“Neruda”: Pedro Larraín y el encarnizamiento poético
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Neruda recrea dramáticamente un periodo en la vida del famoso poeta chileno, perseguido por el gobierno de su país, que lo arrastró a una vida de fugitivo y a enfrentar a un hábil prefecto de policía
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POR JORGE AYALA BLANCO
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En Neruda (Chile-Argentina-España-Francia, 2016), vehemente e imaginariamente microbiográfico filme 6 del laureado santiaguino de 40 años Pablo Larraín (Tony Manero 08, No 12, El club 15), con fundamental guión elaboradísimo hasta lo hiperliterario de Guillermo Calderón, el prosopopéyico senador comunista y airado poeta cuarentón chileno Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basualdo ya legendariamente incluido en los manuales escolares bajo el seudónimo seudocheco de Pablo Neruda (Luis Gnecco excelente) cuestiona públicamente como traidor al avieso Presidente de la República aferrada Gabriel González Videla (Alfredo Castro) que en 1948 empieza a encarcelar y reprimir a los dirigentes de sus antiguos aliados radicales, por lo que padece su desafuero en el Congreso y luego es enviado a arrestar por el aristocráticamente sadiquillo presidente senatorial en plan de apócrifo ministro de seguridad interior Arturo Alessandri (Jaime Vadell), a través del sinuoso inspector policiaco Olivier Peluchonneau (Gael García Bernal sobrio), cuando apenas el caprichoso bardo, sin atemorizarse ni suspender sus bravatas, acaba de intentar huir hacia Argentina junto con su bella esposa gauchita veloz aunque maternalmente frustrada Delia del Carril (Mercedes Morán desairada), pero no ha podido cruzar la frontera a causa de su doble nombre, a regañadientes se ha visto forzado a ocultarse en la clandestinidad de una propiedad costera del ambiguo simpatizante provinciano Víctor Pey (Pablo Derqui) y, sin nunca dejar de escribir su nuevo y más largo poema, a desafiar en varias ocasiones la disciplinada custodia del joven comisario partidista Álvaro Jara (Michael Silva), hasta que, sintiendo cada vez más cerca el asedio del policía que le pisa los talones, acepta su escape, no en una barca como se había creído, sino atravesando por un paso secreto la nevada cordillera de Los Andes y dejando sembrado medio muerto de un golpe en la cabeza al sabueso obsesionado político, personal y metafísico en contra del encarnizamiento poético.
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El encarnizamiento poético semeja de entrada y de salida una travesura dionisíaca para consumar el herético retrato de poeta Neruda como un obeso obseso duende inasible, sin cesar autoparodiándose y autodesmitificándose caprichosamente por su propio impulso imparable e insilenciado, que comienza increpando a sus iguales en plena sesión legislativa o disfrazándose con turbante más túnica del ultramaquillado revolucionario islámico Lawrence de Arabia, y termina transformado por los retos al extremo sostenidos de su aventura persecutoria y reinventado por ella en pos de una libertad popular cuanto simbólica y emblemática narcisista, del más inteligente culto a sí mismo y al poder lírico, tras recitar por enésima vez con estudiadísima voz transida de fingido poeta perpetuamente intimista cual incipiente joven romanticón las mismas inagotables líneas consabidas (“Puedo escribir los versos más tristes esta noche”), desechar las abiertas tentaciones procreadoras de su ofrecida esposa adorada (“Vení, hacéme un hijo”), haberse ido varias veces a embriagar de putas al burdel de calenturienta atmósfera rojiza, abrazar conmovedoramente inerme a la mendiga callejera del puerto, ser delante de la fiestera concurrencia besado en la boca por una militante comunista escuálidamente lastimosa, y por encima de todo, jugar al gato y el ratón con su tenaz perseguidor, para desconcertarlo y gozar escurriéndosele, al aplicar tácticas inspiradas por su inveterada afición confesa a los clásicos o subnovelísticos libros policíacos de la colección Séptimo Círculo, más que por la poesía inefable en sí, pero para alimentar y darle respiración artificial y aliento a ésta.
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El encarnizamiento poético se ejerce básica, crucial e inesperadamente como una cacería enconada y recíproca del perseguidor y el perseguido, cual si se tratara de una ficción patafísica y metapsicológica factualmente borgeana del héroe y el traidor, o una traslación de la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo, en la que tanto el uno como el otro se necesitan de modo primordial, eminente e inminente, porque domina y se impone el ultraliterario monólogo arrasante del hediondo Olivier, vástago acomplejado del aplastante ya estatuario exjefe policiaco del mismo apelativo, y cuya grandilocuentemente pomposa narración en off usurpa, secuestra, guía y torna rocambolescamente lúcida (“Soy un hijo de infección venérea”) la persecución en sí y la intrigante trama por partida doble peliculesca en su conjunto, porque como de costumbre en Larraín, siguiendo al Brecht-Lang de Los verdugos también mueren (43), aquí no hay seres ni beatamente malos malignamente buenos, sino criaturas inteligentes apabulladas por sus intereses, como ese cachondo Neruda fungiendo como prepotente demiurgo para detentar el rol protagónico (“Tranquilo bebé”, profería la esposa) y ese Olivier en explícita y desesperada lucha por no ser mero personaje secundario.
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El encarnizamiento poético ha logrado contagiar en todo momento a la forma creadora y mutuo soporte único de la película misma, la nerviosamente atmosférica fotografía de Sergio Armstrong, la alternativamente disociadora y fusionante edición de Hervé Schneid, el fabulosamente realista diseño de producción de Estefanía Larraín, más la solemne y sarcástica música de Federico Musid con una ayudadita de Grieg/Mendelsohn/Penderecki.
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Y el encarnizamiento poético reproduce, glosa y burla de mitologizante manera las circunstancias reales y apremiantes que dieron origen al Canto general (publicado hasta 1950), la monumental obra maestra de Neruda (junto con las deslumbrantes Tres residencias en la tierra de 1934-1947), el extenso poema todoabarcador y la ironía de sus motivaciones sociales (“El sufrimiento del pobre me inspira”), su rescate por correo al extranjero y su grandeza insigne, no copia exacta sino traslación cósmica de una esencial cacería humana (“Sueño con él, sueño conmigo”).
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FOTO: Neruda recrea dramáticamente un periodo en la vida del famoso poeta chileno, perseguido por el gobierno de su país, que lo arrastró a una vida de fugitivo y a enfrentar a un hábil prefecto de policía. S exhibirá en la Cineteca Nacional hasta
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