Niñas de guerra y sexo
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Este par de obras, relato testimonial y novela, abordan las calamidades de dos mujeres: el infierno migratorio de una adolescente siria que busca escapar de la muerte y el descubrimiento por parte de una investigadora visual de una fotografía que violentó la intimidad de su adolescencia
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POR ETHEL KRAUZE
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Cuando las niñas entran en picada en la guerra, como si un hado maligno las hubiera sacado de su cuento de hadas de la infancia… ¿hay otro momento para vivir la porción de cuento de hadas que la vida nos reserva, acaso como reconocimiento al valor de haber nacido?… cuando aquello ocurre, es como si el mundo se hubiera puesto patas arriba y estuviéramos entrando en una dimensión en la cual no tenemos ninguna herramienta para encontrarle significado a las cosas.
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Significado que nos permita reflexionar, planear, actuar, corregir, continuar. La parálisis del entendimiento es más atroz que la física. Parecería que seguimos moviéndonos, haciendo lo de siempre, levantándonos para ir al trabajo, o para buscar alguno, entreteniéndonos en un cine, brindando con algunos amigos. Parecería, pero es sólo el cascarón, el cuerpo que lleva su inercia hasta la extenuación de la noche, apenas para cobrar la fuerza necesaria y retomar la rutina, exactamente igual, del día siguiente.
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En realidad, el pensamiento se ha quedado cuajado como bloque de cemento en la parte inmaterial de nuestro cuerpo. La energía de la corteza cerebral se ha colapsado. No entender y seguir viviendo es como llevar una vida zombi, para usar la analogía tan a la moda, identificable de inmediato para todo mundo.
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No es la primera vez que las guerras de balas y de sexo atrapan a los niños. A las niñas, en particular. Más bien, esto ha ocurrido siempre y en todas partes. Lo que sí resulta diferente es que ahora se conocen, se detallan y se narran por las propias protagonistas, y por las autoras que hacen suyas tales historias, dotando de voz a quienes han permanecido en el silencio y el olvido. Y claro, nos permiten comenzar a entender…
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Daños colaterales, se dice de un ataque, tanto en las batallas de la guerra como en las batallas del sexo. He aquí dos libros que nos ponen al tanto de aquellos llamados “daños colaterales”, en forma de niñas de carne y hueso, sobreviviendo a la intemperie entre las angustiosas y amorosas páginas de sus autoras. Hay un territorio que las une, Siria, y que hoy por hoy es el sinónimo de lo incomprensible, donde habita la muerte como forma de vida.
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En Nujeen, recientemente publicado en HarperCollins, la autora, Nujeen Mustafa, una chica siria de dieciséis años de edad, afectada con parálisis cerebral, confinada a una silla de ruedas, nos cuenta la aventura que vivió a los trece años, cuando decide huir con su hermana, no pudiendo ya más soportar el ruido de las bombas a su alrededor, los techos derrumbándose por todas partes, las paredes descoyuntadas y el olor a muerte permanente. Nujeen no fue a la escuela, pero aprendió a leer con libros y por su propio esfuerzo. En 2012 se recrudeció la guerra en Siria entre todos los bandos, no había más hacer. Su hermana iba empujando la silla de ruedas hacia la caravana de refugiados a los que nadie quería. Ningún país estaba dispuesto a recibir aquellos despojos humanos.
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En una inverosímil trayectoria, entre anécdotas de crueldad y algunos momentos de conmiseración, las hermanas transitan por montañas abruptas y mares tormentosos. De milagro se salvan, de milagro se esconden, de milagro cruzan Turquía, Grecia, Macedonia, Serbia, Hungría, Eslovenia, Austria, hasta llegar a Alemania, que, con mucha resistencia, les ofrece un espacio para refugiados donde vivir y estudiar. Se instalan. Se sienten aisladas, señaladas; agradecidas por haber sobrevivido, porque fueron testigos de la muerte del pequeño niño sirio, Aylanb Kurdi, de tres años de edad, ahogado en las playas en un intento por huir y que todos recordamos, tristemente, bocabajo en la arena, en esa imagen monstruosa que se hizo viral en las redes digitales. Ellas están vivas, pero añoran su país. Termina Nunjeen diciendo “Ansío que llegue el momento en que volveré a ver la muerte como algo anormal”.
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En La niña en el jardín, una novela recién publicada en editorial Ink, Verónica Ortiz Lawrenz nos introduce desde la primera frase en una intriga que nos mantendrá al filo y terminará, también, en ese anhelo de volver a ver la muerte como algo anormal, porque mientras esto no suceda, alguien tiene que registrar en Siria, sí, en el lugar de la muerte como forma de vida, lo que ahí ocurre, aunque le vaya la propia vida.
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Una fotografía es la punta de lanza de esta vibrante novela que inicia en la Ciudad de México, y habrá de transitar por Nueva York y por Siria. La fotografía de una niña, que en el candor de sus trece años de edad está descubriendo la dulzura incitante de sus dedos acariciándose bajo la falda demasiado corta. La niña se sabe a solas y no lleva ropa interior, es el jardín de su casa y la tarde invita a la ensoñación.
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Muchos años después, esta fotografía hace su aparición en la vida de Irena, su protagonista, y se convierte en su caja de pandora. La niña es ahora una investigadora en el discurso visual, lo que la llevará sin tregua, bajo lupa, a buscar al fotógrafo que le robó esa intimidad.
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En una intensa búsqueda por recuperar las piezas perdidas del rompecabezas de su historia, Irena va descubriendo los secretos de sus padres y los laberintos sexuales de las familias que la arrojaron a ser esa mujer que ignoraba todo sobre sí, y vivía en una especie de paréntesis congelado en el tiempo.
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Las guerras del sexo entre los adultos producen daños colaterales, especialmente en las niñas. Estos daños tienen nombre, tienen historias que contarse, tienen muchas horas de lágrimas en la oscuridad y muchas preguntas sin ser contestadas. Tienen mujeres paralizadas en una infancia guardada en una caja arrojada al mar de los secretos. Los secretos son formas de muerte. Los secretos ejercen una violencia inefable. Una especialista en discurso visual y un fotógrafo son la otra cara de ellos. Guerra y sexo. Y en medio, Siria, donde la muerte es algo normal.
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Con las palabras de Nunjeen Mustafa y de Verónica Ortiz Lawrenz acaso empecemos a movernos…
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