América (febrero de 1949). Aunque Rivera Garza se propuso dejarnos un Rulfo único, muy de ella, termina siendo políticamente correcta, en medio de sus “exquisitas páginas” –para decirlo con palabras de Mauricio Becerra (El Tiempo, 31 de mayo de 2017)– la radicalidad de la autora parece desvanecerse. Sin duda Rulfo como escritor fue un sabio. Y como señala Rivera Garza: “Juan Rulfo es Pedro Páramo, su legado dice, sobre todo: la realidad es extraña y está fragmentada en mil pedazos”; entonces ¿por qué concluye que lo de Rulfo es la ruina? Ella ahondó poco y de manera indirecta en un hecho, en un continente, en una enfermedad que Rulfo arrastró desde su infancia hasta sus últimos días: la depresión; ese lastre no significó, por otra parte, que haya sido un abandonado ni una víctima de nadie, de no ser –como en todos los seres humanos– por el acoso de sus propias fijaciones y obsesiones. ¿En qué disminuye a Rulfo que el Centro Mexicano de Escritores hubiese sido financiada por la CIA?
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Rulfo fue un gran fotógrafo, pero no se le resignifica, más allá de las modas terminológicas de cada época, decir que sobre todo fue un “artista visual”. Fue inagotable en su búsqueda por el saber, comprender, aprehender el mundo, desde una diletancia elemental, pura, lejos de academicismos; estuvo muy lejos de pretender ser “un artista altamente disciplinario”. Fue tan respetuoso, eso sí, del trabajo creador que nunca pronunció la palabra artista para referirse a sí mismo, al menos nunca lo dijo en alguna entrevista o declaración pública.
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La tentación de vincularse personalmente con el personaje-escritor-hombre inasible que fue Rulfo, no es reciente. Lo han hecho autores como Nuria Amat (La intimidad, 1997), Susana Pagano (Y si yo fuera Susana San Juan, 1998) y, en menor medida, Elmer Mendoza (Cóbraselo caro, 2005); los tres títulos son títulos de novelas. Existe, además, una larga lista de textos, puestas en escena, documentales, adaptaciones cinematográficas, telenovelas, poemas, óperas donde Rulfo y su obra, por separado o de manera imbricada, son motivos y temáticas para desarrollar una suerte de intertextualidad y metaficción.
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La novedad en Había mucha neblina o humo o no sé qué es la manera original en que Rivera Garza da cuenta de uno de lo más complejos temas en la historia literaria y la vida social del país: la cultura rural (tradiciones, supersticiones, formas de gobierno, lenguas: hablas originales), confrontada con la modernización del país, cuya expresión arquitectónica fue el trazo y construcción de carreteras. La novelista, estudiosa de etnografía, estudios culturales y autobiógrafa, enlaza –al mismo tiempo– el trabajo de Rulfo como empleado de la Goodrich Euzkadi –adonde llegó gracias a su tío Edmundo Phelan, hermano del esposo de su tía Rosa–; ese trabajo (1947-1952) le permitió recorrer el país como vendedor de llantas; luego vendrán los años más febriles y culminatorios, ya siendo becario en el Centro Mexicano de Escritores (1952-1954).
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Luego de la publicación de sus cuentos y días después de entregar Pedro Páramo para su publicación, ingresa –en octubre de 1954– a la Comisión del Papaloapan, proyecto sobre el que investiga Rivera Garza: deja ver, en suma, las contradicciones del régimen alemanista (1946-1952), encarnadas en un proyecto que se propuso planear, concebir y construir las obras necesarias para el desarrollo integral de la cuenca del río, y que comprendió los estados de Puebla, Veracruz y Oaxaca. Ahí, Rulfo fue asesor e investigador de campo sobre la población y sus tradiciones y llegó a decir: “Fue el trabajo que más me gustó, me encantó”.
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Es una temeridad encomiable que Rivera Garza haya querido “construir una relación lo más posible” con el escritor mientras investigaba y escribía un libro que va de la biografía fragmentaria –concentrada, sobre todo, entre principios mediados de los años cuarenta y principios de los años sesenta, poco después de su ingreso al Instituto Indigenista (1963)– a la historia regional como punto de partida, para dar cuenta de la realidad social de un país detenido entre la tradición y la modernidad; la pobreza extrema de más del 70 por ciento de la población y las fortunas de unos cuantos, con un Estado, cuyo partido empezó, de manera visible, el auge de sus negocios particulares con los empresarios, a finales de los cuarenta. Un tercer elemento en Había mucha neblina… es la ficción que se integra con las narraciones en la investigación de campo, la cual –a su vez– llega a adquirir lustre de hiperrealismo sobre todo cuando ficción, hechos biográficos, deslices autobiográficos, interpretación sociológica, y el retrato del personaje, se funden.
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El lector no familiarizado con el momento histórico, los datos precisos que se abarcan, ni con el corpus biográfico de Rulfo, podrá suponer que ciertos pasajes de ficción son parte de la biografía narrada o que algunas de las relatorías de viaje o los diarios imaginarios de la académica –mientras realizó su investigación– son monólogos o diálogos de algún informante. Rivera Garza se sirve de su oficio como escritora para economizar su propia escritura: depura desde los borradores vetustos de su blog, hasta los recuerdos de sus clases sobre los temas que aborda; de ese modo logra retener en su existencia el vínculo con el escritor y fotógrafo: “se trata de una relación a la que no dudo de calificar de sagrada: una lectora y un texto”.
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Pareciera que el afán experimental a ultranza desdibuja los objetos centrales de Rivera Garza: “El mío Rulfo mío de mí” y “el territorio de un país en vilo”; se pierde la contextualización e interrelación de la historia regional, la globalización de un país sin suficientes infraestructuras y con mutilaciones de políticas públicas y servicios (el sistema ferroviario ha sido sepultado). La neblina y el humo discursivos, paradójicamente, difuminan la singularidad de Rulfo como escritor y fotógrafo, como figura icónica de la cultura nacional, como personaje de una complejidad anímica insondable, a quien sobre todo se eleva a niveles hagiográficos o en distintos pasajes se explica con precipitación.
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Quien ahora escribe asume la primera persona: un hallazgo de este libro es la indagación alrededor de la Comisión del Papaloapan que, después de 70 años de haberse creado (febrero de 1947), nos permite observar a Rulfo entre sus contradicciones y las de un país quebrado debido a su ingreso a la modernidad sin sólidos cimientos. Esa modernidad acentúa más la pugna entre el México rural y el México urbano. El Estado centralista nunca ha sabido qué hacer con la pluriculturalidad; la riqueza de nuestras tradiciones sólo se exalta como parte de un discurso que busca filiaciones políticas y el voto electoral, entre más de 133 mil habitantes que hablan más de 60 lenguas indígenas, además de la población mestiza sin los elementos básicos para subsistir con dignidad.
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Sin detenerme en imprecisiones y pasajes de una biógrafa con sensibilidad y oficio literario, en mi opinión las primeras 90 páginas de Había mucha neblina… son las más balanceadas; con todo, en sus registros se aspira a un equilibrio. Después el texto corre con altibajos, debo exceptuar las páginas 117-139 sobre la Comisión del Papaloapan y la esencia indigenista de Rulfo, quien trabajó en el Instituto Nacional Indigenista entre 1963 y 1985. A pesar de los años de trabajo que llevaron a Rivera Garza la gestación de esta investigación, al parecer, la redacción final del texto se realizó con apremio.
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Rivera Garza, deduzco, a modo de homenaje a las lenguas indígenas y a Rulfo –que tanto le dolió el México rural (el “México profundo” al que se refiere Bonfil Batalla)– insertó diez textos en lengua mixe, traducidos por Luis Balbuena Gómez. ¿Cuál es el sentido? ¿A quién van dirigidos, además de concentrarse en los estudiosos especializados? ¿No merecemos los lectores legos una nota alusiva o explicatoria? Porque para llegar a una relación sagrada con los textos, como Rivera Garza lo preconiza, es tan importante el re-conocimiento de las fuentes como las subsecuentes interpretaciones y connotaciones emotivas.
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“Un acontecimiento histórico nunca se explica del todo si se prescinde de estudiar en el momento en que se produce”; con esta cita de Marc Bloch quiero referirme al aparato crítico en Había mucha neblina…: es inexistente. Acaso sería innecesario para un narrador o narradora, sin más, pero no es el caso de Rivera Garza, académica multidisciplinaria: catedrática en el Colegio de Artes Liberales y Ciencias Sociales en la Universidad de Houston. Es inexplicable que haya asentado con tanta ligereza las citas textuales e indirectas (que llegan a confundirse con la glosa). Las referencias al pie de página son un desastre. Hay una confusión entre el uso de Ibid. (cuando estamos ante una referencia –de texto o de obra– que se ha citado inmediatamente antes) y el Idem. (que se anota cuando la cita correspondiente procede del mismo texto, aunque no de la misma página). ¡Hay muchas notas marcadas con Ibid. a las que no sigue ningún número de página! Este es un principio básico de citación. Y si el criterio fue omitir las páginas citadas, entonces debió unificarse por completo y, a cambio, consignar una bibliografía, sobre todo si su autora con frecuencia enfatiza sus labores en la investigación histórica, etnográfica, historial cultural y oralidad, muy evidente en La Castañeda (2010), una investigación reveladora e inquietante sobre el Manicomio General en México, inaugurado por Porfirio Díaz como una aspiración de incipiente modernización. Al final aparece una bibliografía de 21 páginas. ¿Por qué en Había mucha neblina… no se asentó una bibliografía de las fuentes directas e indirectas? ¿Por qué los pies de página quedaron tan atropellados y confusos?
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Con sorpresa encontré, además, que en Había mucha neblina… hay citas que no corresponden al título referido. Sólo cotejé una pormenorizadamente: en la página 88 hay una larga transcripción, mediada por seis corchetes, en la cual Rulfo describe el estado anímico que lo llevó a abandonar la Goodrich Euzkadi en diciembre de 1952; en la nota al pie correspondiente (19) se lee: “Ibid., p. 128”. La nota al pie inmediato anterior (18) se refiere a Bartleby y compañía de Enrique Vila Matas (aunque no se precisa las páginas de dónde procede la mención a Rulfo –pp. 15-19–). Hojeo el libro del escritor español y al llegar a la página 128 me encuentro con que la narración versa sobre Bob Dylan, Antonio Machado y Blas de Otero.
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La media página citada, entrecomillas –con la idéntica edición a los originales–, establecida –claro– con corchetes, procede de Un tiempo suspendido. Cronología de la vida y la obra de Juan Rulfo (Conaculta, 2009, 2ª ed., pp. 127 y 128). A su vez, las fuentes originales de la narración de Rulfo proceden de textos de Máximo Simpson y Alberto Vital, consignados al final del párrafo. La verdad es que Un tiempo suspendido se ha utilizado no pocas veces sin citar la autoría correspondiente porque doy las fuentes originales de toda la información que redacté a lo largo de 355 páginas, además de una bibliografía y apéndice bibliohemerográfico de 180 páginas. Aun así, se me ha acusado de plagio por no haber establecido, ex profeso, la procedencia del nombre de una traductora de la obra de Rulfo que anoté en una referencia bibliográfica. Lo cierto es que el título, de cuya bibliografía cotejé el nombre de la traductora, está en la bibliografía directa de Un tiempo suspendido.
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Acaso es un despropósito consignar este ¿descuido, errata, anomalía, error?, porque, es cierto, Rivera Garza cita Un Tiempo suspendido seis veces a lo largo de las primeras 72 páginas de Había mucha neblina… Aquí es secundario, incluso irrelevante, conjeturar cuántas ocasiones, en verdad, se utilizó y si glosó información de un libro o de otro sin mencionarlo. Es deseable, claro, una exigencia mínima: cuando se cita textualmente, al menos hay que precisar la fuente, incluida la página.
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Estamos ante un detalle ético, que con frecuencia se deja de lado, para dar prioridad a los méritos estéticos.
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Ahora es una práctica casi generalizada que los correctores y editores elaboren los aparatos críticos de los investigadores, quienes, en su agenda, tienen asuntos más acuciosos que ordenar un montón de datos “inútiles” y farragosos. Estamos olvidando la importancia de las bibliografías como herramientas metodológicas a nombre de la libertad escritural y el rechazo a las convenciones. No creo que sea un exceso señalar que las bibliografías son los índices de la memoria histórica documentada. Es lamentable que una autora como Cristina Rivera Garza haya permitido que su libro se publicara con tantas deficiencias en las referencias bibliográficas; es un agravio para quienes han ocupado semanas, meses o años para llegar a precisar, o al menos conjeturar, datos que ella toma en cuenta –porque nadie puede inventar la historiografía del tiempo y el espacio de un escritor y su obra– a pesar de manifestar su rechazo a la “doxa rulfiana”.
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Tengo algunas preguntas a Cristina Rivera Garza, que espero acepté responderme –después de haber seguido la propuesta a los lectores de su libro, escrita en el epígrafe de este texto–; no me resisto a enunciar la primera: ¿a qué se refiere cuando señala: “Sigo pensando que el libro comunalista (sic) es posible. Que es deseable”? ¿Se refiere a que los autores tomen información de otros sin la exigencia de dar el acuse de su utilización?
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Concluyo con dos citas de Anthony Grafton, quien señala en Los orígenes trágicos de la erudición (FCE, 2015): “la historia de la nota al pie arroja nueva luz sobre la naturaleza de la historia como actividad literaria” (p. 134); esa conciencia, con todo, no aleja al erudito estadounidense de la realidad cotidiana cuando agrega que: “Las notas al pie jamás sustentan todas las afirmaciones que se hacen en el texto, ni pueden hacerlo. Ningún conjunto de referencias puede prevenir todos los errores ni eliminar totalmente el disenso” (p. 135).
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FOTO: Había mucha neblina o humo o no sé qué, Cristina Rivera Garza, México, Random House, 2016, 248 pp.
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